Miguel Wiñazki brindó una nueva clase magistral sobre el tiempo, uno de los grandes misterios de la vida y la filosofía ya que estamos hechos de él y, sin embargo, su definición parece ser inabarcable.
Aquí es natural citar a Marcel Proust, el autor emblemático del tiempo en el siglo XX. Él escribe los siete volúmenes “En busca del tiempo perdido”. El último tomo –El tiempo recobrado– es una interesante reflexión literaria sobre el pasado y la infancia. Es una tarea casi imposible recobrar todos los instantes en la memoria.
Con Proust, se produce un dualismo entre la literatura y la filosofía que es Henri Bergson, el gran pensador francés del tiempo. Bergson proviene de la filosofía mientras que Proust de la literatura.
Bergson dice que el tiempo es un registro de la duración. Es decir, de este flujo que permite percibir que los sucesos comienzan y concluyen. Es una película. Y la memoria intenta capturar algún fotograma del film de la vida.
En Antinomias de la razón pura, Immanuel Kant explica que la razón colapsa ante la concepción de la palabra. El filósofo se pregunta si el tiempo comenzó alguna vez. De ser así, ¿qué había antes? ¿Qué hay después de su fin? Bajo esta mirada, se podría deducir que es eterno, que siempre estuvo y siempre estará.
Esto está íntimamente ligado a la identidad. Cada persona forma parte de una singularidad irrepetible pero, ¿cuántos somos a lo largo del tiempo? ¿Por qué está unida la identidad?
¿Qué une la diferencia de nuestras vivencias en el tiempo hasta hacer de nosotros uno? Algunos filósofos sostienen que no somos uno, sino que estamos compuestos de rupturas tras rupturas; la identidad es artificial.
Para Kant, el tiempo no existe fuera de nosotros. Es un organización del sistema perceptivo que coloca las vivencias en un orden sucesivo. El pensador denomina este proceso como intuición pura de la sensibilidad. Nosotros ordenamos las cosas en el tiempo pero no sabemos cómo es en sí.
Conclusión. El futuro todavía no fue. El pasado ya fue. El presente ya pasó. Eso es el tiempo.
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