martes, 1 de mayo de 2018
LA CIENCIA NO ES CARA, CARA ES LA IGNORANCIA
Hace más de tres décadas, cuando hacía mis primeras armas en este oficio, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) era para muchos un ente difuso que congregaba a un grupo de talentos ocupados en desentrañar misterios que eludían al resto de los mortales. Un lugar elevado donde se estudiaban temas tan impenetrables como el origen del universo, la estructura de la materia o la maquinaria del ADN.
Si las disquisiciones de los científicos sociales de alguna manera encontraban su lugar en los suplementos culturales, en aquellos días los laboratorios parecían quedar en una dimensión paralela. Y si encontrábamos la entrada, los habitantes de ese extraño mundo nos miraban con desconfianza. Pertrechados en una jerga difícil de entender para los no iniciados, temían que tergiversáramos sus hallazgos en pos de un titular llamativo o ser criticados por sus colegas, que podían adjudicarles ansias desmedidas de promoción individual.
Concebido por un grupo de científicos liderados por Bernardo Houssay, que había recibido el Nobel una década antes y fue su presidente vitalicio (murió en 1971), el Conicet fue y sigue siendo un sello de excelencia; entre otras cosas, por las exigencias de su ingreso, al que solo se puede aspirar tras una larga y ardua formación, ya que en la carrera del investigador solo se admiten profesionales que hayan completado un doctorado. Aunque, a veces, los candidatos incluso cuentan con posdoctorados.
Como cuenta el historiador de la ciencia Diego Hurtado de Mendoza en una reciente nota para la revista Anfibia, el Conicet recorrió un derrotero sinuoso. Se puso en marcha ya "con un programa de becas destinadas a la formación de investigadores, subsidios para proyectos específicos, adquisición de equipos e instrumental, repatriación, contratación de científicos extranjeros y viajes al exterior", pero los vaivenes políticos y económicos lo arrastraron por mares y desiertos.
Recuerdan colaboradores de Houssay que él pensaba que el Conicet no tenía que dedicarse a hacer investigación "aplicada". Se lo hizo saber a los doctores Alejandro Paladini, José Santomé y Juan Dellacha, cuando le propusieron crear el Centro para el Estudios de Hormonas Hipofisarias. Primero no quiso considerarlo, pero finalmente aceptó y así se pudo tratar a 70 chicos afectados de enanismo que hasta entonces permanecían marginados, se formaron muchos investigadores y se hicieron 28 trabajos de investigación clínica.
En diciembre de 1983, apenas superaba los 2000 investigadores. En distintos momentos se desangró por la "fuga de cerebros". Una institución internacional incluso sugirió que debería privatizarse para ahorrarle al erario público 5639 puestos de trabajo. Sus investigadores llegaron a tener una edad promedio que rondaba los 50. En la crisis de 2000, una investigadora que quería regresar al país, al comentarle sus intenciones al director de un laboratorio, recibió una respuesta que la dejó boquiabierta: "¿Vos tenés un marido que te mantenga? Porque con el sueldo del Conicet?". Se había recibido de bioquímica con medalla de honor y hoy es una de las científicas más destacadas de la región en su tema y recibió los más altos premios internacionales.
En medio de un debate sobre su presente y su futuro, este año el Conicet cumplió los sesenta. Para celebrarlo, el Senado le otorgó ayer el máximo galardón que entrega esa cámara: la Mención de Honor Domingo Faustino Sarmiento. Hubo discursos sobre ideales acerca de los cuales nadie podría estar en desacuerdo. Y, como suele suceder, se recordaron varias frases de Houssay que, a la distancia, siguen vigentes. Tal vez la más sugestiva sea la que mencionó el senador Omar Perotti, promotor de la iniciativa: "La ciencia no es cara, cara es la ignorancia".
N. B.
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