viernes, 18 de mayo de 2018

LECTURA RECOMENDADA


La flor púrpura, de Chimamanda Ngozi Adichie
Primeros pasos de una feminista global
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La primera vez que Chimamanda Ngozi Adichie escuchó la palabra "feminista" tenía 14 años. Un amigo la había calificado así, y no para hacerle un cumplido. Lo que el muchacho nunca llegó a saber fue que la misma adolescente que aquel día terminó buscando la enigmática palabra en el diccionario -para preguntarse luego por qué demonios esa definición tendría que ser ofensiva- hoy es un símbolo del feminismo global.
Nacida en Nigeria en 1977 (actualmente vive entre ese país y en Estados Unidos), Ngozi Adichie se hizo célebre por la frescura y simpatía con que defiende la mirada de género. Además de recibir infinidad de visitas de internautas, una de las charlas TED donde desarrolló estas temáticas dio origen al también muy difundido ensayo Todos deberíamos ser feministas. Beyoncé llevó algunos de sus dichos al tema musicalFlawless y la revista Time la incluyó en el listado de las cien personas más influyentes del mundo en 2015.
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Ya en 2003, antes de su glamorosa popularidad actual, la autora nigeriana había captado la atención de la crítica con La flor púrpura, su primera novela. Algo había allí que la convertía en una de las voces más atractivas de la literatura escrita en inglés. No solo era la estructura de un relato bien contado: lo que ofrecía La flor púrpura era una historia tan anclada en la realidad nigeriana como carente de exotismo. Porque ese es el impulso netamente contemporáneo de Ngozi Adichie: el modo en que traduce la complejidad, diversidad y contradicciones de un mundo, el del siglo XXI, que, a estas alturas, habría que ir pensando como pos-poscolonial.
En La flor púrpura hay una familia, la de los adolescentes Jaja y Kambili, que disfruta de un bienestar económico por encima del de la mayoría de los habitantes de Enugu (la ciudad donde viven), y que profesa un catolicismo de una rigidez muy diferente al sincretismo relajado que abunda entre sus conocidos. Sobre todo, hay un padre terrible, mano ejecutora de un amor tirano al que sus hijos y esposa intentan infructuosamente satisfacer. Sin embargo, mientras puertas adentro Padre (así lo llama la quinceañera Kambili) es inflexible y eventualmente violento, puertas afuera es un ciudadano respetado, sostén de un diario independiente, que defiende posturas modernizadoras y se enfrenta al autoritarismo de la política nigeriana. Tan feroz es Padre al castigar cualquier "desvío" de su familia, como temeroso de perder la aprobación de aquellos que para él representan la culminación del progreso: los sacerdotes blancos que condenan la superchería africana y los periodistas irlandeses que no se amedrentan ante las prácticas represivas del gobierno local.
En más de un sentido, La flor púrpura es una novela de iniciación: el desafío que se les plantea a Jaja y Kambili no solo pasa por rebelarse frente a la autoridad devastadora del padre, sino también por encontrar un lugar propio en la multiplicidad de registros que es la vida en su país.
Lo paradójico de la modernidad nigeriana no sonará demasiado extraño al lector argentino. Los personajes habitan un mundo de cortes de luz a repetición, violenta desigualdad social, protestas políticas, universidades cíclicamente tomadas. En este contexto, Jaja y Kambili se aferrarán al hilo de Ariadna que les arroja su tía Ifeoma. Docente universitaria, madre de tres hijos y viuda sin urgencia de marido ("a veces la vida empieza cuando termina el matrimonio", dice, para escándalo de los protagonistas), se encargará de resquebrajar la asfixiante rutina que regula a sus sobrinos. Junto a ella descubrirán que se puede ser católico pero también reverenciar los antiguos ritos, que el dialecto igbo puede convivir con el inglés, que la sensualidad y la palabra -justo para esos dos hermanos entrenados en el silencio- siempre deben ser una opción.

La flor púrpura
Por Chimamanda Ngozi Adichie
Random House. Trad.: Laura Rins Calahorra
208 páginas $ 304
D. F. I. 

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