domingo, 20 de mayo de 2018
LECTURA RECOMENDADA
El otoño que no termina de ser me mira desde el otro lado de la ventana, todo tarde desdibujada, húmeda, lluviosa. Y me digo que quizá sea casualidad, pero el libro que estoy terminando de leer me invita a descubrir -justo en estos días de ciudad grisácea- una Buenos Aires presente aunque poco vista: suburbana y global, mestiza y añeja, moderna y melancólica. Acuática. Ribereña. Alguna vez, orillera.
Quizás haya sido por leerlo bajo el cielo desplomado de los últimos días, pero entre los múltiples hallazgos que la escritora e investigadora Margarita Martínez hace en Trece llanos (Ubu Ediciones), al que primero llegué -y que fui rastreando capítulo a capítulo- fue al de la ciudad marcada por el barro, algún arroyo, bañados, el río. El latido arcaico de una metrópoli que quizá sea más plebeya de lo que ella misma supone. La Reina del Plata que siempre se soñó, más que líquida, aérea.
Doctora en Ciencias Sociales e integrante del grupo editor de la revista Artefacto, hace rato que Margarita estudia temáticas ligadas con la ciudad, las nuevas tecnologías y las subjetividades contemporáneas. Pero en Trece llanos no es la mirada de la rigurosidad académica la que prima, sino la de la caminante atenta. La ciudad que se cuenta en este libro es una ciudad caminada, sentida, mirada en los detalles más aparentemente nimios.
Retiro, Bajo Flores, Chacarita, Plaza Irlanda, Barrio Norte, Abasto, Puerto Madero: la elección de barrios y zonas es tan arbitraria como el deambular de todo declarado enamorado de la urbe. La prosa delicada de Martínez se corresponde con los dibujos de Paula Collado, y son trece ensayos, trece ilustraciones, los que trazan un personalísimo itinerario a través de la geografía porteña.
"Una sublime sensibilidad por los lugares que nadie atiende ya, y por aquellos otros puestos bajo sitio por los desarrolladores de simulacros", describe Christian Ferrer, en el posfacio, el gesto fundante de Trece llanos.
A su vez, en Villa Urquiza, entre la Plaza Nahuel Huapi y el Parque Sarmiento, caminando manzanas que "pasan y pasan sin que sepamos en qué geografía estamos", la autora encuentra lo que sería una de las claves de la urbanística local: "La alternancia estilística y un paisaje de techos singular".
Pero también descubre cierto eco de vidas secretas, desplegadas "detrás de los visillos" en Urquiza o tras las casas de dos plantas, las verdulerías o las librerías que aparecen a los lados de la avenida Chiclana. "La aspereza de un paisaje de talleres abandonados cuyo pasado no podemos adivinar -apunta-, la mirada igualmente posfuncional de vecinos que sacan su silla a la vereda a mirar pasar el tiempo por las tardes y la sensación de que aquí las cosas son hasta que el tiempo las vence".
Los tiempos y ritmos diferentes de Parque Patricios y Puerto Madero, algún rincón de Belgrano y Chacarita, el Barrio Chino y Barrio Norte, dan cuenta del surco con el que la historia horada la mera superficie de lo geográfico.
Así, la galería Bond Street, además de persistente enclave de la avenida Santa Fe, es testigo de una era, la de la década del noventa, donde Buenos Aires apostaba a ser "la gran capital modernizada", y cierta vanguardia -cierta "mercancía cultural global"- se encontraba en los tatuajes, negocios de diseño, discos y revistas que convirtieron a ese circuito en "una central del mundo de la noche" (además de ser anticipación de otra estética, la de lo "cool", que vendría más adelante). Y hay historia, también -aunque muy otra-, en las inmediaciones del estadio de Huracán: antiguos terrenos de la Quema, espacio de los "cartoneros del siglo XIX" que, con el paso del siglo XX, se convertiría en sede de cárceles y hospitales. Una urbe multitemporal. Lejana y cercana. Impostada y auténtica. La Buenos Aires de Trece llanos se despliega en una mirada desolada y dulce, más poética que urbanística.
D. F. I.
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