Acerca del Martín Fierro
Entiendo que no existe entre nosotros un libro que haya generado una bibliografía más extensa, más variada y exhaustiva que el Martín Fierro, a tal punto que es posible hablar de la bibliografía de su bibliografía o -en palabras de Arturo Berenguer Carisomo– decir que, sobre el Martín Fierro, se ha volcado un océano de tinta. En estos ciento cuarenta y seis y ciento treinta y tres años que nos separan de La Ida y La Vuelta, respectivamente, sin lugar a dudas el tema más frecuentado por la crítica ha sido el de las influencias que se han dado en José Hernández al escribir este libro.
La ascendencia de Martín Fierro parece abarcar un amplio espectro literario que va desde la inmediatez a lo remoto, desde Ascasubi y Lucich a los versos de Homero, en los que ya se rendía culto al caballo y a los buenos asados, los sabrosos asados que hacía Patroclo en el canto nueve. Y todo esto pasando por Espronceda con su tío Lucas, y por El Lazarillo de Tormes, en los que no son pocos los que creen reconocer el origen del Viejo Vizcacha.
Todo esto sin olvidar a Epicteto, a Séneca y a la misma Biblia, cuyo influjo, se ha dicho, es muy intenso, en especial el del Eclesiastés y el del Libro de los Proverbios. Hay constancia de que los textos mencionados tenían un lugar destacado en la biblioteca de nuestro autor. En lo que todos parecen coincidir, es en que en el Martín Fierro se amalgaman dos corrientes literarias: la gauchesca propiamente dicha, que se inicia con los diálogos patrióticos de Bartolomé Hidalgo, y la no menos gauchesca, aunque culta y romántica, de Esteban Echeverría, a través de La cautiva.
No debemos olvidar que este autor, Echeverría, fue el primero en hacer literatura de la Pampa, así como muchos años después será Evaristo Carriego el destinado a hacer lo mismo con el arrabal porteño. De la confluencia de dichas corrientes surgirán los antecesores inmediatos de Hernández y el Martín Fierro así como de Sarmiento y el Facundo. También, en prosa, Ascasubi, Santos Vega y Lucich a último momento con sus Tres Gauchos Orientales.
En todas estas obras se encuentran ciertas coincidencias y similitudes, aún entre ellas, que en nuestro poema máximo han sido rastreadas y analizadas muchas veces con apasionamiento de entomólogo. Coincidencias en temas generales relacionados con el paisaje y las costumbres del gaucho, similitudes en determinadas palabras, en alguna que otra expresión y hasta en ciertos versos. Tal vez era lo que ya entonces estaba en boca del pueblo.
Nada de lo expuesto, en nuestra opinión, invalida la originalidad de Hernández, así como a nadie se le ocurriría invalidar la obra de arte de un pintor por haber utilizado una pintura de marca conocida. Por ejemplo, Sarmiento utiliza algunas expresiones y refranes que reaparecen más tarde en el Martín Fierro. Ya en 1842, el ilustre sanjuanino escribía: “No tiene padre ni madre, ni perro que le ladre”, y en el Martín Fierro se lee: “Andarán por ahí sin madre, ya se quedaron sin padre, y ansí la suerte los deja, sin naides que los protejan y sin perro que los ladren”. Se trata de un antiguo refrán y aquí el mérito es de Hernández por haberlo recreado poéticamente.
Entendemos que esta manera de hurgar y sentenciar por parte de la crítica puede llevarnos a pensar, equivocadamente, que en la poesía de Enrique Cadícamo existen manifiestas influencias del Martín Fierro, porque en su tango Cruz de palo nombra a los ñacurutuces y en Tres amigos nos dice que “una vez allá en Portones, me salvaron de la muerte, nunca faltan encontrones cuando un pobre se divierte”. O que es claro el ascendiente de Espronceda en Discépolo porque aquél en su Diablo mundo puso en boca de uno de sus personajes este verso: “El que no llora, no mama”.
Nada de lo expuesto, en nuestra opinión, invalida la originalidad de Hernández, así como a nadie se le ocurriría invalidar la obra de arte de un pintor por haber utilizado una pintura de marca conocida. Por ejemplo, Sarmiento utiliza algunas expresiones y refranes que reaparecen más tarde en el Martín Fierro. Ya en 1842, el ilustre sanjuanino escribía: “No tiene padre ni madre, ni perro que le ladre”, y en el Martín Fierro se lee: “Andarán por ahí sin madre, ya se quedaron sin padre, y ansí la suerte los deja, sin naides que los protejan y sin perro que los ladren”. Se trata de un antiguo refrán y aquí el mérito es de Hernández por haberlo recreado poéticamente.
Entendemos que esta manera de hurgar y sentenciar por parte de la crítica puede llevarnos a pensar, equivocadamente, que en la poesía de Enrique Cadícamo existen manifiestas influencias del Martín Fierro, porque en su tango Cruz de palo nombra a los ñacurutuces y en Tres amigos nos dice que “una vez allá en Portones, me salvaron de la muerte, nunca faltan encontrones cuando un pobre se divierte”. O que es claro el ascendiente de Espronceda en Discépolo porque aquél en su Diablo mundo puso en boca de uno de sus personajes este verso: “El que no llora, no mama”.
El hecho de buscar acercamientos de motivos, metáforas y vocabulario entre dos textos no significa necesariamente que uno sea fuente del otro, ni mucho menos que esos temas disímiles sean privativos de las obras cotejadas. La búsqueda de estos vínculos literarios tiende, en lo fundamental, a entender la obra con más hondura y fidelidad.
A Hernández, con la penetrante concisión de sus sextinas, que seguramente han sido creación suya, le cupo el honor de haber llevado el género poético gauchesco a alturas no alcanzadas por sus antecesores, ni mucho menos por quienes lo cultivaron más tarde. En él se da la culminación y el cierre de dicho género, con una obra relevante en la historia de la literatura argentina donde su protagonista sirve de paradigma no sólo para comprender a los gauchos, sino a quienes la injusticia lleva a la desesperación. Por otra parte, la vastedad y hondura del contenido social del Martín Fierro, como dice Azeves, lo alejan notoriamente de las obras polémicas, únicas, que podrían prefigurarlo, de Ascasubi y Lucich, ya que éstas no superan las estrecheces de las banderías políticas.
Leí por primera vez el Martín Fierro en cuarto grado. Después fueron siempre lecturas parciales, fragmentarias, que generalmente no pasaron de “la payada” o “los consejos”. Pero ha sido en una relectura de todo el libro, efectuada en una tarde y de un tirón, que a partir del canto siete de La Ida (la muerte del negro) se me impuso el tema de “la culpa” en Martín Fierro. Después de aquella lectura no vi más que un modo personal de revivir ese crimen, que es donde se tendrá que buscar el origen de su drama. Pasó a importarme su dolor, su tristeza, su individualidad, su intransferible manera de cargar su cruz después haberse desgraciado.
La de Martín Fierro es una culpa paradigmática y tal vez en ella resida su universalidad. Es una culpa que hallamos a lo largo de todo el libro, un libro que siento más próximo a Shakespeare que a todos los autores antes nombrados. Y al decir Shakespeare quiero decir Macbeth: “La sangre que se redama no se olvida hasta la muerte”, “sombras y bultos que se menean”; el recuerdo del negro y el espectro de Banquo.
Y así, en medio de un océano de tinta y enredados en una maraña de interpretaciones, lo único realmente cierto e incuestionable es que este es un libro que nos ve envejecer a todos nosotros. Y esa es la definición de un clásico.
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