Entre las muchas cosas (tantas) que hago mal, hay que contar también esta: soñar. La desgracia es que, a diferencia de las otras cosas que hago mal, para el sueño no hay remedio: es imposible enseñar o aprender a soñar. ¿Pero qué quiere decir soñar mal? Para empezar, que en la vigilia no quede ningún recuerdo preciso, sino apenas una experiencia banal que se disipa rápidamente. Alguna vez conseguí retener una frase, que anoté con destino literario incierto. Poca cosa, aunque nada mal como consuelo. Después de todo, los románticos nos hicieron saber que también se piensa dormido.
Siempre, o por lo menos desde la primera juventud, me gustó mucho la frase con la que Gérard de Nerval empieza su novela Aurelia: "El sueño es una segunda vida". Se abrían entonces para el poeta -y también para nosotros- las puertas de marfil que nos separan del mundo invisible. Acaso el sueño sea ese hilo que una a la poesía de todas la épocas, y esto porque -todo hay que decirlo- quien no sueña no puede escribir ya no un poema, ni siquiera un ensayo. Justamente porque soñaba es que el francés Albert Béguin llegó a escribir su libro El alma romántica y el sueño, centro de gravedad de lo que estoy diciendo.
Más tarde, volvería a toparme con esa misma idea de Nerval, formulada de manera casi literal, en uno de los volúmenes de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Claro que Proust no se conforma con la constatación de otra vida. Los sueños son para él un bien perdido. "Hemos sentido placer en otra vida que no es la nuestra -nos dice-. Sufrimientos y goces del sueño (que se desvanecen enseguida) si los hacemos figurar en un presupuesto, no es en el de la vida corriente... la otra vida, aquella en que dormimos, no está sometida a la categoría del tiempo". De ahí proviene la tristeza del despertar, porque, como dijo un filósofo, la fantasía irrealizada, el ideal soberbio de los sueños queda destruido por la fría realidad. La ilusión de que podíamos desentendernos del tiempo se acabó: la vigilia nos devuelve al tiempo, el espacio y la causalidad.
Pero Proust habla también de otros sueños, esos más profundos de los que nos despertamos en una aurora, sin saber quiénes somos, "sin ser nadie, nuevos, dispuestos a todo, vaciado el cerebro del pasado que hasta allí fue la vida".
Por el sueño se nace a una nueva vida. Se abre aquí otra dimensión, no solamente la de los que duermen en la esperanza de la resurrección.
La Biblia abunda en sueños proféticos ya desde el Génesis, y encontramos alusiones también en el Apocalipsis. Sin embargo, uno de los sueños que más me soliviantan -un sueño que cambió la historia del mundo- no está en la Biblia, aunque no habría existido sin ella. Voy a ser más preciso: no es tanto el sueño mismo lo que me interesa, sino la representación que hizo de él la pintura.
Me refiero a El sueño del emperador Constantino, de Piero della Francesca. El episodio famoso consiste en que, antes de una batalla crucial, la del Puente Milvio, con su rival Majencio, Constantino soñó que un ángel le mostraba la cruz y le decía "Bajo este signo vencerás". En el fresco de Della Francesca vemos entreabierta la tienda de campaña en la que duerme y sueña el emperador que pronto será cristiano. Los guardias velan su sueño: ellos están todavía en este mundo; el emperador, en el otro. Un rayo de luz parece perturbar la serenidad nocturna: es el ángel que baja con la cruz en la mano extendida. Constantino salió vencedor.
La novedad del sueño de Constantino no llega para Piero de la oscuridad en que habita el que tiene los párpados cerrados. Tal vez aprenda a soñar cuando abandone la presunción de la peligrosidad del sueño, libro que, a diferencia de la vigilia, se lee a páginas salteadas, sin un sentido. La luz de Piero me indica lo contrario. Ojalá caiga sobre mí esta misma noche.
P. G.
La novedad del sueño de Constantino no llega para Piero de la oscuridad en que habita el que tiene los párpados cerrados. Tal vez aprenda a soñar cuando abandone la presunción de la peligrosidad del sueño, libro que, a diferencia de la vigilia, se lee a páginas salteadas, sin un sentido. La luz de Piero me indica lo contrario. Ojalá caiga sobre mí esta misma noche.
P. G.
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