Los argentinos extrañamos muchísimo a María Elena Walsh. La necesitamos como nunca. Hoy hace 8 años que falleció. Ocho largos años. Y no dejamos de llorarla.
El año que pasó estuvimos asfixiados por el barro nauseabundo de la corrupción de Cristina y su banda. “Los cuadernos las coimas K” nos envenenaron y nos siguen envenenando la vida y la esperanza.
Meter presos a todos los integrantes de la mafia que radiografían los cuadernos de Centeno y lograr que devuelvan el dinero nos ayudará a refundar la República. Por eso vamos a seguir durante mucho tiempo analizando y multiplicando estas denuncias tan rigurosas.
Necesito salir de semejante oscuridad repugnante. Iluminar los días para rescatar las ilusiones. Le quiero hablar de otros cuadernos. De la magia de María Elena Walsh que a los 17 años publicó su primer libro de poemas llamado: “Otoño imperdonable”.
Es una gran posibilidad de respirar aire puro. Y salir aunque sea por un rato de ese túnel miserable de los que le roban al pueblo. El maravilloso Teatro Colón, en agosto pasado, hizo un merecido homenaje a la genialidad y a la sensibilidad humana de María Elena.
Lo organizó el suplemento cultural de La Nación y se llamó “Varieté Walsh”. Participó mucha gente brillante. Pero le nombro solamente a tres: Lino Patalano desde la cabeza del proyecto, Norma Aleandro desde la conducción y la actuación y Palito Ortega que compuso junto a María Elena esa belleza llamada “La canción del jacarandá”.
Lo trascendente es que a 8 años de su muerte, María Elena, estuvo sobre el máximo escenario de los argentinos. Su espíritu, sus ojos azules, su combate contra todo tipo de solemnidades y almidones, su lucha a favor de todas las libertades como buena defensora de los derechos de la mujer de la primera hora.
Siempre podemos saborear todos los platos exquisitos que supo cocinar María Elena. Nada de los humano le era ajeno. Por eso apeló a todos sus instrumentos: la poesía, la canción, las columnas de opinión, los cuentos, el teatro, la sátira, la literatura infantil, sus denuncias a los autoritarismos, el music hall.
El gran amor de su vida, Sara Facio, aportó materiales desconocidos y reveladores. Dicen que cuando María Elena murió, se elevó al cielo como una bandera de libertad. Por eso, si me permiten, me gustaría decirles que yo no creo demasiado en su muerte. Ni en la de María Elena ni en la muerte de la libertad. La historia demuestra que son llamas que arden para que la vida sea vida. Y que no se apagan jamás.
Yo le creo más a ella cuando dice que tantas veces la mataron, que tantas veces se murió y sin embargo está aquí resucitando. En eso creo. En que ella volverá y será millones de benditas mujeres de esta tierra que nos seguirán ayudando a ser felices y a pensar.
No tengo dudas de que María Elena sigue estando al lado nuestro cada vez que la necesitamos para que navegue por nuestra conciencia y nos ayude a ver lo mejor y lo peor de nosotros. Ese fue, es y será siempre el gigantesco aporte inagotable de María Elena.
A su talento para bordar letras y melodías o para darle a las palabras alas y colores como decía José Martí, le agregó esa capacidad para decir las cosas de frente, sin pelos en la lengua, con la polémica y el coraje en el bolsillo.
Por eso revolucionó el lenguaje. Porque fue la primera en no tratar a los chicos como si fueran tontos. Fue la primera en sacarle ese protocolo severo a las canciones, en hablar jugando, en cantar divertido, en crecer con sonrisas.
Por eso Manuelita con su nueva estética y su vieja ética quedó grabada a fuego en el corazón de las multitudes. Un día María Elena se marchó, igual que Manuelita. Tuvo dos viajes que la refundaron. Fue a Estados Unidos invitada por Juan Ramón Jiménez aquél de la literatura inolvidable de “Platero y yo”.
Y a Europa de la mano de Leda Valladares para huir de un peronismo que le sonaba autoritario y para armar un dúo inolvidable de vidalas, de bagualas y de vinchas. En París se enriqueció “lícitamente”.
Su sensibilidad y su espíritu se multiplicaron interactuando con George Brassens, Jacques Brel, Charles Aznavour, Yves Montand, Pablo Neruda y la mismísima Violeta Parra. Fue su propia serenata para la tierra de uno, una de las canciones más hermosas que se han escrito sobre estas tierras y sobre estas pasiones inmigrantes y criollas que en ella se mezclan. ¿Se acuerda? ¿Me permite?
“Porque me duele si me quedo/Pero me muero si me voy/Por todo y a pesar de todo, mi amor/ Yo quiero vivir en vos. ¿Me deja seguir? “Por tu decencia de Vidala/ Y por tu escándalo de sol/Por tu verano de jazmines, mi amor/ Yo quiero vivir en vos…”. ¿Qué maravilla, no? Por el idioma de infancia, por tus antiguas rebeldías.
Casi nadie modeló la ternura y la ironía para hacerla belleza como ella. Siente lo que pasa, presiente lo que pasará. Mucho antes de que los dictadores argentinos inventaran la desaparición forzada de personas escribió: “Tantas veces me borraron, tantas desaparecí, a mi propio entierro fui/Sola y llorando/Cantando al sol como la cigarra/ después de un año bajo la tierra/ igual que sobreviviente que viene de la guerra”.
Descubrió el ADN de nuestro país cuando habló del Reino del revés. Nadie baila con los pies. Un ladrón es vigilante y otro es juez. Esa editorial cantada por todos la escribió hace 60 años y parece que fuera hoy.
Si hasta los trabajadores del INDEC, aprovecharon su melodía en su momento para quejarse cuando Guillermo Moreno los intervino porque dos más dos empezaron a ser tres. Un día sacudió a la temible y blindada dicta”dura militar desde Clarín con un texto que pasó a la historia. ”Desventuras en el país jardín de infantes”, se llamaba.
Y fue un golpe cultural demoledor al golpe militar. Y vino la democracia y vino Alfonsín que le ofreció un lugar en la política y otro en la tele junto a María Herminia Avellaneda. Y vino el peor de los dramas de 6 letras pero innombrable. Y ella le puso el cuerpo y las agallas para agarrar al cáncer a cachetadas y a los gritos. Lo maltrató, lo expulsó de su cuerpo, lo mantuvo a raya fuera de sus límites. Vade retro satanás.
Y se puso de pié nuevamente, como La Cigarra. Y todos los argentinos dimos gracias a la desgracia y a la mano con puñal porque la mató tan mal y siguió cantando. María Elena nos hizo mejores a todos. Nos hizo más felices y pensantes. Nos hizo más chicos y más grandes. Nos hizo más alegres y llorones.
María Elena de la palabra, María Elena de la conciencia, María Elena de la decencia. Una vida militando en la imaginación no es poco. Una vida militando en la libertad lo dice todo. María Elena, nos hizo más y mejores argentinos, si eso es posible. Por eso está en el cielo de la argentinidad: con Borges, Gardel, Piazzolla, Spinetta y Atahualpa Yupanqui.
Hay que recoger su nombre y llevarlo a la victoria. Para que los cuadernos de Centeno y la peor corrupción queden sepultados en el olvido y sus protagonistas presos. Y para que los cuadernos de María Elena se repartan como pan caliente por las calles. Y tal vez así, algún día dejemos de ser un país jardín de infantes lleno de corruptos y golpistas. Y tal vez el día que los pueblos sean libre la política será una canción…
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