viernes, 18 de enero de 2019

IDENTIDAD CULTURAL

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Un cepo de esta clase es siempre una gruesa viga, de ñandubay u otra madera dura, llena de agujeros y aserrada a lo largo, tomando por centro la mitad de los agujeros: la parte baja de este aparato está asegurada en el suelo, a la que va adherida por medio de grandes bisagras a un extremo, la parte alta que se cierra al otro por un gran candado.
Aquel aparato inquisitorial está colocado siempre a campo y bajo de un árbol, que la única protección que el paciente tiene contra los soles y las heladas y a donde es puesto del pescuezo, de las piernas o de donde se les ocurre al teniente alcalde que manda ejecutar el martirio.
Allí fue puesto Moreira, de las piernas y allí permaneció cuarenta y ocho horas sin que se le oyera la menor protesta contra aquel proceder arbitrario, mansedumbre que irritó al amigo Francisco, hasta el extremo de mandar echar de allí Vicenta, que vino a pasar la noche al lado de su marido.
Igual proceder se mandó observar con el suegro y los numerosos amigos que fueron a visitar al preso, única protesta muda que les era permitida de aquella acción cobarde.
Y pa mejor, una noche
¡qué estaquiada me pegaron!
Casi me descoyuntaron
por motivo de una gresca:
¡ahijuna, si me estiraron
lo mesmo que guasca fresca!
Canto V - Gringos en la frontera. La estaquiada. -
El gaucho Martín Fierro
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Estaqueada. Castigo frecuente en los fortines; consistía en atar de manos y pies, con guascas frescas, al hombre condenado a esa pena; al secarse, las guascas se ponían tensas y sometían a un verdadero martirio las coyunturas del reo.
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LA PENALIDADES DE ROSAS
La pena por estas infracciones era dura: el que circulara con cuchillo en día festivo estaría dos horas con el cepo en el pescuezo, y el que saliera sin el lazo, recibiría cincuenta azotes “a pantalón quitado”.
Sucedió que un día, Rosas se olvidó de traer su lazo. Cuando lo advirtió, dijo al capataz que le aplicase los cincuenta azotes de reglamento. Se desnudó, “bajándose los pantalones y tendiéndose en el campo, en presencia de todos sus peones”, listo para recibir la azotaina. Pero el capataz se negó a dársela, ante lo cual Rosas lo sancionó con cien azotes.
No contento con eso, otro día salió intencionadamente sin el lazo. El capataz, que ya sabía las consecuencias, lo mandó apearse y quitarse los pantalones, luego de lo cual “le aplicó con toda fuerza los cincuenta azotes”.
Narra La Madrid que “Rosas los sufrió sin hacer un gesto, y le hizo un regalo después a su capataz y criado, por haber llenado su deber”.

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