HABLÓ EL PROPIO ARQUITECTO JACQUES BEDEL
Duras criticas por la nueva fachada del Recoleta: "Es el mamarracho más grande que vi en mi vida"
El gobierno de la Ciudad desató una polémica a partir de la reapertura del Centro Cultural Recoleta. Uno de los arquitectos que participó de la creación del espacio, Jacques Bedel, se mostró furioso por la nueva fachada.
El gobierno de la Ciudad reailzó la reapertura del Centro Cultural Recoleta, con una fachada que luce, por lo menos, polémica. Quien se refirió al tema fue Jacques Bedeluno, de los arquitectos que crearon la imagen que -hasta ahora- tenía el lugar.
"Me parece el mamarracho más grande que vi en mi vida. Esto se hizo hace 40 años y se suponía que era un centro cultural, no un circo. No un centro de diversión payasística. Violar un edificio de esa forma no es ser actual. No pasa por ahí. La principal razón de ser, cuando se hizo, fue permitir que la gente del interior expusiera sus obras. Se ha desvirtuado esa primera idea. Es una afrenta. Lo ante el diario Clarín.
Antes y Ahora.
Adolescencia y hip hop como norte, de la mano de talleres de beatbox, karaoke queer, recitales de poesía. El día funciona también como presentación oficial de Amor de verano, la intervención del artista Yaia sobre la fachada que hiciera célebre el trío conformado por Clorindo Testa, Jacques Bedel y Luis Benedit en 1979, cuando pusieron a punto esa cara que mostró el Centro Cultural cuando se inauguró en 1980. Hoy, como aquella vez en la que el trío trabajó sobre la huella de lo que había sido un convento colonial, lo contemporáneo dialoga con la impronta histórica y abre algunas preguntas sobre los límites del arte actual para intervenir edificios históricos como este, que es Monumento Nacional.
Por lo pronto, Bedel, uno de los responsables de su cara más famosa, muestra su desaprobación y dice que el Centro Cultural Recoleta “no es una bailanta” para ser pintado como fue.
Hubo más de un año de obra y 114 millones de pesos de inversión para trabajar sobre los tres edificios que lo conforman. La fachada no quedó ajena a eso. El trabajo del diseñador rosarino Yaia se suma a una renovación que incluye nuevos espacios para zonas de estudio, de ocio, de dibujo y hasta una tienda dedicada al diseño contemporáneo.
Es justamente el frente, como carta de presentación, lo que llama la atención de los que por allí circulan: azules, turquesas, rosas, amarillos, enérgicos colores asoman para formar flores y parejas que se besan. En las redes las opiniones estuvieron divididas. Los seguidores de Yaia y de Rojovivo (encargados de la realización) celebraron el trabajo. Otras miradas, en tanto, apuntaron al modo en el que cambiaron el clásico tono pastel por la estridencia.
Uno de los críticos es el propio arquitecto Jacques Bedel. Esto se hizo hace 40 años y se suponía que era un centro cultural. No un circo. No un centro de diversión payasística. Violar un edificio de esa forma no es ser actual. No pasa por ahí. La principal razón de ser cuando se hizo fue permitir que la gente del interior expusiera acá sus obras. Se ha desvirtuado esa primera idea. Es una afrenta. Lo transformaron en un circo con burbujas de champagne”. Bedel explica que nadie le consultó sobre esta intervención, que sólo hubo un encuentro hace unos cuatro años, y que debería haber habido un concurso tratándose de un patrimonio protegido.
Así lucía en agosto de 2017.
Repasemos: cuando Testa, Bedel y Benedit hicieron aquel trabajo de restauración y puesta en valor en Junín 1930, el objetivo era alojar nuevas escenas culturales. En sus orígenes, el lugar había sido un claustro de los frailes recoletos. El arquitecto italiano Andrea Bianchi había diseñado esa primera fachada y los espacios interiores. Luego de que se fueran los frailes, allí funcionó un asilo para pobres y en 1979, cuando Osvaldo Cacciatore era intendente de facto, se comenzó con el proyecto para que fuera Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires, hoy Centro Cultural Recoleta. El proyecto de Testa, Benedit y Bedel contempló la demolición de algunos pabellones pero dejó fragmentos de esos muros para dar cuenta de ese pasado. En 2005, para los 25 años del CCR, Testa se puso al frente de otra remodelación. En las notas de la época hablaba de la necesidad de recurrir a lo que ofrece la actualidad.
En una entrevista dada a una revista de arquitectura chilena (publicada después de su muerte en 2013) le preguntaban si visitaba sus obras y él respondía: “No las voy a visitar, pero cuando paso las miro. A veces pienso en lo bien conservadas que están, pero tampoco me angustio por lo que pasa con una obra, como el Museo del Libro, que durante la construcción iba cambiando de color constantemente. Un día pasaba y estaba colorado, y al día siguiente era amarillo. Tampoco tiene sentido obsesionarse. Es una obra que vos hiciste, pero que no es tuya. No es tu casa, es de otro, y ellos tienen derecho”.
En la versión 2019 entra en juego Yaia (Julio Cesar Battistelli), un diseñador que ha trabajado con las marcas más importantes y nutre su obra de la estética retro del skate. Para hacer esta intervención tomó ideas de canciones que escuchaba de músicos como Los Palmeras, Babasónicos, Massacre Palestina, Grupo Red.
Luciana Blasco, subsecretaria de Políticas Culturales porteña, explica: “Sentimos que su arte, que está en el diseño de tablas de skate legendarias para los que están en eso y en estampas en ropa que se ponen personas en todo el mundo, transmite la emoción descarnada del amor que quisimos imprimirle a esta edición de Amor de verano, que tiene que ver con plazas, con calles, con encuentros a la noche en una ciudad con poca gente”.
La nueva estética busca convocar a la cultura joven.
La subsecretaria dice: “La fachada del Recoleta se intervino en otras oportunidades. En ningún caso hubo polémica. Pienso que lo que la despierta es que el hip hop y que los jóvenes de entre 13 y 17 años tengan ahora un espacio que los recibe y los alienta a venir y a hacer suyo el lugar. Todas las polémicas son bienvenidas, por supuesto, pero pienso que es mejor que nos pongamos de acuerdo sobre si estamos discutiendo la intervención de la fachada o el proyecto del Recoleta”. Para ella, “hoy el proyecto es ayudar a expandir la energía creativa de los jóvenes que están poniéndole un nuevo nombre al mundo y están sacando lo que tienen adentro con formas de expresión que a los que les llevamos veinte años y más nos parecen extrañas”.
Otras miradas abren el juego. Para Gabriela Siracusano, investigadora principal de Conicet y directora del Centro Materia de la UNTREF, “de la misma manera que Clorindo, y los demás artistas se “apropiaron” estéticamente de ese espacio, esto se trata de un vínculo distinto pero tan respetable como el anterior”, porque “los espacios arquitectónicos cambian con los tiempos, los usos, las necesidades y quienes los habitan”.
“El pasado incunable del Recoleta, La Organización Negra, La Primera Bienal, León Ferrari, La Kermesse y mucho más, en su momento fueron inconvenientes, molestos, criticados. Hoy el Recoleta no está pensado para conectar con lo establecido sino con lo que no tiene lugar y tiene mucho para decir”, concluye Blasco.
Los días venideros, con la presencia real o no de jóvenes por los pasillos del lugar, darán cuenta de si el objetivo de abrirles la puerta está logrado. Por ahora, los muros todavía guardan una historia apasionante y discusiones que nunca terminan de apagarse.
No morir de solemnindad
La innovación siempre nos empuja a elegir entre ser vanguardistas o conservadores.
Los griegos pintaban sus templos de colores, sin embargo, nos parecería una locura hoy. Si los antiguos hubieran tenido las pinturas actuales, intensas e inalterables, hubieran estado felices.
A fines de los 70, cuando convirtieron el viejo asilo de La Recoleta en centro cultural, Clorindo Testa, Jacques Bedel y Luis Benedit pintaron el frente de color terracota, las molduras de blanco, las terrazas celeste y las galerías amarillas. Fue una irreverencia y una genialidad. En el siglo XVIII, el cura Bianchi que construyó el edifico, no se hubiera atrevido a tanto. Sobre todo porque no tenía ni los medios, ni la imaginación.
Cada época habla a su manera. Los murales del Recoleta son un lenguaje sobrepuesto al que tenía el viejo edificio. Disruptivo e innovador. Démosle la bienvenida, qué no nos mate la solemnidad."Lo transformaron en un circo con burbujas de champagne", agregó Bedel, quien ideó y ejecutó la obra junto a Clorindo Testa y Luis Benedit.
Además, explicó que "nadie" lo consultó sobre la intervención a la fachada y que lo único que hubo fue un encuentro hace cuatro años
Por lo pronto, Bedel, uno de los responsables de su cara más famosa, muestra su desaprobación y dice que el Centro Cultural Recoleta “no es una bailanta” para ser pintado como fue.
Hubo más de un año de obra y 114 millones de pesos de inversión para trabajar sobre los tres edificios que lo conforman. La fachada no quedó ajena a eso. El trabajo del diseñador rosarino Yaia se suma a una renovación que incluye nuevos espacios para zonas de estudio, de ocio, de dibujo y hasta una tienda dedicada al diseño contemporáneo.
Es justamente el frente, como carta de presentación, lo que llama la atención de los que por allí circulan: azules, turquesas, rosas, amarillos, enérgicos colores asoman para formar flores y parejas que se besan. En las redes las opiniones estuvieron divididas. Los seguidores de Yaia y de Rojovivo (encargados de la realización) celebraron el trabajo. Otras miradas, en tanto, apuntaron al modo en el que cambiaron el clásico tono pastel por la estridencia.
Uno de los críticos es el propio arquitecto Jacques Bedel. Esto se hizo hace 40 años y se suponía que era un centro cultural. No un circo. No un centro de diversión payasística. Violar un edificio de esa forma no es ser actual. No pasa por ahí. La principal razón de ser cuando se hizo fue permitir que la gente del interior expusiera acá sus obras. Se ha desvirtuado esa primera idea. Es una afrenta. Lo transformaron en un circo con burbujas de champagne”. Bedel explica que nadie le consultó sobre esta intervención, que sólo hubo un encuentro hace unos cuatro años, y que debería haber habido un concurso tratándose de un patrimonio protegido.
Así lucía en agosto de 2017.
Repasemos: cuando Testa, Bedel y Benedit hicieron aquel trabajo de restauración y puesta en valor en Junín 1930, el objetivo era alojar nuevas escenas culturales. En sus orígenes, el lugar había sido un claustro de los frailes recoletos. El arquitecto italiano Andrea Bianchi había diseñado esa primera fachada y los espacios interiores. Luego de que se fueran los frailes, allí funcionó un asilo para pobres y en 1979, cuando Osvaldo Cacciatore era intendente de facto, se comenzó con el proyecto para que fuera Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires, hoy Centro Cultural Recoleta. El proyecto de Testa, Benedit y Bedel contempló la demolición de algunos pabellones pero dejó fragmentos de esos muros para dar cuenta de ese pasado. En 2005, para los 25 años del CCR, Testa se puso al frente de otra remodelación. En las notas de la época hablaba de la necesidad de recurrir a lo que ofrece la actualidad.
En una entrevista dada a una revista de arquitectura chilena (publicada después de su muerte en 2013) le preguntaban si visitaba sus obras y él respondía: “No las voy a visitar, pero cuando paso las miro. A veces pienso en lo bien conservadas que están, pero tampoco me angustio por lo que pasa con una obra, como el Museo del Libro, que durante la construcción iba cambiando de color constantemente. Un día pasaba y estaba colorado, y al día siguiente era amarillo. Tampoco tiene sentido obsesionarse. Es una obra que vos hiciste, pero que no es tuya. No es tu casa, es de otro, y ellos tienen derecho”.
En la versión 2019 entra en juego Yaia (Julio Cesar Battistelli), un diseñador que ha trabajado con las marcas más importantes y nutre su obra de la estética retro del skate. Para hacer esta intervención tomó ideas de canciones que escuchaba de músicos como Los Palmeras, Babasónicos, Massacre Palestina, Grupo Red.
Luciana Blasco, subsecretaria de Políticas Culturales porteña, explica: “Sentimos que su arte, que está en el diseño de tablas de skate legendarias para los que están en eso y en estampas en ropa que se ponen personas en todo el mundo, transmite la emoción descarnada del amor que quisimos imprimirle a esta edición de Amor de verano, que tiene que ver con plazas, con calles, con encuentros a la noche en una ciudad con poca gente”.
La nueva estética busca convocar a la cultura joven.
La subsecretaria dice: “La fachada del Recoleta se intervino en otras oportunidades. En ningún caso hubo polémica. Pienso que lo que la despierta es que el hip hop y que los jóvenes de entre 13 y 17 años tengan ahora un espacio que los recibe y los alienta a venir y a hacer suyo el lugar. Todas las polémicas son bienvenidas, por supuesto, pero pienso que es mejor que nos pongamos de acuerdo sobre si estamos discutiendo la intervención de la fachada o el proyecto del Recoleta”. Para ella, “hoy el proyecto es ayudar a expandir la energía creativa de los jóvenes que están poniéndole un nuevo nombre al mundo y están sacando lo que tienen adentro con formas de expresión que a los que les llevamos veinte años y más nos parecen extrañas”.
Otras miradas abren el juego. Para Gabriela Siracusano, investigadora principal de Conicet y directora del Centro Materia de la UNTREF, “de la misma manera que Clorindo, y los demás artistas se “apropiaron” estéticamente de ese espacio, esto se trata de un vínculo distinto pero tan respetable como el anterior”, porque “los espacios arquitectónicos cambian con los tiempos, los usos, las necesidades y quienes los habitan”.
“El pasado incunable del Recoleta, La Organización Negra, La Primera Bienal, León Ferrari, La Kermesse y mucho más, en su momento fueron inconvenientes, molestos, criticados. Hoy el Recoleta no está pensado para conectar con lo establecido sino con lo que no tiene lugar y tiene mucho para decir”, concluye Blasco.
Los días venideros, con la presencia real o no de jóvenes por los pasillos del lugar, darán cuenta de si el objetivo de abrirles la puerta está logrado. Por ahora, los muros todavía guardan una historia apasionante y discusiones que nunca terminan de apagarse.
No morir de solemnindad
La innovación siempre nos empuja a elegir entre ser vanguardistas o conservadores.
Los griegos pintaban sus templos de colores, sin embargo, nos parecería una locura hoy. Si los antiguos hubieran tenido las pinturas actuales, intensas e inalterables, hubieran estado felices.
A fines de los 70, cuando convirtieron el viejo asilo de La Recoleta en centro cultural, Clorindo Testa, Jacques Bedel y Luis Benedit pintaron el frente de color terracota, las molduras de blanco, las terrazas celeste y las galerías amarillas. Fue una irreverencia y una genialidad. En el siglo XVIII, el cura Bianchi que construyó el edifico, no se hubiera atrevido a tanto. Sobre todo porque no tenía ni los medios, ni la imaginación.
Cada época habla a su manera. Los murales del Recoleta son un lenguaje sobrepuesto al que tenía el viejo edificio. Disruptivo e innovador. Démosle la bienvenida, qué no nos mate la solemnidad."Lo transformaron en un circo con burbujas de champagne", agregó Bedel, quien ideó y ejecutó la obra junto a Clorindo Testa y Luis Benedit.
Además, explicó que "nadie" lo consultó sobre la intervención a la fachada y que lo único que hubo fue un encuentro hace cuatro años
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