jueves, 24 de enero de 2019
HISTORIAS DE BUENOS AIRES,
Las casitas de la General Paz
Desaparecidos en los 90, los chalets de estilo alpino que se encontraban a la vera de la avenida son un recuerdo entrañable para muchos vecinos. Se extendían desde Libertador hasta casi el Puente La Noria y pertenecían a los jardineros que se encargaban del mantenimiento del lugar. Un paisaje digno de la literatura infantil.
La Av. General Paz fue tomando forma allá por el año 1887. Nació como un bulevar de 100 metros de ancho con dos fragmentos de seis metros por lado, separados por canteros ajardinados como divisorio de las calzadas. Esta idea de modernización y progreso surgió durante la intendencia de Torcuato de Alvear, quien quería darle forma de ciudad a la vieja aldea. Pero fueron varios años después, más exactamente en 1941, cuando se constituyó en autovía, con el nombre de Avenida Parque General Paz. Esta arteria actúa como un cinturón que rodea a la Capital y la separa de la provincia de Buenos Aires, con una extensión de 24,3 kilómetros. Su recorrido se inicia en la Avenida Lugones, en cercanías del Río de la Plata, y concluye en el Puente de la Noria, sobre el Riachuelo.
Proyectada por el Ing. Pascual Palazzo, la construcción de la avenida comenzó en junio de 1937 y finalizó en los primeros días de julio de 1941. Se le dio especial atención a la forestación de la vía, para lo cual intervino la Dirección de Parques y Paseos de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Entre las dos calzadas se construyó un camino para jinetes y ciclistas.
El costo de la obra fue superado, por lo que no todos los cruces pudieron realizarse con sobre niveles. En consecuencia, se elevaron solamente los pasos ferroviarios con puentes de metal y los cruces con las grandes arterias fueron solucionados con puentes realizados en hormigón armado, algunos revestidos en piedra Mar del Plata. De todas maneras, se edificaron más de 25 puentes en su inicio y luego se agregaron otros, mientras que en el resto de los cruces se construyeron rotondas al mismo nivel.
El paisajismo fue la base del proyecto. Los retiros y las pantallas arbóreas estaban especialmente ubicados para evitar los problemas sonoros provocados por los automóviles. Asimismo, se pensó en la separación central de calzadas, para lo cual se plantaron arbustos de una cierta altura con el objetivo de tapar las luces de los faros de los vehículos que circulaban en sentido contrario. La vía central se proyectó para el tránsito rápido, con pavimento formado por losas de hormigón armado de 6 metros de ancho, 10 metros de largo y 15 centímetros de espesor en la zona central y 18 en los bordes, con un tratamiento para obtener una superficie antirresbaladiza.
En sus orígenes hubo una asamblea formada por los vecinos que iban a ser afectados por el proyecto, que no estaban de acuerdo con que se construyera una avenida puramente arbolada. En cambio, planteaban ubicar en un corredor central viviendas de carácter social: colegios, jardines de infantes, lugares para descanso para los transeúntes, destacamentos de bomberos, puestos policiales, clubes deportivos, etcétera. Estas autorizaciones debían culminar tres décadas después de su inauguración, con el fin de dar mayor amplitud a la avenida.
La idea no prosperó pero, a lo largo de la historia, la arteria se fue transformando. Se ensanchó en algunos tramos, con más carriles, pero siempre manteniendo el carácter de avenida parque con el cual se había concebido al viejo camino. La transformación más traumática y que le quitó identidad fue la realizada en 1994, cuando pasó a tener seis carriles centrales y dos colectoras. Así se transformó de avenida a autopista, muchos de sus puentes fueron extendidos, otros reemplazados y se talaron árboles. La ampliación se llevó consigo las casitas de estilo alpino, que eran utilizadas en sus orígenes por los jardineros que hacían el mantenimiento del parque. Con estos cambios se perdió la idea de un pulmón verde para la ciudad de Buenos Aires.
Las casitas se extendían desde Libertador hasta casi el Puente La Noria y pertenecían a los jardineros que se encargaban del mantenimiento del lugar.
La casita de Blanca Nieves
Como en un cuento de hadas, las viviendas que se levantaron a la orilla de la Avenida General Paz mostraban una impronta romántica y de ensueño, típica de la arquitectura historicista de finales del siglo XIX. Los diseños son atribuidos al arquitecto Arturo J. Dubourg, autor de grandes hitos porteños como el Hotel Claridge (1946), de Tucumán y Florida, y el Bristol Hotel (1950), de Cerrito y Sarmiento.
Estos chalecitos, conocidos también como alpinos, formaron parte de la avenida parque desde los años 50 hasta principios de los 90, cuando lamentablemente se decidió demolerlos para dar paso a nuevos carriles. Pero no sólo se fueron estas viviendas: también se perdió una gran cantidad de especies arbóreas que embellecían el paisaje.
Se construyeron 16 de estas casitas. La primera estaba ubicada lindante con la Avenida del Libertador y luego se sucedían una cada kilómetro y medio, quedando la última casi sobre el Puente de la Noria. Estas albergaban a los jardineros encargados de la manutención del espacio verde de la avenida y, además, embellecían con flores los alrededores.
En los últimos tiempos algunas de estas casas se utilizaron como depósitos de herramientas, hasta que llegó su triste final. Cada una constaba de dos ambientes construidos en ladrillo, cubierta de madera y techos de teja. Había dos tipos de casa: las pares tenían distribución distinta a las impares, pero en su concepción se mostraban prácticamente igual. Dependientes de la Dirección de Parques y Paseos de la Municipalidad de Buenos Aires, las viviendas eran realmente muy pintorescas y daban un toque de distinción a la avenida.
La musa inspiradora de este tipo de proyectos nació en la Italia de Mussolini, donde los caminos contaban con el cuidado de personal estatal que vivía en casas ubicadas a su vera. Tenían la tarea de cerrar todos los baches que se hubiesen originando por el paso vehicular, a los efectos de proteger a quienes utilizaban esas rutas. Una vez al año la General Paz se vestía de gala, ya que se hacía un concurso para premiar al jardinero con la casita cuyo jardín era el más agraciado.
Aquellos que desean tener una idea más exacta del valor arquitectónico de estas construcciones pueden ver una casa bastante similar en la plaza de Olivos. En este caso, luce techo de chapa y pasó a ser usada como taller de pintura.
Para pensar
Nuevamente, en nombre del progreso, la identidad arquitectónica de la ciudad y sus barrios dio un paso atrás. Esta arquitectura, cargada de gran emotividad, ha desaparecido pero queda en la memoria colectiva aquella imagen entrañable que se extendía a lo largo de la avenida. Todas las casitas fueron demolidas y no quedan vestigios, salvo viejas fotos. Santo Tomé, Fragueiro y Goleta Santa Cruz, todas en su cruce con la General Paz, son algunas de las calles donde se encontraban estos pequeños chalets. En nuestro barrio de Saavedra, a la altura de Balbín, también había un hermoso ejemplar que el tiempo se supo llevar.
Hoy lamentamos su desaparición porque eran lugares de ensueño. No pasaban desapercibidas a nadie y menos a los niños, que fantaseaban con encontrar a Blanca Nieves o a alguna hada encantada. Desde hace décadas, los distintos gobiernos nacionales y municipales han hecho una depredación del patrimonio arquitectónico en pos de la modernidad. Quizás este recordatorio sirva para hacernos reflexionar sobre el verdadero sentido del progreso y cuáles son sus virtudes y sus contras.
A más de dos décadas de la ampliación, hoy la avenida está colapsada y se argumenta que la solución es seguir ensanchándola hasta el infinito. Quienes toman decisiones sobre el tránsito en la Ciudad deberán preguntarse cuántos autos más pueden entrar. Y repensar, de cara al futuro, si estamos dispuestos a seguir perdiendo nuestro patrimonio.
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