jueves, 27 de junio de 2019
EL ANÁLISIS DE SERGIO BERENSZTEIN,
Los nuevos dilemas de seguridad nacional
Sergio Berensztein
El apagón del fin de semana pasado obliga a repensar aspectos fundamentales de los dilemas de seguridad del siglo XXI. Tradicionalmente, la infraestructura física más importante de un país era entendida como objetivo estratégico en términos militares: derribo de puentes, destrucción de vías férreas, inutilización de puertos y pistas de aterrizaje, ataques a los sistemas de agua, energía y comunicaciones. En las últimas décadas, las amenazas se multiplicaron gracias a la expansión de esa infraestructura crítica y a las modificaciones que la tecnología de la información y las comunicaciones (TIC) generaron en nuestra vida cotidiana y en el manejo de la cosa pública: la era digital hace que las empresas y los Estados, los individuos y las organizaciones sean mucho más vulnerables.
La infraestructura crítica comprende las redes que constituyen las venas del mundo actual, esenciales para mantener las funciones vitales de la sociedad. Incluye la energía eléctrica y los sistemas de transporte, información y comunicación. Para el Departamento de Seguridad Nacional de EE.UU. (Homeland Security), abarca los sistemas de producción, generación y distribución de agua y energía, los de TIC (incluidos los satélites), los de transmisión y almacenamiento de registros de propiedad y electrónicos, los de comunicaciones de preparación para emergencias y los activos físicos y tecnológicos que respaldan a todos los anteriores. Componentes imprescindibles para el desarrollo de un país y la vida de sus ciudadanos. Por eso deben ser considerados potenciales objetivos en caso de conflictos.
Las restricciones financieras para los sectores público y privado obstaculizan el progreso económico y social, generando una desventaja con relación a los países que pueden crecer y competir de forma eficiente. Una infraestructura inadecuada implica mayores costos para las empresas, menos oportunidades para los ciudadanos y riesgos más grandes para los Estados. Un problema severo que no solo afecta a la Argentina: el estado de decadencia del Aeropuerto La Guardia en Nueva York o los informes técnicos sobre el sistema interestatal de autopistas de EE.UU. hablan de que la cuestión está mucho más generalizada de lo que suponemos. Algunos factores estructurales profundizan la situación: la capacidad instalada está llegando a su nivel de agotamiento por cuestiones demográficas (crecimiento de la población), la expansión del comercio internacional (y el incremento en el volumen de bienes que se movilizan por el planeta) y fenómenos derivados del cambio climático (que aceleran el desgaste y la obsolescencia de importantes proyectos de infraestructura).
En los países desarrollados, el desafío consiste en coordinar esfuerzos para lograr un adecuado reemplazo y una actualización oportuna de los recursos existentes. Cuestiones políticas, burocráticas y fiscales hacen que aun las democracias más estables enfrenten dificultades para garantizar una infraestructura crítica que contribuya a la competitividad. Italia estima que unos 300 puentes en su territorio están en riesgo de colapso. La situación es mucho más complicada en los países emergentes, que arrastran múltiples déficits, en particular relacionados con la infraestructura crítica, con un costo de financiamiento que hace que cerrar la brecha sea casi imposible. Estas naciones deberían tener como objetivo conseguir el "grado de inversión" para encarar programas ambiciosos de desarrollo en este plano con costos razonables. Las consecuencias de no hacerlo son claras. Sudáfrica debe reducir la carga eléctrica en algunas regiones para evitar apagones en todo el país. Ciudad del Cabo se está quedando sin agua. La solución transitoria: transportar un témpano desprendido de la Antártida.
Aunque hay consenso entre los sectores público y privado sobre la importancia de la infraestructura para el crecimiento, las inversiones escasean. El Foro Económico Mundial espera que llegue a US$79.000 millones anuales en 2040 a nivel global, contra una necesidad estimada de US$97.000 millones. Una brecha de US$18.000 millones que, para ser cubierta, necesitaría un aumento anual aproximado -y poco probable- de 23%.
Esto se agrava porque desde comienzos de siglo, y en aumento, surgió una nueva problemática en seguridad: daño o destrucción de infraestructuras críticas por ataques terroristas. Ya no son conflictos entre Estados, sino Estados nacionales contra redes de crimen organizado que a veces cuentan con apoyo de actores estatales. Las soluciones no resultan obvias: el avance de la digitalización deja resquicios para que penetren aquellos dispuestos a vulnerar las reglas. Los Estados y las principales empresas asignan enormes presupuestos para limitar los ataques de ciberseguridad, amenaza constante, latente y con consecuencias potencialmente catastróficas.
Algunos sugieren que estamos ante una nueva Guerra Fría, pero digital. Cada vez más, los conflictos y las tensiones geopolíticas tienen lugar en el espacio virtual. La protección del ecosistema tecnológico alrededor de la tecnología móvil de quinta generación (5G) enfrenta a China y EE.UU. 5G ofrecerá velocidades de banda ancha mucho más rápidas y se prevé que tendrá múltiples aplicaciones militares y de inteligencia, desdibujando la línea entre lo comercial y lo estratégico. Desde 2015, China -donde el despliegue comercial de esta tecnología tendrá su punto de partida en 2020- supera a EE.UU. en unos US$24.000 millones en infraestructura de comunicaciones inalámbricas, de acuerdo con un informe de Deloitte. Se espera que las empresas del país asiático obtengan hasta el 40% de las patentes asociadas a esta nueva tecnología, cuando solo habían alcanzado el 7% de las relacionadas con 4G. ¿Cuál es la importancia de ganar la carrera del 5G? Obtener desde una mayor participación de mercado hasta la influencia sobre los estándares globales y los derechos de licencia. Los sistemas de navegación global, como el GPS, se consolidan como la principal fuente de información sobre posición y tiempo, fundamental para el funcionamiento seguro de servicios como automóviles sin conductor, comunicaciones de máquina a máquina e internet de las cosas. El control de esta nueva infraestructura determinará ventajas tecnológicas que darán el dominio de la nueva era del capitalismo del siglo XXI.
Así, algunas hipótesis de ataques no convencionales cuestionan los esquemas de evaluación de riesgos tradicionales y plantean situaciones de potencial emergencia para las que la mayoría de los países no está preparada. Hay que considerar las interdependencias entre sectores y fronteras y cuantificar el impacto económico de la interrupción de infraestructuras críticas, ya que podrían derivar en crisis humanitarias que involucren a países limítrofes o riesgos de salud pública a escala regional.
Esperemos que el informe oficial sobre lo ocurrido el domingo pasado establezca causas y responsables. Las amenazas de seguridad que involucran infraestructuras críticas aumentan. Y para enfrentarlas necesitamos prepararnos con seriedad y responsabilidad, repensando el papel, la formación y la coordinación de nuestras fuerzas de seguridad.
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