Secuelas de un apagón masivo, una casa embrujada y varios consejos eléctricos
Me llamaba la atención no haber recibido más mensajes del diario. Unas horas antes, y en virtud del bonito apagón masivo que sufrió el país el domingo La electricidad había vuelto mucho antes de lo que había anticipado el gobierno, y por lo tanto tuve el -digamos- privilegio de subir a mi estudio, usar una buena pantalla con mi teclado a prueba artillería antiaérea, todos mis diccionarios y, aún más importante, el archivo de autocorrección de LibreOffice. Había cierta urgencia -como siempre ocurre durante estos incidentes inesperados- y, con herramientas bien temperadas, el texto salió rápido. Aclararé, por si no es obvio, dos cosas.
Primero, que estos cierres urgentes son de las cosas que uno más disfruta Segundo, que estudié mecanografía en la Two Fingers School, así que cuando redacto rápido alcanzo tasas de errores de tipeo insólitas. Por ejemplo (y no es chiste) puedo escribir de diez formas erróneas palabras que tienen solo cuatro letras (les agrego involuntariamente espacios, tildes sueltas, números, símbolos; un desastre). Durante mis primeros quince años como periodista, mis notas eran una colección de tachaduras, como esos documentos desclasificados con palabras suprimidas con marcador negro por todas partes.
Lógico, con la máquina de escribir no había autocorrección y uno no tiene tiempo para borrar o algo así. Tachabas y seguías. Cuando la autocorrección llegó a los procesadores de texto fue, para mí, como alcanzar un cierto estado de bienaventuranza edénica. Para que no crean que exagero, mi archivo de autocorrección ocupa unos 800.000 caracteres. Más o menos una quinta parte de eso son las palabras que sistemáticamente tipeo mal y que LibreOffice corrige automáticamente. Esa cantidad de texto representa casi un año de Manuscritos, por ejemplo. Y sigue creciendo, claro está. Soy muy creativo al momento de pifiarle a las teclas. Pero, con los años, he logrado una eficiencia mecanográfica que, ciertamente, no es virtud propia, sino de la automatización. Dado su valor, cada noche, un archivo de ejecución por lotes copia en Dropbox el fichero de autocorrección y el standard.dic (las palabras que agregás al diccionario de LibreOffice).
Muy bien, la nota ya estaba subida a la Web, terminé de preparar el almuerzo, y todo indicaba que el apagón había quedado definitivamente atrás. Pero un rato después volvió a irse. Considerando la escala del corte de la mañana, no me llamó para nada la atención. Sí, en cambio, que a eso de las cinco de la tarde no se hubieran vuelto a comunicar del diario; era muy probable que una versión de mi columna saliera en la cobertura sobre el apagón al día siguiente, en papel, y seguramente haría falta adaptarla un poco. Miré el smartphone. No había 4G. Pero en ese momento, empezó a sonar. No me equivocaba. Iba a salir una versión en papel al día siguiente.
Solo que ahora no tenía ni luz ni datos. Quedamos en que si la electricidad no volvía a tiempo, me subía al auto e iba para otro lado. Mientras tanto, eché de menos mi máquina principal, ahora en hibernación, y maldije el momento en que, en los días previos había hecho una serie de cambios en mis notebooks. Para no hacerlo largo, solo tenía una portátil con carga y Linux al mismo tiempo. Problema: era un Linux recién instalado.
Linux viene con LibreOffice, al revés que Windows, que no trae ninguna herramienta decente de escritura. Pero con un Ubuntu recién instalado no tenía acceso a mi archivo de autocorrección; para colmo, ese equipo en particular tiene teclado en inglés, lo que me complica mucho las cosas, porque no tipeo al tacto. Única cosa a favor: el teclado con retroiluminación.
Sin embargo, se me hizo muy cuesta arriba. Entre el teclado en inglés y mi torpeza, me la pasé mas tiempo enmendando que escribiendo. De pronto me pregunté: "¿Por qué no tengo 4G?" Las últimas noticias, antes de que volviera a cortarse la luz, decían que el suministro eléctrico se estaba restaurando. Las antenas de telefonía deberían tener cierta prioridad. Entonces recordé que para ahorrar batería había cortado todo (GPS, Bluetooth, datos, Wi-Fi, etcétera) la segunda vez que nos quedamos sin luz.
Activé de nuevo los datos (en efecto, había 4G), activé el hotspot móvil y convertí el teléfono en un router Wi-Fi que emplea 4G en lugar de DSL, cablemódem o equivalente. Entré en Dropbox, bajé los archivos de LibreOffice y los instalé. Ahora, escribir se me había facilitado notablemente y empecé a avanzar en la edición.
Pero la escena era de lo más extravagante. Una notebook conectada a Internet mediante un celular transformado en router en una habitación iluminada por velas. Finalmente, la nueva versión salió rumbo al diario a las 18,17. A las 19,01 volvió la luz. Más tarde hubo que acortar un poco el texto (eso es algo de lo más normal), y envié la última versión, por Wi-Fi y desde mi PC, a eso de las 8 de la noche. Un poco después, la luz se cortó de nuevo, así que fue una velada romántica -aunque algo limitada porque mi horno es eléctrico- y recién se restableció el servicio en algún momento de la madrugada.
Las secuelas persistirían, no obstante. El lunes se cortó un par de veces y al final todo pareció normalizarse. Hasta el martes a la noche.
Se quemó el velador (pista: no se quemó)
Estaba trabajando en mi computadora cuando ocurrió algo de lo más raro. Se activó el UPS (Uninterruptible Power Supply; SAI, en español) y la lámpara de mi escritorio bajó mucho su intensidad. Miré por la ventana y vi casas con y sin luz. Salí de mi estudio y, todavía más insólito, ¡también en casa había luz!
El primer paso fue determinar por qué algunas luminarias funcionaban bien y otras, no. Es más, algunas se mostraban mortecinas, pero funcionaban. Miré un protector que tengo en mi estudio, cuya única función es monitorear el estado de la tensión, y en su display titilaba el alarmante mensaje "U-L"; eso significaba que el voltaje había caído por debajo de 175 Voltios. Malo, muy malo. ¿Pero, en cuánto estaría? Bajé corriendo a buscar el tester y cuando subí, a medio camino, noté que un velador se había apagado; dato no menor: es un velador LED. Lo desenchufé y medí ese tomacorriente. Ochenta Voltios.Houston, we have a problem.
Fui a ver la caldera y el display parecía un videojuego. La desenchufé. Medí. Ochenta Voltios. Las bombas, lo mismo. Las desconecté. La baja tensión es muy mala para ciertos motores, así que, salvo la heladera, que tiene protección, desenchufé todo lo demás, por si acaso. La pantalla del horno eléctrico mostraba un mensaje de error que nunca había visto antes. Empotrado en el mobiliario, no tenía posibilidad de desenchufarlo, así que lo desconecté desde el tablero.
Volví a mi estudio, y ahí la tensión también era de 80 V. En total, y nunca podré saber la razón, todos los enchufes de la planta alta se encuentran conectados a la fase que se había caído. No así las luminarias, excepto las dos de la escalera. Volvamos al velador.
Lo probé en la planta baja y andaba. Así que su electrónica tenía, como corresponde, una protección contra anomalías de tensión. Lo mismo -estaba seguro- una de las luces LED de la escalera, que parecía no funcionar; la otra, más económica, seguía con su luz débil. La apagué, por obvias razones.
Volví a mirar las casas del barrio y era notable. Algunas estaban por completo a oscuras. Otras, no. Al día siguiente, me enteré de un par de bajas que habían sufrido mis vecinos en sus electrodomésticos.
Así que aquí van algunos consejos. Como ocurre con la presión sanguínea, una tensión muy baja (por debajo de 175 V, pongamos) es tan mala como la tensión muy alta, aunque por razones diferentes. Algunos dispositivos vienen con sus propios sistemas de protección, que desconectan la pieza sensible de la corriente. Otros, no.
Con tiempo e inversiones (mucho tiempo y muchas inversiones), el sistema eléctrico argentino debería ir consolidándose. Pero la distribución de electricidad para decenas de millones de habitantes -más todo lo que depende de este servicio, como los semáforos, la iluminación pública, el agua potable, y sigue la lista- es de verdad muy complejo. Mucho más de lo que queremos aceptar. Los cortes masivos son muy raros. Pero las fallas convencionales (cortes circunscriptos, caídas y picos de tensión, ruido eléctrico) van a seguir ocurriendo. Son, de cierto modo, una característica de todo sistema eléctrico. Idealmente, deberían acontecer muy de vez en cuando. Pero, de momento, mi mejor consejo es que ciertos equipos indispensables, como la heladera o la caldera tengan algún tipo de protección. Hay equipos pequeños y bastante económicos, al menos en comparación con el valor de los dispositivos que protegen, que recomiendo utilizar allí donde se pueda.
Con las computadoras, es necesario un UPS. Los UPS hogareños suelen tener uno o dos tomas identificados como protectores de picos de tensión. Eso significa que no solo entregarán corriente durante unos minutos después de que se corte la luz y, si están correctamente configurados, pondrán la computadora en hibernación de la forma adecuada (para que no se corrompan archivos, por ejemplo), sino que también evitarán que una suba de voltaje cause daño.
A. T.
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