martes, 10 de diciembre de 2019

LA PÁGINA DE LAURA DI MARCO,


Alberto y Mauricio, en la grieta sexual

Laura Di Marco
Aunque muchos no se han enterado aún, lo que parte de la política discute en la Argentina -y en la mayoría de las democracias occidentales avanzadas- es un nuevo modo de vivir. Un manual del siglo XXI, que le pone palabras o que tipifica como delito, en los medios y la Justicia, a aquello que antes se escondía en el fondo del inconsciente colectivo. La familia tradicional, por caso, empieza a ser solo una forma de vivir, no la hegemónica ni la única. La diversidad y las disidencias sexuales se legitiman a la luz del día. Las mujeres comienzan a participar en aquellos ámbitos de los que habían sido históricamente excluidas: el terreno donde se juegan el poder y el prestigio. El proyecto vital de los jóvenes ya no es encontrar un "trabajo seguro", sino viajar, experimentar, fluir.
La reforma del Código Civil de 2105 deja en claro que los hijos dejaron de ser "propiedad" de los padres. Incluye figuras como "responsabilidad parental" o "autonomía progresiva" en la franja de la adolescencia que va de los 13 a los 16 años. Se borró la idea del tutelaje para reemplazarla por la de contención de un adulto responsable, que puede ser una tía o una abuela: una diferencia crucial en los casos de abuso sexual intrafamiliar, en los que no puede esperase que quien está acusado de violar a una niña 13 o 14 años (la pareja de la madre, por ejemplo) también haga la denuncia y la acompañe. Traducción: en este nuevo mundo, los hijos e hijas adolescentes tienen progresivos derechos, deben ser escuchados y pueden decidir.
Alberto y Mauricio, dos presidentes de 60 años, formados política y emocionalmente en el siglo XX, apenas bordean superficialmente estos debates. Un tanteo que los empujó a meterse, de lleno y en medio de la transición, en la grieta sexual. Mauricio Macri hirió innecesariamente a un sector importante de su propia coalición (los radicales, la activista Silvia Lospenato) al vetar la actualización de un protocolo que ordenaba el acceso al aborto no punible. Es decir, no solo no avanzaba sobre el Congreso (como argumentó el Presidente), sino que, por el contrario, reconfiguraba el marco legal vigente. Y que, por si fuera poco, había sido fruto, en parte, de un trabajo colectivo impulsado por su propio gobierno. En 2017, Cambiemos puso en marcha el Plan Enia (Plan Nacional de Prevención del Embarazo no Intencional), dirigido por la socióloga Silvia Ramos e implementado en 12 provincias donde la tasa de embarazos adolescentes es alarmante. En ese universo, el 80 por ciento de los embarazos de niñas y jóvenes son fruto de una violación, en muchos casos intrafamiliar. El protocolo de Rubinstein también tenía en cuenta una ley de 2018, votada por unanimidad, que transformó al abuso sexual infantil (ASI) en un delito de instancia pública: es decir, apenas hay una denuncia (no necesariamente de la familia), el fiscal puede actuar y proteger. El problema en muchos feudos es que no está garantizado lo mínimo: el acceso a un derecho que tiene casi 100 años, como es la interrupción del embarazo cuando proviene de una violación.
Alberto también se enredó, dentro su propia coalición, con la promesa de legalizar el aborto apenas asuma. Un anuncio que lo llevó a un enfrentamiento prematuro con la Iglesia y el Papa, una pieza estratégica de su armado. La cancelación de una entrevista con Francisco lo hizo recalcular. En sus oficinas de Puerto Madero estudia ahora estirar esa discusión. En el medio, estalló el caso Alperovich, que lo obligó a pronunciarse públicamente sobre una grave denuncia por violación. Sin embargo, lo que Fernández dijo en público sobre el caudillo tucumano es suave con respecto a los duros calificativos que le dedicó en privado. Pero el affaire tucumano hizo visible algo más profundo: su asociación con barones feudales que viven y gobiernan creyendo que el Estado, los objetos y los cuerpos de las mujeres son de su propiedad.
En videos, donde es entrevistado, el único hijo de Alberto Fernández, Estanislao, ha dicho de sí mismo que tuvo que salir dos veces de clóset: una para comunicarle a su mamá que era gay, y la segunda, para decirle que, en verdad, se autopercibía bisexual. "Estoy orgulloso de mi hijo, es un chico fantástico", afirmó el futuro presidente en una postal que lo coloca en el siglo XXI, mientras que, en paralelo, sostiene una alianza con lo más retrógrado del caudillismo peronista, que lo ubica en una foto del siglo XIX. Entre estos dos universos, ideológicamente enfrentados, deberá aprender a navegar.

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