viernes, 13 de marzo de 2020

CLAUDIO ZUCHOVICKI...OPINA,


La esperanza nos hace soñar; la experiencia nos despierta

Claudio Zuchovicki
Es un placer recibirlos nuevamente en este espacio. Voy a jugar con un cuento bíblico que me apasiona para generar un debate que, espero, resulte interesante. ¿Por qué a la hora de tomar decisiones nos dejamos llevar más por el deseo de lo que queremos que pase y no tanto por la experiencia adquirida?
Cuenta la historia que, en un pueblo de la antigua Babilonia, vivía un sabio millonario, muy querido y consultado, que estaba muy enfermo y sabía que solo le quedaban tres semanas de vida. Tenía un solo hijo (Natán) al que siempre le interesó vivir bien, pero sin esforzarse. Natán no podía heredar la profesión de su padre; entonces el sabio encuentra que la mejor manera de transmitir sus valores era proponerle el siguiente desafío: "Hijo, si tú me demuestras que eres capaz de ganarte en estas tres semanas diez dinares con el sudor de tu frente, heredarás toda mi fortuna. Si no, lamentablemente lo donaré a un lugar en el que utilicen mejor el fruto de mi trabajo". El hijo acepta el desafío y lo habla con sus amigos. Uno de ellos, de esos que nunca faltan, le ofrece el siguiente trato: "Amigo Natán, yo te doy esos diez dinares, tú se lo das a tu padre como muestra de que puedes ganártelos y luego, cuando heredes la fortuna, me devuelves veinte dinares" Obviamente, Natán acepta.
Pasa la primera semana y Natán le lleva a su padre las monedas y le dice: "Toma, padre, aquí tienes los diez dinares producto de mi esfuerzo". El padre lo mira a los ojos, mira las monedas y las tira al fuego diciendo: "Hijo, esto no lo ganaste con el sudor de tu frente". Natán agacha la cabeza y se va. Les cuenta lo sucedido a sus amigos, que ahora le aconsejan: "Tu padre es un sabio, no lo vas a engañar fácilmente". Le aconsejan ir con otros diez dinares, llegar sobre la hora y hacer un acting de esfuerzo, ir con toda la ropa rota y sucia, agotado, sudado y pasar por el puerto para tomar feo olor. Natán cumple al pie de la letra, se encuentra a la segunda semana con el padre y le dice con voz cansada: "Toma padre, aquí tienes los diez dinares producto de mi esfuerzo." El padre lo mira a los ojos, mira las monedas y las tira al fuego diciendo: "Hijo, esto no lo ganaste con el sudor de tu frente". Natán agacha la cabeza y se va.
Queda una semana. Y si no revierte la situación, Natán no heredará nada y tendrá que trabajar en serio para subsistir. Un amigo del padre, el amigo bueno que siempre te da la vida, lo ve y le aconseja que haga el esfuerzo de verdad, que no haga trampas y que seguramente el padre, que es muy justo, lo compensará.
Esta vez sí, Natán decide aprovechar su oportunidad. Y le pasa de todo, como a todos los mortales. Empieza trabajando para un recolector de maíz que no le cumple el pago, luego lee cuentos a personas que no sabían leer y logra juntar algo, pero le roban lo recaudado. En una semana, Natán entiende en carne propia lo que es el maltrato, el sentirse esclavo y estafado. Hasta que logra juntar, con millones de decepciones, moneda tras moneda. Se las lleva a su padre ya moribundo y cerrando su testamento.
Con bronca, con algo de ira y con la voz muy alta dice: "Tomá padre, aquí tienes los diez dinares producto de mi esfuerzo". El padre lo mira a los ojos, mira las monedas y las tira al fuego diciendo: "Hijo, esto no lo ganaste con el sudor de tu frente" y Natán reacciona mal, lo insulta, lo increpa con mucha vehemencia. Y el padre finalmente lo mira a los ojos y con un fuerte abrazo le dice: "Ves, hijo, ahora sí. Ahora se nota que son tuyas. Estas monedas sí las ganaste con tu esfuerzo. El hijo hereda la fortuna y, mejor aún, una lección de vida: si uno no defiende lo suyo, nadie lo hará.
Con la esperanza de que les haya gustado el cuento, les pregunto: ¿por qué esperamos siempre situaciones límites para tomar decisiones? No reaccionamos hasta que nos duele, hasta que se ve afectada la dignidad.
Es probable que si un amigo tiene un problema coronario y se lleva un gran susto, nosotros nos empecemos a cuidar fuertemente con la sal, el alcohol, el cigarrillo y con todo tipo de excesos; pero seguramente a la semana ya empezamos a aflojar y al mes ya ni nos acordamos. Ahora, si el del susto es de uno mismo, o sea, si nos pasa a nosotros, ahí cambiamos los hábitos para siempre. Lo mismo pasa con un robo; si le pasa al vecino estaremos una semana más alertas, pero si somos la víctima directa ya no viviremos seguros el resto de la vida.
En la macro, es decir, en temas de una sociedad, hay ejemplos como los de Chile, Ecuador, los Indignados en España, la Primavera Árabe, nuestro 2001, o nuestro campo en 2008. Se tarda, pero cuando se abusa del ciudadano, del depositante, del contribuyente, tarde o temprano una sociedad responde, ya sea por malestar económico, por exceso de presión fiscal o ante una insoportable inseguridad.
Un lado B de este debate es preguntarles, amigos lectores, hasta qué punto uno tiene que insistir con una posición tomada. Por qué siempre cuando finalmente logramos tomar una decisión, nos cuesta tanto aceptar un error o dar marcha atrás. Hacemos una inversión y, si sale bien, enseguida tomamos la ganancia y, si sale mal, esperamos y esperamos. No sé qué, pero esperamos. Bajo el lema de que la esperanza es lo último que se pierde, tenemos el mandato de insistir e insistir: desde mi punto de vista, eso es porque confundimos esperanza con experiencia. La esperanza es un deseo de que las cosas pasen, aunque nuestra experiencia nos diga que eso "no va a pasar".
La economía es una ciencia social y nos esforzamos en tratar de predecir lo que va a suceder, cuando por lo general no tenemos la menor idea de cómo la sociedad reaccionará ante ciertos estímulos. Ni sabemos cómo reaccionaremos nosotros mismos.
Adoro la frase "persevera y triunfarás", pero hay millones de ejemplos donde lo más lógico (económicamente hablando) es admitir que se ha perdido. Y a otra cosa.
Cuando uno llama por teléfono a un prestador de servicios y responde un contestador automático: "Nuestros asistentes están todos ocupados, aguarde unos instantes y será atendido" y pasaron 10 minutos o más, nos preguntamos: ¿corto? ¿o ya invertí tanto tiempo esperando que me quedo aferrado al teléfono? O cuando se espera un subte y no viene, ¿cuál es el límite de espera? Lo mismo pasa cuando uno invierte en una acción, un bono, un proyecto o un negocio, ¿cuál es el límite de la lucha, perseverancia, terquedad u obsesión?
Vamos adquiriendo experiencia, vamos creciendo, vamos entendiendo, pero por algún motivo volvemos a repetir errores, como, por ejemplo;
1. Ser ingenuos cuando nuestra experiencia nos dice: "Te está mintiendo" (ya escuchaste a otro decir lo mismo).
2. Volver a prestar si nuestra experiencia nos dice: "No tiene como devolverlo". O no tiene la voluntad de hacerlo.
3. Ir a la cancha a alentar a tu equipo y gritar "¡dale campeón! ¡dale campeón!", cuando nuestra experiencia nos dice: "Hoy nos hacen tres goles".
4. Escuchar a un demagogo/a decir que lo hace por la gente, cuando la experiencia nos dice que ese demagogo siempre vivió de la gente.
5. Comprar acciones de una empresa solo porque están baratas, cuando la experiencia nos dice : "Te van a empomar... de nuevo".
6. Expresar: "Creo que la persona cambió, es diferente" cuando nuestra experiencia nos dice: "Nunca nadie deja de ser lo que es".


¿Saben cuándo nos pasa? Cuando mágicamente la esperanza de que algo suceda puede más que la experiencia. Cada mañana, nos levantamos con la esperanza de que lluevan inversiones, de que otro ponga el dinero por nosotros. Pero la experiencia nos interroga: "Si solo suben los impuestos al que invierte, si tienen que pagar doble indemnización si fallan, si no les brindamos infraestructura ni reglas del juego estables, si los cargamos de ingresos brutos, si ARBA les duplica el impuesto inmobiliario y no sé cuántas cosas más", ¿por qué creemos que ahora sí vendrán las inversiones? Creo que es momento de respetar más la voz de la experiencia.

El autor es licenciado en administración con un posgrado en finanzas. Gerente de Desarrollo de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires; director del laboratorio de finanzas de la UADE

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