miércoles, 18 de marzo de 2020
HONRAMOS A LA ENORME CIENTÍFICA Y SER HUMANO EJEMPLIFICADOR,
Etología. La bióloga argentina que entrena ratas en África para salvar vidas humanas
Micaela Bernárdez Vidal es la primera latinoamericana que trabaja en Tanzania para una organización belga que capacita roedores en la detección de minas y tuberculosis
Para Micaela Bernárdez Vidal, los roedores son seres entrañables. “Mi padre nos inculcó el amor por la naturaleza, la ciencia y los animales. De chica, llegué a sacar ratitas de la boca de mis gatos para llevarlas al veterinario”, recuerda. Cuando hizo la tesis de grado de biología de la Universidad Caece en un instituto de investigación en Belgrano, rescataba ratas sobrevivientes de experimentos y los adoptaba como mascotas en su casa de Palermo. Hoy tiene el trabajo soñado: fue contratada por una organización belga sin fines de lucro que cría y entrena ratas gigantes en Tanzania para la detección de tuberculosis y minas antipersonales, lo cual en dos décadas permitió evitar más de 130.000 infecciones potenciales y liberó del terror de las detonaciones accidentales a un millón de personas.
Además de un extraordinario sentido del olfato, las ratas de la especie Cricetomys ansorgei (relacionada con los hámsteres y distribuida en el África subsahariana) tienen características biológicas y de comportamiento que las vuelve muy apropiadas para esa faena.
“Son más livianas que los perros, por lo cual requieren menos comida y espacio, y no detonan las minas [cuando inspeccionan un área]”, explica Bernárdez Vidal, que ingresó a Apopo como técnica en 2018 y hoy es jefa de aseguramiento de calidad en el campus de una entidad asociada, la Universidad de Agricultura de Sokoine, en Morogoro.
Las ratas “héroes” o “Herorats”, como las denomina el sitio web de Apopo, tampoco se apegan a un cuidador específico y resisten mejor las enfermedades tropicales. Su expectativa de vida también es más alta que la de la mayoría de los roedores. Hay 56 trabajando en la detección de minas, 32 en la de tuberculosis y 30 en investigación y desarrollo para otras aplicaciones, como la identificación de salmonelosis, el rescate de víctimas atrapadas por desastres naturales y la intercepción del tráfico de fauna. “Si hay algo con un olor único, una rata capacitada lo puede advertir”, dice Bernárdez Vidal. También hay 70 en entrenamiento y un par que desempeñan funciones como “embajadores” en el extranjero.
El entrenamiento de las ratas puede completarse en nueve meses. Se basa en un método de aprendizaje con refuerzo positivo por recompensa (comida), al que se le suma un estímulo sonoro que fortalece la asociación: el famoso “condicionamiento clásico” descripto por Pavlov a fines del siglo XIX. El desafío de los roedores es que logren discriminar muestras positivas de negativas. Cada vez que aciertan en la detección de tuberculosis o TNT, suena un clic y reciben un premio.
“No son animales agresivos, son más bien escurridizos”, afirma Bernárdez Vidal, que asegura que una clave es la socialización temprana con los humanos. “Algunos dan besos y lamen, otros vocalizan mucho. Todo el equipo les tiene un cariño increíble. Los entrenadores (tanzanos) bautizan a los roedores bebés con el nombre de sus hijos”, añade. Otras ratas llevan el nombre de celebridades del rock, el deporte o la política.
Al finalizar su capacitación, las ratas deben superar varias pruebas para acreditar sus habilidades olfativas. Y quedan listas para salir al terreno. Cuando huelen una muestra de esputo positiva para tuberculosis, sostienen la trompa durante más de 3 segundos. Aquellas entrenadas para detectar minas empiezan a rascar el suelo en el sitio sospechoso.
Tanto la tuberculosis como las minas son amenazas para la salud pública. En 2018, 10 millones de personas contrajeron la enfermedad en el mundo, de los cuales fallecieron 1,5 millones. Si no se diagnostica y trata a los pacientes, en un año transmitirán el bacilo a 10-15 personas. “Una rata puede chequear 100 muestras de esputo en 20 minutos, mientras que un técnico es capaz de evaluar la misma cantidad en cuatro días”, enfatiza Bernárdez Vidal, y añade que los resultados “sospechosos” se confirman en laboratorio antes de ser informados. Hoy, Apopo trabaja con 150 clínicas asociadas en Tanzania, Mozambique y Etiopía, aumentando la detección en un 40%. Bernárdez Vidal cree que podrían ser útiles también en la Argentina, “tal vez para áreas remotas con poco alcance de cobertura”.
Las minas antipersonales y los remanentes explosivos de guerras, en tanto, mataron o hirieron a casi 7000 personas en 2018 y se calcula que hay decenas de millones bajo tierra en 60 países. “Una rata puede recorrer y examinar el área de una cancha de tenis en media hora, mientras que un técnico con un detector manual tardaría hasta cuatro días”, dice la bióloga, con la ventaja adicional de que solo los animales pueden captar el olor de artefactos caseros con bajo porcentaje de metal. La ONG tiene proyectos en Camboya y Angola, y tuvo presencia en Zimbabwe y Colombia. Ninguna rata murió jamás en la tarea.
Bernárdez Vidal, técnica graduada en la ORT, trabajó 12 años en la industria de la investigación clínica y se reinventó en África. Se había enamorado de Tanzania en 2014, durante unas vacaciones en el Serengueti. Mandó un currículum a Apopo “como quien tira una botella al mar” y tuvo suerte. Junto a su esposo vive en una casita en Morogoro, al pie de las montañas, a 200 km de Dar es-salaam. Aprendió el suahili y dice que la gente es “divina”. “El país tiene muchas tribus e idiomas –explica–, pero el primer presidente inculcó el concepto de que todos los tanzanos son una familia, sean musulmanes o cristianos. No hay terrorismo. Nunca me sentí insegura”.
Para las ratas gigantes entrenadas, la vida también es bella. Cuando se “jubilan” después de 6-8 años de trabajo, todas pasan a una especie de residencia geriátrica o “miniflorida”, como la llaman, “donde comen toda la fruta y verdura que quieran, reciben atención veterinaria y tienen acceso a una jaula de juegos donde pueden cavar o trepar ramas”, describe Bernárdez Vidal. “No merecen menos”.
M. L.
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