miércoles, 11 de marzo de 2020

MANUSCRITOS,


Hay mujeres a las que les gusta charlar desnudas

Jamás vi un vestuario tan lindo. Tiene olor a plantas verdes, las canillas limpias, las mesadas de ese mármol blanco con vetas apenas grisáceas, amarillezcas, que se usa en los restaurantes de moda, un espejo inmenso, secador de manos con aire tibio, dispenser de agua y una especie de deck con duchas. Nunca está empañado. Lo atiende una mujer que marca una sonrisa obligada si la miran y que entrega toallas blancas y almidonadas a quien se las pida. A veces entro y me siento de vacaciones.

Hace unas semanas volví a anotarme en el gimnasio porque siempre me voy y siempre vuelvo y pruebo y esta vez ojalá me quede, aguante, me entusiasme, pero al menos ya corroboré algo en lo que pienso hace mucho porque lo veo hace tiempo: hay mujeres a las que les gusta charlar desnudas. El otro día me metí en el vestuario después de mi clase de zumba porque tenía la cara empapada de sudor y vi a una señora, de unos 60, quizá varios más, rubia, bella, sentada solo sobre su bombacha. Hablaba de algo que le había sucedido el fin de semana pero mucho no me pude concentrar porque me dio pudor. Qué tonta. La vergüenza que sentí, y que no tenía razón, me puso tan incómoda que dejé de oír, me quedé sorda, y solo pude ver a través del espejo en el que me miraba mientras me arreglaba el pelo y ahí estaba, divina, libre, fresca, lánguida y con arrugas. Cientos de arrugas.

Regresé a casa caminando y pensando en que hay algo de lo políticamente incorrecto que nos da libertad. Una buena puteada. Un grito exagerado en medio de la calle. Tirar algo con bronca y por la ventana. La desnudez. Las tetas que vi no eran las tetas que el mundo está acostumbrado a mostrar y sin embargo a la señora ahí, así, yo la sentí poderosa. También pensé que quizás ese espacio entre paredes es el único público en que puede mostrarse porque las tetas viejas no gustan. Y por eso también pensé en que soy estúpida al decir que hay cuerpos correctos y cuerpos que no lo son. ¿Por qué hay que mostrar solo lo lindo, lo joven? ¿Quién dice que lo lindo es lo joven?

Hace unos años en Praga, capital de la República Checa, montaron en un café una exhibición fotográfica que solo retrataba personas mayores. Mucho pelo blanco. Mucho poco pelo. Marcas en la piel, rajas en la piel, arrugas profundas como el paso que deja el agua en un río seco. Bocas sin labios. Ojos de párpados grandes. Manos hechas de tierra al sol. La carne fina pegada al hueso. El título que le habían puesto era “Ancianos ante el objetivo” y la habían armado para mostrar que es mentira eso de que lo viejo no sirve, no mejora, no hace, no puede ser feliz.

En Japón el tercer lunes de cada septiembre se celebra el Día del respeto a los adultos mayores (Keirō No Hi ) para honrar a las personas grandes y de paso sensibilizar sobre ellos a los más chicos. En Japón a los viejos se los respeta. Y se los señala como aquellos que consiguieron que el país sea lo que es. Después de jubilados, tanto hombres como mujeres siguen con su vida: a veces hacen deportes, otras se ponen a estudiar para conocer algo que no sabían o continúan trabajando, algún que otro incluso conseguir sobresalir. Como Masako Wakamiya. Ella, más de 80 años, el pelo cano bajo y aplanado en la cabeza, anteojos redondos, pómulos como pequeños montes, la dentadura despareja y la voz como una música aguda y fría que precisa de la fuerza del cuello para salir, trabajó por décadas en el sector bancario hasta que a los 60 se jubiló y se anotó en un curso de informática y se compró una computadora por primera vez.

Le gustó tanto que tomó clases de programación y creó su propia aplicación, “Hinadan”, un juego en el que se tienen que colocar doce muñecas en la posición correcta pero no con destreza sino con conocimiento de la cultura local. Ahora Masako, que viaja por el mundo con sus charlas TED y es consultada incluso por el CEO de Apple, dice frases como: “Cuando se envejece se pierden muchas cosas: el marido, el salario, el pelo, la vista... Hay muchos ‘menos’. Pero cuando se aprende algo, a programar o a tocar el piano, son ‘más’. Lo que no sabíamos hacer hasta ayer, hoy lo dominamos. Es una motivación”.

Al volver aquella tarde a casa, todavía con las tetas arrugadas en mi cabeza, me di cuenta de que acá los viejos no tienen muchos juegos. Ni muchas series de televisión o películas para ver. No tienen locales de ropa en los shoppings ni restaurantes exclusivos. Tampoco lugares para escuchar música. Acá las arrugas se tapan. Con paredes.
Regresé a casa caminando y pensando en que hay algo de lo políticamente incorrecto que nos da libertad

D. C.

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