miércoles, 15 de abril de 2020

MANUSCRITOS,


El encierro del ángel exterminador
La parábola de Buñuel es una contracara formidable para estos tiempos de excepción
El aislamiento como medida precautoria contra la pandemia tiene efectos por momentos insólitos, como puede comprobar cualquiera que se vea obligado a la convivencia permanente con los suyos o incluso –lo que es a veces más difícil– con uno mismo. A mi alrededor todos parecen haberse vuelto doblemente trabajadores o estudiosos, lo que crea nuevas exigencias tácitas: ¿qué hacer para estar a la altura? Todavía no encontré la respuesta.
Introducción a EL ÁNGEL EXTERMINADOR - Filmoteca de Sant Joan ...
Uno de los efectos colaterales de ese encierro es la responsabilidad algo sobreactuada que el discurso general le adjudica al arte o al entretenimiento de calidad para distraernos, como si para esos asuntos no hubiera habido tiempo antes ni vaya a haber tiempo después de la cuarentena. “¡Qué cantidad de libros estarás leyendo!”, me escribe un amigo que vive del otro lado de la cordillera sin imaginar que, en estas extrañas condiciones, ocurre más bien lo contrario. La lectura (al menos la que esconde algún placer gratuito) puede resultar un lujo relativamente incómodo en tiempos de coronavirus.
El mundo audiovisual, mientras tanto, muestra a veces de manera grotesca el modo en que absorbemos y nos dejamos trastocar por la actualidad sin darnos cuenta. Un ejemplo inquietante: los canales deportivos repiten día y noche viejos partidos de mundiales de fútbol. El pasado e vuelve así un presente continuo, algo favorecido por la calidad de las imágenes de las últimas décadas. En los festejos de un gol (tardé unos segundos en recordar que todo aquello no era actual) quedé primero pasmado y después indignado al ver que los jugadores se abrazaban y besaban como si nada, por completo despreocupados del distanciamiento social que se pregona en estos días.
El ángel exterminador (1962) - Filmaffinity
En otra de esas excursiones sin rumbo fijo surgió en la pantalla una de las pocas películas que, cada vez que me encuentro con ella por azar, me quedo viendo de principio a fin, aunque sea la enésima vez. Me refiero a El ángel exterminador. Se han citado muchos libros, de El Decamerón de Boccaccio a La peste, de Albert Camus, y proliferan las listas de films o series que parecen haber prefigurado la aparente claustrofobia de estos días, pero casi ni se ha nombrado esta obra maestra de Luis Buñuel. Quizás ocurra que la memoria colectiva esté empezando a fallar, a ser aquejada por el mal de archivo: tampoco se la mencionó lo suficiente en relación a Parasite, la ubicua película del coreano Bong Joonho, de la que es evidente precursora.
Parásitos': Explicamos el final de la película de autor del año
O tal vez se haya entremezclado la corrección política. El ángel exterminador (1962), la última película que Buñuel hizo en México antes de trasladarse a Francia, donde filmó entre obras El discreto encanto de la burguesía, tiene una cuota de humor negro que la vuelve poco recomendable a las almas demasiado sensibilizadas por la coyuntura. Su desconcertante parábola, a la que de manera un poco perezosa se calificó desde siempre como surrealista, es una contracara formidable para los tiempos de excepción.
El discreto encanto de la burguesía (1972)
Recordemos rápido el argumento: un amplio grupo de personas de la alta sociedad acude después de la ópera a un agasajo en una residencia palaciega. Algún cocinero, un par de servidoras, intuyendo que algo va a pasar, huyen sin ser notados. Cuando llega la hora de partir, terminada la cena, los convidados no pueden salir del recinto. Se van quedando, con tal o cual excusa, hasta que deben rendirse ante la evidencia.
Buñuel utiliza ese simple procedimiento –un elemento absurdo que lo estructura todo– para burlarse no solo de las convenciones, sino de todo el engranaje que las sostiene. En esa situación de claustrofobia sobrenatural, donde empiezan a escasear los víveres y se acumula la basura por los rincones, las reglas pronto empiezan a resquebrajarse. Buñuel, que estudió con los jesuitas (fue él quien acuñó aquella famosa frase: “Soy ateo, gracias a Dios”), sabía cómo ser irreverente y álgido en el mismo pase de manos. Nunca se sabe del todo cuál fue el origen del encierro que sufrieron los personajes, pero sí podemos intuir su alcance. El título El ángel exterminador, poético y angustiante, proviene del Apocalipsis de San Juan, como si en el nombre de ese espíritu bíblico, que el cineasta utiliza de manera burlona, ya estuvieran anidando todas las profecías autocumplidas por venir.
En la filmación de El Ángel Exterminador - YouTube
Los personajes de El ángel exterminador viven inmersos en una burbuja de alto vuelo. A su manera también nosotros, donde quiera que estemos, acostumbrados a un aislamiento que imaginamos igual en todas partes, olvidando que son muchas y diversas las condiciones en que se lleva a cabo, y que pueden también ser intolerables, sino imposibles. La película de Buñuel –siempre se puede volver a los clásicos– recuerda que no hay peor encierro que el de vivir encerrado sin darse cuenta.

P. B. R.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.