El cuarto kirchnerismo ahonda su dinámica autodestructiva
Al mismo ritmo en que se licua el ingreso real de los argentinos, se desvanece la legitimidad de ejercicio del Gobierno
La Argentina es un país inusual: los peores enemigos de los gobiernos son ellos mismos. Son artífices y responsables, y víctimas, de un sistema político disfuncional que desgobierna al país y lo vuelve cada día más irrelevante. Por inoperancia o extravíos conceptuales, por caprichos o groseros errores de implementación, por ignorar o idealizar las características fácticas del sistema internacional. Las ideologías son una parte de un problema mucho más profundo y complejo. Los acontecimientos de las últimas semanas ratifican las promesas de la última campaña. “Volvieron mejores”: ahora son muchos más eficaces en acelerar los perversos mecanismos que, con la ilusión de aumentar su poder, de “ir por todo”, generan el escenario contrario. Al ritmo en que se licua el ingreso real de los argentinos, se desvanece la legitimidad de ejercicio de un gobierno que se empecina en hacer olvidar de manera apresurada las torpezas del anterior.
En poco más de 10 meses, el Gobierno dilapidó una oportunidad de por lo menos moderar la persistente decadencia en la que está sumido el país desde hace décadas. Más: al aplicar políticas que se caracterizaron por fracasar estrepitosamente en la Argentina y en el mundo, contribuye a profundizar una dinámica patológicamente autodestructiva con el potencial de afectar la gobernabilidad y el estatus del peronismo como fuerza política hegemónica. El desmanejo macroeconómico, la derrota de Malvinas y las violaciones de los derechos humanos desacreditaron para siempre a las Fuerzas Armadas como actores políticos. El radicalismo nunca logró regresar por sí mismo al poder luego de la explosión hiperinflacionaria en la que terminó el gobierno de Alfonsín. La experiencia de la Alianza trituró a un partido que solo tuvo una importancia acotada en la conformación y en el gobierno de Cambiemos.
Nada es para siempre cuando se afectan tan gravemente el ingreso y la calidad de vida de toda la población, incluidos los propios votantes, a los que nadie podrá engañar con migajas que se evaporan en términos reales. Eso es lo que había hecho Cristina en su segunda presidencia, sembrando la desconfianza dentro y fuera del país y desperdiciando infinidad de recursos escasos en cuestiones insólitas, como la importación de energía, Fútbol para Todos o la construcción del CCK. El fiasco del macrismo y su pragmatismo para aliarse al aparato peronista le dieron otra chance para volver a influir en la agenda pública. Pero su obsesión por la venganza y hacer tabula rasa de la penosa historia de cleptocracia y abuso de poder que ella misma había protagonizado se combinan con un gobierno improvisado, obcecado e inepto que precipita una nueva crisis sistémica cuyo desenlace puede derivar en escenarios aún mucho más dolorosos.
Si no se modifica el curso de acción y prevalecen el actual diagnóstico, la confusión conceptual que diariamente desdibuja al Presidente y el uso de un instrumental basado en un estatismo extremo, anacrónico y siempre fracasado, el horizonte de corto y mediano plazo solo derivará en mayor destrucción de riqueza, desasosiego y frustración. Pequeñas medidas microeconómicas aisladas y de escasa escala jamas lograrán paliar la acumulación de distorsiones macro, como pretender frenar una hemorragia con una curita. Frente a la fuga persistente no solo de capitales, sino de empresas y hasta de familias, que abandonan con dolor y frustración el país que aman, el Presidente propone pagar en 12 cuotas los servicios de peluquería.
¿Acompañará el siempre frío y calculador peronismo, pasivo y displicente, a este tosco cuarto kirchnerismo en su perversa lógica autodestructiva? El folclore partidario marca históricamente que solo se llega “hasta la puerta del cementerio”. Eduardo Duhalde acicateó ayer los anticuerpos de un peronismo que presenta síntomas de letargo y fragmentación.
Las amenazas de alterar los sensibles equilibrios de poder locales y el manejo discrecional de los recursos fiscales sirven por un tiempo para disuadir estrategias defensivas diseñadas con el mero objetivo de sobrevivir. Son palos y zanahorias que pierden efectividad cuando se acelera el ritmo de colisión y la obsecuencia puede tener consecuencias catastróficas. En este contexto, la profundización de las políticas de represión financiera seguirá erosionando a un gobierno que, en términos de opinión pública, ya recibe el rechazo de un porcentaje mayoritario de la sociedad. ¿Cuánto tiempo más llevará para que gobernadores, intendentes, sindicalistas y otros actores políticos y sociales tomen distancia de semejante sucesión de desatinos sin solución de continuidad? Si el peronismo aún conserva algo de su tradicional espíritu de supervivencia, más temprano que tarde veremos gestos de distanciamiento, crítica y hasta potenciales escisiones. Otras cuestiones materiales y de poder complican aún más el panorama. Algunos ven en la trama profunda de la revuelta policial bonaerense un conato de rebelión de algunos intendentes frente al peculiar estilo de un gobernador que es sostenido como nunca antes por los recursos del Poder Ejecutivo nacional.
Cristina sabe que la crisis económica y una eventual fragmentación del F.det. serían determinantes para el destino de sus causas judiciales, lo que explica su énfasis –y su urgencia– en remover jueces y al procurador general, en modificar el funcionamiento de la Justicia Federal, en designar magistrados afines. Pero lo que con tanta desfachatez construye desde su poltrona en el Senado de poco servirá si el Gobierno persevera en generar desconfianza y temor en los ciudadanos y, sobre todo, en desalentar la inversión privada. La destrucción de oportunidades que está provocando esta gestión conspira contra sus propios intereses no solo en términos políticos o electorales, sino también para otras metas espurias, como la pretensión de impunidad y hasta de reivindicación que pretende CFK en relación con los casos de corrupción en los que ella y sus hijos están involucrados.
“Lo que nos hace evolucionar o crecer no es el mérito”. Alberto Fernández no apeló a las medias tintas para atacar la meritocracia. Curiosa –y lamentablemente– tiene bastante razón: el esfuerzo individual en esta Argentina árida y perpleja casi nunca garantiza el camino, si no al éxito, al menos a la realización personal. Muy pocos frutos cosechó la mayoría de trabajadores, empresarios, profesionales y hasta buscavidas que durante largos años se deslomaron, innovaron, invirtieron y confiaron en el país. Cientos de miles de historias de esfuerzos personales y familiares quedaron frustradas a pesar del compromiso y los sacrificios demostrados. Con sus sistemáticas torpezas, con sus errores de libro de texto, los gobiernos de por lo menos el último medio siglo se encargaron de convertir esas esperanzas en cenizas.
Sin embargo, el Presidente omite un dato fundamental: la experiencia comparada indica que la meritocracia fue un mecanismo espectacular de ascenso social no solo en muchísimos países del mundo, sino sobre todo en la propia Argentina. Los millones de inmigrantes que construyeron un futuro partiendo de prácticamente nada no recibieron dádivas del Estado, sino educación pública, seguridad jurídica y respeto a sus derechos de propiedad.
No es que la meritocracia falla en nuestro país: el que destruye oportunidades, el que hipoteca el futuro, es un sistema político patético y disfuncional. No son las personas que lo integran (solamente), sino las reglas del juego, formales e informales, que lo han convertido en un mecanismo perverso que es imprescindible reemplazar.
El peronismo presenta síntomas de letargo y fragmentación
Veremos gestos de distanciamiento, crítica y hasta potenciales escisiones
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