Leonardo da Vinci “A veces se debe ir despacio, detenerse, incluso retrasarse. Eso permite madurar las ideas”
Esta fue la respuesta que dio a su mecenas el creador de La última cena, al verse presionado a terminar dentro del plazo acordado una de las obras más famosas de la humanidad
Walter Isaacson
Cuando Leonardo pintaba la Última cena, lo visitaban espectadores que se sentaban en silencio a ver cómo trabajaba. La creación artística, como el debate científico, se convertía en ocasiones en un acontecimiento público. Según el relato de un sacerdote, Leonardo “solía ir a primera hora de la mañana, se subía al andamio” y, después, “desde el amanecer hasta la puesta del sol, se quedaba con el pincel en la mano, olvidándose de comer y de beber, sin parar de pintar”. Otros días, sin embargo, no lo hacía. “Se pasaba una o dos horas simplemente contemplando la obra, reflexionando, examinando y juzgando las figuras que había creado”. Y, por último, había días teatrales en los que se combinaba su obsesiva personalidad con su tendencia a postergarlo todo. Como presa del capricho o de un arrebato, de pronto se dirigía al convento a mediodía y “subido al andamio, agarraba el pincel y daba una o dos pinceladas a una de las figuras, y, después, se marchaba a otra parte”.
Los extravagantes hábitos de trabajo de Leonardo quizá fascinaran al público, pero acabaron inquietando a Ludovico Sforza. Este, tras la muerte de su sobrino, se había convertido en el duque oficial de Milán, a principios de 1494, y se propuso ganar prestigio de un modo tradicional: mediante el mecenazgo artístico y las obras públicas. También quería crear un panteón para él y su familia; para ello eligió un pequeño pero elegante convento, con su correspondiente iglesia, situado en el centro de Milán (Santa Maria delle Grazie), e hizo que un amigo de Leonardo, Donato Bramante, lo reconstruyera. Para la pared norte del nuevo comedor de los frailes, o refectorio, encargó a Leonardo que pintara una última cena, una de las escenas más populares del arte religioso.
Al principio, la lentitud de Leonardo dio lugar a simpáticas anécdotas, como cuando el prior del convento, que ya parecía harto, se quejó a Ludovico. “Hubiera deseado que jamás abandonara el pincel, tal como no descansaban los que cavaban la tierra de la huerta”, escribió Vasari. Cuando el duque mandó llamar a Leonardo, acabaron conversando sobre el acontecer creador. A veces se debe ir despacio, detenerse, incluso retrasarse. Eso permite madurar las ideas, explicó Leonardo, y hay que alimentar la intuición. “Los hombres de genio están, en realidad, haciendo lo más importante cuando menos trabajan –le dijo al duque–, puesto que meditan y perfeccionan las ideas que luego realizan con sus manos”.
Leonardo agregó que le quedaban dos cabezas por pintar: la de Cristo y la de Judas. Le costaba encontrar un modelo para Judas, dijo, pero usaría la imagen del prior, si este insistía en importunarlo. “El duque se divirtió enormemente y declaró, riendo, que tenía mucha razón –escribió Vasari–. Entonces el pobre prior, lleno de vergüenza, se dedicó a apremiar a los jardineros y dejó en paz a Leonardo”.
Leonardo agregó que le quedaban dos cabezas por pintar: la de Cristo y la de Judas. Le costaba encontrar un modelo para Judas, dijo, pero usaría la imagen del prior, si este insistía en importunarlo. “El duque se divirtió enormemente y declaró, riendo, que tenía mucha razón –escribió Vasari–. Entonces el pobre prior, lleno de vergüenza, se dedicó a apremiar a los jardineros y dejó en paz a Leonardo”.
Pese a todo, Ludovico empezó a impacientarse, en especial después de que Beatriz, su esposa, murió, a principios de 1497, a los veintidós años. Aunque había tenido varias amantes, el duque estaba desolado; al final admiraba a Beatriz y le pedía consejo. Fue enterrada en Santa Maria delle Grazie y el duque comenzó a cenar una vez a la semana en su refectorio. En junio de ese año, dio instrucciones a su secretario de que instara “a Leonardo el florentino a que termine el trabajo ya iniciado en el refectorio de Santa Maria delle Grazie para que pueda ocuparse de la otra pared del refectorio, y haz que firme el contrato de su puño y letra para obligarlo a terminar en el plazo acordado”.
La espera mereció la pena. El resultado constituye la pintura narrativa más fascinante de la historia, que, además, presenta múltiples elementos del genio de Leonardo. Su genial composición muestra su dominio de las complejas reglas de la perspectiva natural y artificial, pero también su flexibilidad a la hora de alterarlas cuando fuera necesario. Su destreza para plasmar el movimiento resulta evidente en los gestos de cada uno de los apóstoles, al igual que su famosa habilidad para acatar el mandato de Alberti de revelar los movimientos del alma, las emociones, mediante los del cuerpo. Del mismo modo que recurría al sfumato para difuminar los contornos de los objetos, Leonardo desdibujó la exactitud de la perspectiva y del tiempo.
La espera mereció la pena. El resultado constituye la pintura narrativa más fascinante de la historia, que, además, presenta múltiples elementos del genio de Leonardo. Su genial composición muestra su dominio de las complejas reglas de la perspectiva natural y artificial, pero también su flexibilidad a la hora de alterarlas cuando fuera necesario. Su destreza para plasmar el movimiento resulta evidente en los gestos de cada uno de los apóstoles, al igual que su famosa habilidad para acatar el mandato de Alberti de revelar los movimientos del alma, las emociones, mediante los del cuerpo. Del mismo modo que recurría al sfumato para difuminar los contornos de los objetos, Leonardo desdibujó la exactitud de la perspectiva y del tiempo.
Al plasmar el movimiento y las emociones en sucesivas oleadas, Leonardo no solo consiguió capturar un momento, sino además escenificar un drama, como si estuviera coreografiando una representación teatral. La puesta en escena artificial de la Última cena, los movimientos exagerados, los trucos de perspectiva y la teatralidad de los gestos con las manos demuestran la influencia del trabajo de Leonardo como empresario teatral y como productor de espectáculos de la corte.
Un instante en movimiento
La pintura de Leonardo representa las reacciones justo después de que Jesús diga a sus apóstoles reunidos: “Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará”. Al principio parece una imagen congelada, como si Leonardo hubiera usado la agilidad de su mirada, capaz de detener el movimiento de las alas de la libélula para captar un instante concreto. Incluso Kenneth Clark, quien calificó la Última cena de “piedra angular del arte europeo”, se sentía desconcertado por lo que le parecía una instantánea llena de gestos estudiados: “[...] el movimiento está como detenido. Hay algo casi aterrador”.
Yo no opino igual. Contemplemos la pintura un poco más. Transmite la idea de Leonardo de que no existen los momentos aislados, autosuficientes, congelados y delimitados, porque en la naturaleza no se dan límites definidos con toda claridad. Como ocurría con el río del que hablaba Leonardo, cada momento forma parte de lo que acaba de pasar y de lo que está por venir. Esta constituye una de las esencias del arte de Leonardo: desde la Adoración de los Reyes hasta la Mona Lisa, pasando por La dama del armiño y la Última cena, los momentos no están aislados, sino relacionados con un relato.
Un instante en movimiento
La pintura de Leonardo representa las reacciones justo después de que Jesús diga a sus apóstoles reunidos: “Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará”. Al principio parece una imagen congelada, como si Leonardo hubiera usado la agilidad de su mirada, capaz de detener el movimiento de las alas de la libélula para captar un instante concreto. Incluso Kenneth Clark, quien calificó la Última cena de “piedra angular del arte europeo”, se sentía desconcertado por lo que le parecía una instantánea llena de gestos estudiados: “[...] el movimiento está como detenido. Hay algo casi aterrador”.
Yo no opino igual. Contemplemos la pintura un poco más. Transmite la idea de Leonardo de que no existen los momentos aislados, autosuficientes, congelados y delimitados, porque en la naturaleza no se dan límites definidos con toda claridad. Como ocurría con el río del que hablaba Leonardo, cada momento forma parte de lo que acaba de pasar y de lo que está por venir. Esta constituye una de las esencias del arte de Leonardo: desde la Adoración de los Reyes hasta la Mona Lisa, pasando por La dama del armiño y la Última cena, los momentos no están aislados, sino relacionados con un relato.
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