jueves, 24 de septiembre de 2020

SILVINA OCAMPO...


Silvina Ocampo El drama de un dolor secreto, que nunca dejó de suceder
El vínculo de Silvina Ocampo con su hermana Victoria estuvo signado por la distancia, el enigma y el contraste entre dos modos opuestos de vincularse con el mundo
por Mariana Enriquez
El más común de los lugares comunes sobre Silvina Ocampo es considerar que quedó a la sombra, oscurecida, empequeñecida por su hermana Victoria; su marido, el escritor Adolfo Bioy Casares, y el mejor amigo de su marido, Jorge Luis Borges. Que la opacaron. Pero es posible que la posición de Silvina haya sido más compleja. Quienes la admiran fervorosamente decretan sin duda que fue ella quien eligió ese segundo plano. Dicen que desde allí podía controlar mejor aquello que deseaba controlar. Que nunca le interesó la vida pública, sino, más bien, tener una vida privada libre y lo menos escrutada posible. Que, en definitiva, ella inventó su misterio para no tener que dar explicaciones.
En cualquier caso, una de esas sombras, probablemente la más importante por ser la primera, fue la de su hermana mayor, Victoria. Le llevaba trece años. Cuando Victoria cumplió veintidós, ya estaba casada y en Europa: en ese momento, Silvina tenía nueve. Apenas vivieron en la misma casa.
Victoria Ocampo es una de las mujeres más importantes de la primera mitad del siglo xx en la Argentina, solo opacada por la mujer que sería su espejo invertido, Eva Perón. Era hermosa, inteligente, decidida, intelectual, moderna. Decoraba sus casas con muebles de la Bauhaus y contrataba como arquitecto a Le Corbusier.
Sur, la revista literaria que fundó, en 1931, fue una de las más importantes del mundo: hizo famoso a Borges, tenía colaboradores como Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Waldo Frank, Federico García Lorca. La editorial del mismo nombre, que creó poco después, editó a Jung, a Virginia Woolf –que la llamaba amiga–, a Nabokov, a Sartre, a Camus. Gabriela Mistral le escribió: “Usted ha cambiado la dirección de lectura de varios países de Sudamérica”. Antifascista –la única persona argentina que asistió a los juicios de Nuremberg–, antiperonista, fue detenida a los sesenta y tres años por el gobierno de Juan Domingo Perón, acusada de conspirar. Feminista, fue una de las primeras mujeres argentinas que manejaron un automóvil; se separó de su marido en 1920 y vivió un romance apasionado durante casi quince años con el diplomático Julián Martínez. En su casa se hospedaron Ígor Stravinski, Indira Gandhi, Rabindranath Tagore. Graham Greene le dedicó su novela El cónsul honorario.
Era escritora: sus Testimonios y Autobiografía recién empiezan a ser valoradas como las obras únicas, lúcidas y deliciosas que son.
Era generosa y aguda. Su relación con Borges fue tortuosa. “Borges no se merece el talento que tiene”, solía decir. O, cuando estaba enojada: “No hay pavada que Borges no haya dicho”. Victoria era enorme, dominante: reinaba desde Villa Ocampo, su casa de San Isidro, pero estaba en todas partes. Y Silvina no lograba llevarse bien con ella. Hay una versión que explica ese distanciamiento de forma casi cándida. Hay otra que tiene connotaciones de política literaria y traición. Y hay todavía otra, mucho más brutal, marcada por el deseo.
La versión cándida, según la relató Silvina en una entrevista, es así: un episodio de la niñez que marcó la relación para siempre. Victoria, cuando se casó, se llevó con ella a Europa a Fanni, la niñera de Silvina, la mujer que Silvina más quería en el mundo, la que la mimaba, la que la cuidaba. Todos sabían que la relación de Fanni y Silvina era de madre e hija, pero nadie se atrevió a negarle la criada a Victoria: ya a los veintidós años tenía un carácter poderoso que soportaba mal el rechazo de sus caprichos. Como sea, Victoria se llevó a Fanni y las dos vivieron juntas hasta la muerte, en una relación intrincada y fascinante. Silvina no se lo perdonó nunca. Jorge Torres Zavaleta, el escritor amigo de Silvina, también recuerda este drama de la niñera.
“Silvina me lo contaba con los ojos llenos de lágrimas. ¡Y ya tenía más de sesenta años! Para ella fue muy penoso cuando Victoria se llevó a Fanni. Nunca se lo perdonó. ‘Hay cosas que nunca dejan de suceder’, me decía. Estaba en carne viva por eso”.
Silvina solía decir que había descubierto a su madre “después de varias niñeras”. Es posible que en ese momento –sus nueve años– el de Fanni fuese el único afecto maternal que había experimentado.

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