Toda política económica es una pulseada de pareceres
Nacido en Estados Unidos, fue director de la Reserva Federal durante las presidencias de Jimmy Carter y Ronald Reagan (desde agosto de 1979 hasta agosto de 1987). En 2018 publicó sus memorias.
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Preguntas a Paul Adolf Volcker Economista 1927-2019
Para quienes no somos médicos, los traumatólogos, los ginecólogos y los cardiólogos están en condiciones de operar unidades de terapia intensiva. Pero eso no es así porque se trata de especialidades diferentes. En economía ocurre exactamente lo mismo. Por más economista que sea alguien, es difícil para un experto en medioambiente, economía laboral o historia del pensamiento económico, trabajar en política económica. Porque esta última también es una especialidad, a pesar de que rara vez existe como tal en las facultades de ciencias económicas.
Al respecto hablé con el norteamericano Paul Adolf Volcker (19272019), difícilmente catalogado como uno de los economistas más grandes, pero sí uno de los más altos; porque, al igual que John Kenneth Galbraith, medía más de dos metros. Ingresó al Sistema de la Reserva Federal (Fed) en 1952, entidad que presidió entre el 6 de agosto de 1979 y el 11 de agosto de 1987. En 1994 presidió una comisión dedicada a mediar entre los reclamos de los familiares de algunas víctimas de Holocausto y algunos bancos suizos. En 2018 publicó sus memorias tituladas Preservando: la búsqueda de la moneda sana y el buen gobierno.
–¿Es cierto que cuando presidió la Fed ganaba la mitad de lo que percibía trabajando en Wall Street?
–Sí, pero no me importó porque mi estilo de vida es muy frugal. Fumo cigarrillos comunes y visto trajes que no me quedan bien. Cuando se me rompió el asiento del conductor de mi coche, lo reemplacé por una silla. Mientras viví en Washington, dormí en un edificio poblado por estudiantes de la Universidad George Washington y llevaba la ropa para lavar a la casa de mi hija. Mi esposa siguió viviendo en Nueva York con uno de nuestros hijos, porque ambos tenían serios problemas de salud. Tengo un hobby: la pesca con mosca. –Usted se inmortalizó cuando terminó con la inflación aplicando una receta monetarista. Me interesa el proceso decisorio que hubo en ese caso. –La urgencia por combatir la inflación fue el tema central de la reunión anual del FMI que tuvo lugar en Belgrado en setiembre de 1979, al punto tal que volví a Estados Unidos antes de que terminara el evento. El 6 de octubre cambiamos la política monetaria, dejando de fijar la tasa de interés de los fondos federales, para frenar el crecimiento de la base monetaria. Dicho cambio, lanzado bajo la presidencia de James Earl Carter, fue ratificada durante la de Ronald Reagan.
–¿Funcionó?
–Debido al fenomenal aumento de las tasas de interés nominales y reales resultante, la economía sufrió una leve y transitoria recesión (el PBI cayó durante un par de trimestres en 1980 y otros dos trimestres al año siguiente); pero la inflación fue abatida y ya llevamos cuatro décadas sin ese flagelo.
–Usted ayudó a que el Fondo Monetario Internacional “comprara” el plan Austral, inaugurado a mediados de 1985.
-Así es. No es que la Argentina me interesara particularmente, pero lo que hice en Estados Unidos generó una fuerte crisis de la deuda en América Latina, de modo que busqué por todos los medios que países endeudados con bancos americanos pudieran mejorar su situación económica.
–Sobre la base de su experiencia, hábleme de cómo se diseña y se implementa una política económica.
–Mi preparación surgió básicamente de sentarme en la mesa de operaciones de la Fed, una rara experiencia para los economistas. Comparto su idea de equiparar a quien tiene a su cargo una política económica con el jefe de la guardia de un hospital. Éste no elige a sus pacientes, y se ve obligado a adoptar drásticas decisiones, contando con poca información, teniendo el tiempo en contra y estando rodeado de personas que lo insultan y lo quieren matar. A los ministros de economía, como a los presidentes de los bancos centrales, les ocurre algo parecido. Los traumatólogos, como quienes analizan episodios del pasado, se pueden permitir algunos “lujos” que les están vedados a quienes operan al pie del cañón.
–Sobre la base de mi experiencia, la política económica surge de una pulseada de pareceres.
–Sigamos con el ejemplo médico y, para que los lectores no se suiciden, aclaremos de qué estamos hablando. Usted está internado en un hospital, sobre su cama están los resultados de sus análisis de sangre y orina, sus radiografías y un electrocardiograma; y rodeándolo hay tres médicos. Cada uno de ellos, luego de mirarlo a usted y de prestarle atención a los informes, dice “me parece”. ¡Son médicos, no economistas o literatos! De manera que saben interpretar, pero tienen que adoptar decisiones con los datos que disponen. Para lo cual, movilizan sus conocimientos teóricos, pero también su experiencia y, finalmente, su entusiasmo o aversión ante el riesgo. Por algo Arnold Carl Harberger dice que la principal característica que tiene que tener cualquier responsable de la política económica de un país, es el coraje.
–¿Seguro que en materia económica ocurre lo mismo que en medicina?
–Seguro. Para que no crea que esto solo ocurre en la Argentina, le digo que ninguno de los que estuvimos involucrados en las decisiones que adoptamos en 1979, pensamos que íbamos a terminar con tasas activas de 21% anual. Esto ocurrió porque, contra lo que dicen los libros de texto, los deudores estaban en plena operación y no al comienzo de ella, con inversiones planeadas que no se podían detener. En su país, al referirse al decreto 435/90, el entonces presidente del Banco Central, Enrique Folcini, solía decir que “quisimos hacer un programa gradual y nos salió de shock”.
–¿No estará haciendo una apología de la ignorancia?
–Nada que ver. No les encarguemos demasiadas cosas a los ministros de economía, porque nunca van a decir que no y luego no sabrán qué hacer para satisfacer muchos objetivos con pocos instrumentos. La lucidez ministerial pasa por entender cómo funciona el gobierno del cual se forma parte, para actuar en consecuencia. Sin tener temor de plantearle al presidente de la Nación las dificultades que el gobierno tiene por delante y cómo resolverlas, pero en serio. Porque como bien dijo Peter Macfarlane, “el director de una obra de teatro está para decirle a los actores que están haciendo macanas antes de que se los diga el público”.
–¿Y si el presidente no quiere escuchar?
–Renuncia. Federico Pinedo, quien ocupó la cartera de Economía de la Argentina en tres oportunidades, afirmaba que no se trata de renunciar por cualquier motivo, pero peor es languidecer, porque las razones que hacen que una política económica tenga el tiempo en contra se agigantan cuando la población advierte que el ministro de Economía sigue ocupando el cargo pero no ejerce la función. Y ustedes, argentinos, para captar esto tienen una sensibilidad especial, no porque sean particularmente inteligentes, sino por el pasado que llevan adentro.
–Don Paul, muchas gracias.
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