Cristina y Máximo contra el peronismo burocrático
Martín Rodríguez Yebra
Manso, sin ideas ni rebeldía, el peronismo tradicional se ha resignado a acomodarse en el refugio de una burocracia perenne cuya única épica consiste en retener el cargo.
Cristina Kirchner y el ejército camporista que comanda su hijo Máximo se encargó de avanzar silenciosamente con el viejo objetivo declamado por el padre de la familia de reducir el peronismo a un papel de relleno dentro de una nueva fuerza que se autopercibe de izquierda. Le ofrecen supervivencia (limitada) a cambio de sumisión.
El Frente de Todos fue el carro de conquista al que se subieron gobernadores, intendentes y dirigentes de lo más variado después de años de fracasar en el intento de construir un liderazgo que suplantara al de Cristina, a quien habían abandonado con alivio apenas dejó la Casa Rosada. Se esforzaron en convencerse de que Alberto Fernández, una vez en el sillón presidencial, promovería una nueva era dorada del peronismo.
Ella los dejó correr. Ganó y esperó en silencio que le demostraran al país qué significaba la promesa de "volver mejores".
La ilusión del poskirchnerismo se esfumó en un año de gestión, atravesada por la pandemia y la recesión. Aquellos que fueron incapaces de ofrecer una opción alternativa en la mala hora de Cristina mucho menos acertaron a disputarle el mando con ella afirmada en la vicepresidenta y La Cámpora desplegada en oficinas con acceso a fondos públicos multimillonarios.
El enojo por carta de Cristina puso a temblar durante semanas al Gabinete y a todos aquellos integrantes del Frente de Todos que se sintieron aludidos por sus críticas sin nombre ni apellido. La vicepresidente atacó a los "funcionarios que no funcionan", recordó a quienes la negaron durante cuatro años, fustigó a la Corte, pero dejó en claro que la creación del Frente de Todos apuntaba a algo más que a atender "sus preocupaciones judiciales".
En La Plata, hace una semana, dio otro paso adelante en el plan para subordinar al peronismo. Dictó en público la política económica que debe seguir el Gobierno en el año electoral -similar sino idéntica a la que aplicó ella en su último mandato presidencial- y mandó a buscarse "otro laburo" a quienes no se animen a seguir ese rumbo.
Máximo Kirchner teje por debajo la red de suplantación de la estructura peronista. Sepultó sin decir palabra el último intento de rebeldía de los gobernadores peronistas, que tenía aval tácito del Presidente, al congelar el proyecto de suspensión de las elecciones primarias en 2021. La Cámpora no entrega ningún instrumento que pueda resultarle útil para conquistar posiciones.
El sueño del gobierno federal y la alianza con los gobernadores que prometió Fernández en la campaña se diluyen. La provincia de Buenos Aires vuelve a ser el epicentro de la política argentina. Axel Kicillof, otro favorito de la jefa, absorbe fondos nacionales como nunca antes. La suerte electoral del Frente de Todos se jugará en ese distrito, donde Cristina y Máximo ya dejaron en claro que manejarán la estrategia y las listas. Necesitan que el Gobierno provea de dinero público para sostener la gestión provincial, en lo posible a costa de más ahogo financiero para la Capital, donde talla su futuro electoral Horacio Rodríguez Larreta.
Cristina fija el precio de mantener la unidad del Frente de Todos y el Presidente paga sin pedir rebajas.
Fernández se va metiendo así en una trampa hecha a medida. Entrega la moderación y la capacidad de diálogo, dos rasgos diferenciales de su figura. Defrauda a quienes confiaron en su capacidad de liderar. Y alimenta la construcción hipotética de un proyecto con "pureza ideológica" que pueda alcanzar la Casa Rosada en 2023, la utopía definitiva de la vicepresidenta. El plan Axel o Máximo.
El viejo peronismo se acomoda en el papel de espectador. Va otra vez en el tren que comanda una dirigencia a la que considera hostil, con la esperanza de que, como en el pasado, sea la sociedad argentina la que le ponga el límite infranqueable a la propuesta desenfadada del "vamos por todo".
Máximo Kirchner teje por debajo la red de suplantación de la estructura peronista. Sepultó sin decir palabra el último intento de rebeldía de los gobernadores peronistas, que tenía aval tácito del Presidente, al congelar el proyecto de suspensión de las elecciones primarias en 2021. La Cámpora no entrega ningún instrumento que pueda resultarle útil para conquistar posiciones.
El sueño del gobierno federal y la alianza con los gobernadores que prometió Fernández en la campaña se diluyen. La provincia de Buenos Aires vuelve a ser el epicentro de la política argentina. Axel Kicillof, otro favorito de la jefa, absorbe fondos nacionales como nunca antes. La suerte electoral del Frente de Todos se jugará en ese distrito, donde Cristina y Máximo ya dejaron en claro que manejarán la estrategia y las listas. Necesitan que el Gobierno provea de dinero público para sostener la gestión provincial, en lo posible a costa de más ahogo financiero para la Capital, donde talla su futuro electoral Horacio Rodríguez Larreta.
Cristina fija el precio de mantener la unidad del Frente de Todos y el Presidente paga sin pedir rebajas.
Fernández se va metiendo así en una trampa hecha a medida. Entrega la moderación y la capacidad de diálogo, dos rasgos diferenciales de su figura. Defrauda a quienes confiaron en su capacidad de liderar. Y alimenta la construcción hipotética de un proyecto con "pureza ideológica" que pueda alcanzar la Casa Rosada en 2023, la utopía definitiva de la vicepresidenta. El plan Axel o Máximo.
El viejo peronismo se acomoda en el papel de espectador. Va otra vez en el tren que comanda una dirigencia a la que considera hostil, con la esperanza de que, como en el pasado, sea la sociedad argentina la que le ponga el límite infranqueable a la propuesta desenfadada del "vamos por todo".
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