Hacia una psicología en torno al uso del barbijo
Miguel Espeche El autor es psicólogo y psicoterapeuta @Miguelespeche
El tema es la nariz, esa que se resiste a quedar por debajo del barbijo y asoma, plena y rebelde, por fuera del elemento protector, rompiendo con los protocolos del caso. Si no fuera por ella y su impúdica aparición en escena, todo estaría bien, en paz.
Pero no, hay mujeres, hombres, ancianos, niños… muy diversas personas cuyas narices libertarias se resisten y están allí, expuestas, llamando al virus o, peor aún, ofreciéndolo generosamente al prójimo, siendo motivo de conflicto o de sordo reproche en quienes los cruzan en lugares públicos.

Por otra parte, podríamos decir que, si se extendiera por mucho este pandémico estado de cosas que venimos viviendo en 2020, veríamos arribar ciertas tendencias de uso del barbijo, las que podrían derivar algún día en rasgos de identificación tribal o política. Algo así como los “barbijistas”, los “antibarbijistas” o, como es el caso de los liberadores de narices, los “demi barbijistas”, una suerte de Corea del Centro del mundo pandémico.

Las reglas de cortesía y de intercambio social se han complejizado en este 2020 que se va. Seguramente termine siendo considerado de mal gusto ir a un lugar sin barbijo, sobre todo cuando los dueños de casa lo usan. O tal vez, por el contrario, los anfitriones no sabrán cómo manejarse a la hora de marcar las reglas de juego dentro de su casa, y se den situaciones incómodas a la hora de las visitas. De allí que lo prudente es generar reglas de “buena educación” que respeten el bienestar y salud de todos, para evitar malentendidos y conflictos.
Mientras dichas reglas se van generando, todo será algo caótico y es dable esperar cierto nivel de asperezas e incomodidades.
Los barbijos van separándose en castas de orden estética o de calidad antiviral. Ya vemos que es cool que el barbijo hable de uno, que diga, por caso, de qué cuadro somos y si nos da por el atildado composé a la hora del vestir. Como todo lo humano, el barbijo muchas veces termina transparentando la singularidad de su dueño, para bien o no.
Desde el señor pulcro y algo obsesivo que mantiene inmaculado su barbijo y casi que se va a dormir con él puesto, hasta el rebelde de estilo adolescente que lo usa a desgano, pasando también por los temerarios que lo dejan colgar de su cuello como signo de que no le temen a nada, los barbijos o, mejor dicho, la manera en cómo se usan, son casi un test de personalidad de sus dueños, tal como ocurre con aquellos de la nariz que asoma, salvaje y temeraria, por sobre los límites del protector.
Quizás los mostradores de nariz alguna vez entiendan que la libertad va por otro lado, pero, mientras tanto, será cuestión de convivir como se pueda, en especial apuntando a esquivar las flotantes y amenazantes micro gotas, esas que llevan el virus en su interior y buscan afanosamente narices para entrar en ellas y hacer allí su maléfico trabajo. ●
Lo prudente es generar reglas de “buena educación” que respeten la salud
Quizás los mostradores de nariz alguna vez entiendan que la libertad va por otro lado, pero, mientras tanto, será cuestión de convivir como se pueda, en especial apuntando a esquivar las flotantes y amenazantes micro gotas, esas que llevan el virus en su interior y buscan afanosamente narices para entrar en ellas y hacer allí su maléfico trabajo. ●
Lo prudente es generar reglas de “buena educación” que respeten la salud
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