Gonzalo Pérez Marc: “Esto va a volver a suceder y hay que estar preparados”
Patricio Pidal
Todo el mundo tuvo un 2020 singular, solo que para algunos fue más singular que para otros. Al investigador médico Gonzalo Pérez Marc lo agarró a contramano: mientras todo parecía detenerse, él pegó una acelerada en sus obligaciones en el Departamento Materno-infantil del Hospital Militar Central que culminó en la codirección de dos megaestudios (por la cantidad de personas estudiadas y por las que trabajaron en ellos) muy importantes para el control de la pandemia de coronavirus: el trabajo sobre el valor del plasma de convalecientes en los tres primeros días del contagio y el ensayo clínico de fase III de la vacuna del laboratorio Pfizer, la primera de Occidente en aplicarse masivamente, en los que trabajó junto con Fernando Polack y Romina Libster, de la Fundación Infant.
Esa parte, la de la adrenalina por la acción urgente, por la lectura de papers a toda hora y por las responsabilidades, se mezcló con el dolor ante pérdidas muy cercanas y la imposibilidad de compartir los éxitos con amigos más allá de Whatsapp. Quizá por eso no dejó su terapia psicológica y la mantuvo en religiosas dos sesiones semanales como desde hace más de una década. O por los desafíos que arrancan (continúan) no bien empiece 2021: “Descubrimos que, una vez que empezamos todos desde la misma línea de partida, en la Argentina tenemos una capacidad de investigación de primer nivel mundial; ahora tenemos que demostrar que podemos volver a hacerlo”, dice.
En esta entrevista, Pérez Marc también analiza otros aspectos de la pandemia, el rol de las entidades sanitarias internacionales, así como fortalezas y debilidades de la respuesta argentina durante la cuarentena, con el plan de vacunación a la vista. “Lo que me sorprendió es que con el avance tecnológico existente no estábamos preparados para algo así, de ninguna manera, en ningún país del mundo. Algunos, como Estados Unidos, directamente hicieron un papelón, pero en general nadie estaba preparado, ni siquiera el sistema de salud alemán”, afirma.
–Aunque había alarmas, la pandemia dejó a muchos malparados, ¿qué enseñanza rescata?
–Confirmamos el carácter pandémico que a partir de ahora van a tener todas las infecciones virales, que no son las más graves pero sí las más contagiosas y generan un daño muy grande. Si se lo piensa, este es un virus que genera daño por volumen y saturación del sistema, porque en general provoca catarros, asintomáticos y gente que la pasa relativamente bien. El problema es el volumen que satura los sistemas y que le pasa a todo el mundo a la vez. Los sistemas de salud del primer mundo están dirigidos a la detección temprana y se quedaron sin camas de terapia intensiva. Y una autocrítica: qué poca conciencia teníamos los médicos acerca de cómo manejarnos con infecciones respiratorias en los procedimientos intrahospitalarios, en higiene y cuidados con el paciente. Por ejemplo, es inadmisible que atendamos a pacientes pediátricos sin barbijo.
“Lo que me sorprendió este año es que pese al avance tecnológico existente no estábamos listos para una pandemia como la del Covid-19, de ninguna manera, en ningún país del mundo”
“En el primer semestre de 2021 debería haber un plan de vacunación con medidas terapéuticas que lo acompañen, testeos con una idea de detección epidemiológica y campañas de concientización que no veo”
“Hay que pensar una forma de unificar, a nivel global, tratamientos, manejo de la información, del turismo, de las fronteras; el sentido de la Organización Mundial de la Salud debiera ser aunar políticas”
–¿La velocidad para generar vacunas eficaces también fue una sorpresa?
–Ratifiqué algo que sospechaba: que la investigación clínica era lenta porque había mucha burocracia. Evidentemente con inversión fuerte se puede hacer más rápido, no siempre en ocho meses como ahora, pero sí emplear tres o cuatro años para lo que hacíamos en diez. Lo interesante es que aun haciendo todo muy rápido no sacrificamos ningún estándar de calidad.
–¿Debería haber protocolos de cierres rápidos ante nuevas virosis, como sugirió por ejemplo el Nobel australiano Peter Doherty?
–Para responder, usaría el método científico; es decir, esperaría a ver cómo termina esta pandemia y evaluaría hacia atrás. Nos daremos cuenta de muchas cosas al final, acerca de cómo se dañaron las economías en comparación con los fallecidos; o si cerraste todo y tuviste poco Covid, pero murieron seis veces más por otras razones. Esos números no se pueden hacer ahora. En un año, juntaría la información y vería tres modelos que funcionan, los contaría, haría congresos, formaría al mundo médico. Esto va a volver a suceder y hay que tener todo en cuenta. Los políticos son los tomadores de decisión, nosotros damos información, esto es un desafío y no hay que guiarse por los medios masivos u otras circunstancias. Debe estar claro que los científicos no están para tomar decisiones, es injusto y no corresponde. Los médicos que lo han hecho se han equivocado, los que deciden son los que la gente votó.
–¿La referencia es a alguien en particular?
–Hubo médicos en todo el mundo. El francés de la hidroxicloroquina (Didier Raoult), o los que batallan en los medios. Esta semana di entrevistas sobre el tema de la vacuna de Pfizer y todo el tiempo se me traccionaba para decir ciertas cosas y la verdad es que los médicos tenemos que apoyar al Ministerio de Salud cuando lo necesita. Fue algo que pasó en todo el mundo porque las infecciones respiratorias son particulares, no cualquiera puede opinar y hubo excesos. Se terminó dando remdesivir o hidroxicloroquina, que al final generaba más mortalidad, o plasma en pacientes graves, sin ninguna sospecha de que funcionara, o antibióticos más ibuprofeno inhalado. ¿Por qué la medicina actuó así? Porque se dejaron de lado los principios básicos éticos.
–Dice que hay que apoyar al Ministerio, ¿pero qué pasa si desde allí se anuncian dos tratamientos como el suero equino y la ivermectina, sin estudios concluidos que los avalen?
–Calculo que son problemas de comunicación o la búsqueda de algún efecto político, la información la tienen. No se puede saber si un estudio anda bien antes de que se levante el ciego [N. de la R.: donde ni quien recibe el tratamiento ni quien lo brinda saben si efectivamente se da la droga o el placebo]. Y no soy un purista, el estudio de plasma que hicimos se publicará en enero, pero lo anunciamos antes para que los sistemas de salud puedan prepararse y usarlo.
–¿Se avanzó en el uso del plasma con estas características?
–Tenemos la estructura armada. Y pensamos sacarles plasma a los vacunados porque tiene muchos anticuerpos. En mayores de 65 años con inicio de síntomas un concentrado de anticuerpos da un 73% de eficacia para evitar agravamiento de síntomas. Cuando esto se difunda en el mundo a través de la Fundación de Bill y Melinda Gates quizá se den cuenta.
–¿Qué evaluación hace de la pandemia en la Argentina y la respuesta que se le dio en el contexto latinoamericano?
–La Argentina hizo algo novedoso, un lockdown (cierre) largo, con ascenso lento de casos pero continuado. El tiempo nos agotó y subieron aún más, con un parate económico que fue fuerte, pero sin saturar un sistema de salud que estaba muy golpeado. No sé si la Argentina tenía otra cosa que hacer, sinceramente. Con el sistema de salud roto, se necesitaba tiempo, había que encerrar a la gente. Quizá se podría haber hecho después, pero los que me decían que no, que marzo fue el momento apropiado, tenían buenos argumentos. No había opción: había que comprar camas, saber cómo tratar a los pacientes, quizá hubo falla en los testeos, pero había que ver para qué se podrían haber hecho más testeos. Al principio no se contagió nadie en el resto del país por la concentración en AMBA, y ahora el virus se paseó por el interior y vuelve al AMBA. La Argentina, en su organización federal, es como muchos países chiquitos y veníamos sin una organización central por la falta de un ministerio que hilvane procedimientos con las provincias. Y ahora al plan de vacunación lo veo impecable, aunque no sé cómo vendrá la provisión de afuera de la vacuna, en definitiva algo más político que médico. Pero creo que si en un año tenemos un rebote económico y llega la vacuna, quizá el número final de la pandemia no sea tan malo... Igualmente, yo era más optimista, nos agarró fuerte en un momento, y la mortalidad depende de cómo está el sistema en todo el país, algo que es disímil en las provincias.
–Se habla de que el sistema no colapsó, pero eso es en el AMBA. En Jujuy y en Río Negro, por poner dos ejemplos, sí hubo colapsos.
–Es verdad. Pero no llegó a haber faltante de camas y muertos en pasillos, como en Perú o Chile, con gente desatendida. Se llegó a un punto límite donde la calidad de prestación médica era muy baja, y por eso hubo esta mortalidad: un paciente grave depende de los expertos de terapia intensiva.
–Hay en el país terapias intensivas con mortalidad del 25% y otras con 80% y 100%.
–Es que la Argentina es como un minicontinente, igual que los Estados Unidos. De todos modos, mi presunción es que a la larga la Argentina tendrá mejores números que el resto de América Latina.
–¿Qué tres o cuatro cosas deberían hacerse rápido, en el primer semestre de 2021?
–El plan de vacunación con medidas terapéuticas que acompañen, como plasma, testeos con una idea de detección epidemiológica y campañas de concientización, que no veo. La diferencia entre hacer actividades al aire libre y adentro es gigantesca; más barbijos y la higiene de manos, además de fortalecer la alta complejidad.
–Respecto de las actividades al aire libre, ¿no estuvo la ciencia lenta en remarcarlo? Lo mismo en dar la opción de cierres de actividades alternados y no continuos.
–¿Se avanzó en el uso del plasma con estas características?
–Tenemos la estructura armada. Y pensamos sacarles plasma a los vacunados porque tiene muchos anticuerpos. En mayores de 65 años con inicio de síntomas un concentrado de anticuerpos da un 73% de eficacia para evitar agravamiento de síntomas. Cuando esto se difunda en el mundo a través de la Fundación de Bill y Melinda Gates quizá se den cuenta.
–¿Qué evaluación hace de la pandemia en la Argentina y la respuesta que se le dio en el contexto latinoamericano?
–La Argentina hizo algo novedoso, un lockdown (cierre) largo, con ascenso lento de casos pero continuado. El tiempo nos agotó y subieron aún más, con un parate económico que fue fuerte, pero sin saturar un sistema de salud que estaba muy golpeado. No sé si la Argentina tenía otra cosa que hacer, sinceramente. Con el sistema de salud roto, se necesitaba tiempo, había que encerrar a la gente. Quizá se podría haber hecho después, pero los que me decían que no, que marzo fue el momento apropiado, tenían buenos argumentos. No había opción: había que comprar camas, saber cómo tratar a los pacientes, quizá hubo falla en los testeos, pero había que ver para qué se podrían haber hecho más testeos. Al principio no se contagió nadie en el resto del país por la concentración en AMBA, y ahora el virus se paseó por el interior y vuelve al AMBA. La Argentina, en su organización federal, es como muchos países chiquitos y veníamos sin una organización central por la falta de un ministerio que hilvane procedimientos con las provincias. Y ahora al plan de vacunación lo veo impecable, aunque no sé cómo vendrá la provisión de afuera de la vacuna, en definitiva algo más político que médico. Pero creo que si en un año tenemos un rebote económico y llega la vacuna, quizá el número final de la pandemia no sea tan malo... Igualmente, yo era más optimista, nos agarró fuerte en un momento, y la mortalidad depende de cómo está el sistema en todo el país, algo que es disímil en las provincias.
–Se habla de que el sistema no colapsó, pero eso es en el AMBA. En Jujuy y en Río Negro, por poner dos ejemplos, sí hubo colapsos.
–Es verdad. Pero no llegó a haber faltante de camas y muertos en pasillos, como en Perú o Chile, con gente desatendida. Se llegó a un punto límite donde la calidad de prestación médica era muy baja, y por eso hubo esta mortalidad: un paciente grave depende de los expertos de terapia intensiva.
–Hay en el país terapias intensivas con mortalidad del 25% y otras con 80% y 100%.
–Es que la Argentina es como un minicontinente, igual que los Estados Unidos. De todos modos, mi presunción es que a la larga la Argentina tendrá mejores números que el resto de América Latina.
–¿Qué tres o cuatro cosas deberían hacerse rápido, en el primer semestre de 2021?
–El plan de vacunación con medidas terapéuticas que acompañen, como plasma, testeos con una idea de detección epidemiológica y campañas de concientización, que no veo. La diferencia entre hacer actividades al aire libre y adentro es gigantesca; más barbijos y la higiene de manos, además de fortalecer la alta complejidad.
–Respecto de las actividades al aire libre, ¿no estuvo la ciencia lenta en remarcarlo? Lo mismo en dar la opción de cierres de actividades alternados y no continuos.
–Sí, porque faltaron los referentes de salud mundial. La CDC (de Estados Unidos) y la OMS fueron erráticas. No equivocados sino erráticos en la información. Hubo mucha necesidad de decir algo, antes de chequear por ensayo y error, y trataron de salvar al mundo rápidamente. Creían que era una carrera de cien metros cuando era una maratón; la gente quedó agotada, y faltaban muchos kilómetros todavía. El método científico quedó de lado, cualquier cosa se difundía en conferencia de prensa. Los médicos, acostumbrados a la evidencia, se ponían a tratar con cualquier cosa, se compraban insumos que no se necesitaban… Todo eso en los primeros meses. Luego decantó lo serio, y hubo más sentido común: aireación, manejo de la infección como algo multioorgánico y demás detalles. Enseguida mejoró el tratamiento dentro de los hospitales. Y se empezó a saber que no había que tener pánico a los objetos sino ventilar los ambientes, abrir las ventanas, algo que es básico en cualquier infección respiratoria. Ese tiempo que tuvo la ciencia de decantación duró cinco o seis meses. No es tanto si se lo piensa, pero en medio de los errores para detener la circulación, ya fue tarde para muchísima gente. Y los países centrales subestimaron lo que les podía pasar. Saco Oriente del análisis porque ellos tuvieron ya contacto antes con coronavirus, no es que Filipinas hace las cosas mejor que Nueva York.
–¿Contacto con otros coronavirus que les generaron cierta inmunidad?
–O con este mismo y nunca fue noticia. Si este Sars-cov-2 circuló hace quince o veinte años solo por Oriente y si generó un cierto número de muertes no detectadas, nadie se enteró. Además seguramente hubo coronavirus parecidos o que generaron anticuerpos cruzados que los protegen. Encima, los países totalitarios pueden cerrar con menos problemas, pero ese no es el punto central para mí.
–Pero no hay evidencias claras de que el salto no haya sido durante el último trimestre del año pasado.
–Hay una idea que anda dando vueltas de que estuvo antes, pero habría que confirmarla, sí.
–Ahora bien, todo este lío mundial con un virus cuya letalidad total es menor al 1%, ¿qué cree que hubiera pasado si tenía 2 o 2,5%?
–Y bastante menos de 1%. Por cada diagnosticado hay unas diez personas sin diagnosticar, la mayoría sin síntomas. El 0,6 o 0,7% de letalidad total fue el primer número que se planteó, y no me extrañaría que terminara siendo ese. Lo que sucedió es que con una enfermedad banal menos letal que la gripe A se te juntan diez años de gripe A en un año; es un tema de volumen. Toda esa gente enferma a la vez en todos lados es un problema enorme. Si a eso le agregaras más letalidad tendrías un problema gravísimo. Por eso, hay que pensar este tipo de infecciones como pandemias per se, y empezar a pensar en una forma de unificar tratamientos, del manejo de la información, el turismo, las fronteras. Esto debe rever la OMS, porque esa es la idea de tener una OMS, aunar políticas.
–Respecto de las vacunas, ¿cómo vio la disputa entre el Gobierno y el laboratorio (Pfizer)? Sumado al acaparamiento de los países centrales que compraron vacunas por demás.
–Todo esperable y dentro de lo habitual. Canadá compró nueve vacunas por persona, y es el primer ministro (Justin Trudeau) que todos aman, el más solidario y demás, mientras hay países que recién tendrán vacuna en 2024, con lo que se morirán los más pobres. Es así de duro. Respecto de las controversias entre los Estados y la industria farmacológica, o de soberanía versus mercado, también es algo que se da siempre. A mí me encantaría y era nuestro sueño que la vacuna de Pfizer llegara; como investigadores comprometimos a ambas partes a que negociaran, pero son los tiras y aflojes de siempre, a lo que se suma la comunicación fallida de ambos lados.
–¿Pero como científico que colideró el proyecto, con miles de argentinos voluntarios, no cree que pudo haberse hecho algo distinto?
–Yo esperaba otro resultado, es cierto. Pero siempre soy optimista. Quizá en un mes llegan dosis de Pfizer, más la Sputnik, más Astrazeneca, y se llega a marzo con un saldo muy positivo. Espero eso y además confío en los técnicos del ministerio que saben mucho de inmunizaciones.
–En un acto, la vicepresidenta de la Nación dijo que había que reformar el sistema de salud argentino porque así como está es altamente ineficaz. ¿Está de acuerdo?
–Ciento por ciento. El sistema argentino está muy fragmentado, no se puede sostener así. Fue modelo en un momento, y ahora hay que repensarlo. Quizá el modelo uruguayo pueda servir como ejemplo.
–¿Contacto con otros coronavirus que les generaron cierta inmunidad?
–O con este mismo y nunca fue noticia. Si este Sars-cov-2 circuló hace quince o veinte años solo por Oriente y si generó un cierto número de muertes no detectadas, nadie se enteró. Además seguramente hubo coronavirus parecidos o que generaron anticuerpos cruzados que los protegen. Encima, los países totalitarios pueden cerrar con menos problemas, pero ese no es el punto central para mí.
–Pero no hay evidencias claras de que el salto no haya sido durante el último trimestre del año pasado.
–Hay una idea que anda dando vueltas de que estuvo antes, pero habría que confirmarla, sí.
–Ahora bien, todo este lío mundial con un virus cuya letalidad total es menor al 1%, ¿qué cree que hubiera pasado si tenía 2 o 2,5%?
–Y bastante menos de 1%. Por cada diagnosticado hay unas diez personas sin diagnosticar, la mayoría sin síntomas. El 0,6 o 0,7% de letalidad total fue el primer número que se planteó, y no me extrañaría que terminara siendo ese. Lo que sucedió es que con una enfermedad banal menos letal que la gripe A se te juntan diez años de gripe A en un año; es un tema de volumen. Toda esa gente enferma a la vez en todos lados es un problema enorme. Si a eso le agregaras más letalidad tendrías un problema gravísimo. Por eso, hay que pensar este tipo de infecciones como pandemias per se, y empezar a pensar en una forma de unificar tratamientos, del manejo de la información, el turismo, las fronteras. Esto debe rever la OMS, porque esa es la idea de tener una OMS, aunar políticas.
–Respecto de las vacunas, ¿cómo vio la disputa entre el Gobierno y el laboratorio (Pfizer)? Sumado al acaparamiento de los países centrales que compraron vacunas por demás.
–Todo esperable y dentro de lo habitual. Canadá compró nueve vacunas por persona, y es el primer ministro (Justin Trudeau) que todos aman, el más solidario y demás, mientras hay países que recién tendrán vacuna en 2024, con lo que se morirán los más pobres. Es así de duro. Respecto de las controversias entre los Estados y la industria farmacológica, o de soberanía versus mercado, también es algo que se da siempre. A mí me encantaría y era nuestro sueño que la vacuna de Pfizer llegara; como investigadores comprometimos a ambas partes a que negociaran, pero son los tiras y aflojes de siempre, a lo que se suma la comunicación fallida de ambos lados.
–¿Pero como científico que colideró el proyecto, con miles de argentinos voluntarios, no cree que pudo haberse hecho algo distinto?
–Yo esperaba otro resultado, es cierto. Pero siempre soy optimista. Quizá en un mes llegan dosis de Pfizer, más la Sputnik, más Astrazeneca, y se llega a marzo con un saldo muy positivo. Espero eso y además confío en los técnicos del ministerio que saben mucho de inmunizaciones.
–En un acto, la vicepresidenta de la Nación dijo que había que reformar el sistema de salud argentino porque así como está es altamente ineficaz. ¿Está de acuerdo?
–Ciento por ciento. El sistema argentino está muy fragmentado, no se puede sostener así. Fue modelo en un momento, y ahora hay que repensarlo. Quizá el modelo uruguayo pueda servir como ejemplo.
Minibio
Gonzalo Pérez Marc es médico pediatra, doctorando en Medicina (UBA), alumno avanzado en Filosofía (UBA) y magíster en Bioética (Flacso). Entre otras instituciones, fue docente en la UCA, la Unsam y la Universidad Maimónides. Subdirector médico del Departamento Materno-infantil del Hospital Militar Central, participó en el ensayo clínico de fase III de la vacuna del laboratorio Pfizer, junto con Fernando Polack y Romina Libster, de la Fundación Infant.
M. D. A
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http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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