Nuevos deseos. Con las ilusiones renovadas para la Navidad
Después de un año tan diferente y abrumador, mensajes, cuentos, poesías y dibujos que llegaron para fundirnos en un abrazo esperanzador
Señor Papá Noel
Lena Biasquini Ciudad del Carmen ,jujuy
Vi una estrella como una enorme luz en el firmamento, brillaba tan intensamente como la sonrisa de un niño. Me senté en medio del patio para observarla y exclamé mis deseos: Señor Papá Noel pedirte que mamá me recuerde y pueda escribirme en una pequeña carta cuánto me quiere. Ya que desde que partió en un viaje tan distante todavía la recuerdo ...
Señor Papá Noel si puedes encontrarla, dile por favor ¡Cuánto la quiero!
Señor Papá Noel dile solamente que siempre la miro en una estrella con la esperanza de abrazarla y más en este año en que la pandemia casi se llevó a mis abuelitos. ¡Señor Papá Noel dile que aún la esperamos!
La gran nación
Paolo Barbieri
Nueve de julio, Buenos Aires
Deseo que seamos otra vez una gran Nación.
No queremos grandes regalos, ni promesas. Pretendemos la división para los poderes impulsar la esperanza en molde de ambición .
Que sembremos el progreso que apostemos a la educación, que las diferencias no nos separen, que no se nos vaya el humor.
Heroicos como Belgrano y líricos como Mitre, que la alegría de nuestros italianos vuelva a ser canción. ¿En qué momento nos volvimos un pueblo amargado y peleador?
Quejosos, pesados, conflictivos sin nombre. Recuperemos ese horizonte
Donde el exilio no es seductor.
Que repudiemos al Mentiroso y aspiremos a ser mejores que en la pobreza haya ambición de clase media.
Que asumamos las responsabilidades y aprendamos de nuestros errores.
Ojalá que nos inspiren tantos sables envainados, mientras nos contemplan fríos pero perplejos ante la limosna que hemos conquistado pese a los 200 años que han pasado.
Si yo tuviera una estrella
Víctor Hugo Remon
Ciudad de Buenos Aires
No queremos grandes regalos, ni promesas. Pretendemos la división para los poderes impulsar la esperanza en molde de ambición .
Que sembremos el progreso que apostemos a la educación, que las diferencias no nos separen, que no se nos vaya el humor.
Heroicos como Belgrano y líricos como Mitre, que la alegría de nuestros italianos vuelva a ser canción. ¿En qué momento nos volvimos un pueblo amargado y peleador?
Quejosos, pesados, conflictivos sin nombre. Recuperemos ese horizonte
Donde el exilio no es seductor.
Que repudiemos al Mentiroso y aspiremos a ser mejores que en la pobreza haya ambición de clase media.
Que asumamos las responsabilidades y aprendamos de nuestros errores.
Ojalá que nos inspiren tantos sables envainados, mientras nos contemplan fríos pero perplejos ante la limosna que hemos conquistado pese a los 200 años que han pasado.
Si yo tuviera una estrella
Víctor Hugo Remon
Ciudad de Buenos Aires
Si yo tuviera una estrella que brille como en Belén, alumbraría mi patria para verla renacer.
Le pido al niño bendito Al Dios que está por nacer, que nos regale el milagro de resucitar, como él.
Que sea un país de optimismo donde impere la honradez que pueda más la confianza que el miedo a vivir en él.
Si yo tuviera una estrella que brille como en Belén, ¡alumbraría a mi patria para verla renacer!
Es hora
Ricardo Ignacio Ortiz Lomas de Zamora
El hueco mágico
Elsa Scarinci, de Ciudad de Buenos Aires
Le pido al niño bendito Al Dios que está por nacer, que nos regale el milagro de resucitar, como él.
Que sea un país de optimismo donde impere la honradez que pueda más la confianza que el miedo a vivir en él.
Si yo tuviera una estrella que brille como en Belén, ¡alumbraría a mi patria para verla renacer!
Es hora
Ricardo Ignacio Ortiz Lomas de Zamora
Es hora de volver a ser uno mismo, a ser una misma, es hora de conectar con el pulso de la tierra, es hora de mirar el cielo, los árboles, los pájaros, que vuelven a tomar la ciudad para cantar a coro, la tierra, las plantas, los árboles, las flores.
Es hora de cerrar los ojos para abrirlos hacia adentro, y mirar el olvidado valle interior.
Es hora de hacer que sus pájaros canten a coro, que sus plantas reverdezcan, que sus flores vuelvan a estallar de colores, que sus árboles vuelvan a estallar de hojas, que su tierra vuelva a estar húmeda.
Es hora de recordar ciertas cosas y de olvidar ciertas cosas.
Es hora de probar la dulce nostalgia pero para apuntar hacia el futuro, sin hundirse en ella, es hora de mirar al otro, es hora de conectarse, de sentirse, de besarse, de reírse, de llorar de alegría, de buscar al otro.
Es hora de olvidar la soledad por momentos, solo por momentos, es hora de buscar el sol aunque la oscuridad sea agradable compañera, es hora de buscar la vida aunque la muerte sea una dama seductora, es hora de que yo sea Victoria otra vez, es hora de vivir…
Es hora.
En busca de Empatía
Andrés Bustos Florida, Vicente López
Es hora de cerrar los ojos para abrirlos hacia adentro, y mirar el olvidado valle interior.
Es hora de hacer que sus pájaros canten a coro, que sus plantas reverdezcan, que sus flores vuelvan a estallar de colores, que sus árboles vuelvan a estallar de hojas, que su tierra vuelva a estar húmeda.
Es hora de recordar ciertas cosas y de olvidar ciertas cosas.
Es hora de probar la dulce nostalgia pero para apuntar hacia el futuro, sin hundirse en ella, es hora de mirar al otro, es hora de conectarse, de sentirse, de besarse, de reírse, de llorar de alegría, de buscar al otro.
Es hora de olvidar la soledad por momentos, solo por momentos, es hora de buscar el sol aunque la oscuridad sea agradable compañera, es hora de buscar la vida aunque la muerte sea una dama seductora, es hora de que yo sea Victoria otra vez, es hora de vivir…
Es hora.
En busca de Empatía
Andrés Bustos Florida, Vicente López
Hace años la estuve persiguiendo, ya que en cada Navidad estaba incluso más presente. Cada año me acerqué de a poco, deseando saber aunque sea un poquitito más de ella. Los impedimentos del mundo siempre fueron los principales obstáculos. Pero un día, después de haber pasado tanto tiempo, nos encontramos. Me miró a los ojos, y tuve una de las sensaciones más placenteras y solemnes en mi vida. Su rostro me transmitió paz, toda grieta separada volvió a unirse, me di cuenta que mi búsqueda siempre valió la pena. Y finalmente, conocí su nombre: Empatía
El arbolito que creó el abuelo
Rosa del Valle Florencio Varela
El arbolito que creó el abuelo
Rosa del Valle Florencio Varela
Recuerdo que para unas fiestas, seguramente, a mis abuelos con los que me crié no les alcanzaría la plata para comprar un arbolito y sus accesorios. Entonces, mi abuelo cortó un árbol, creo que de los que se llama de café, que crecen mucho y rápido.
Mi abuela lo forró con papel crepe verde, abajo le puso una damajuana también forrada de verde, como base. No recuerdo que pusieron de adorno, sí pusieron el pesebre, focos comunes de luz y lo encendieron. Tuvimos el arbolito con algunos regalos. Una historia simple, que solo demuestra que con poco y voluntad, hicieron feliz a una nena (yo). Los siguientes años, tuvimos arbolitos con sus adornos.
Mi abuela lo forró con papel crepe verde, abajo le puso una damajuana también forrada de verde, como base. No recuerdo que pusieron de adorno, sí pusieron el pesebre, focos comunes de luz y lo encendieron. Tuvimos el arbolito con algunos regalos. Una historia simple, que solo demuestra que con poco y voluntad, hicieron feliz a una nena (yo). Los siguientes años, tuvimos arbolitos con sus adornos.
El hueco mágico
Elsa Scarinci, de Ciudad de Buenos Aires
Tiempo atrás, le habían dicho que para que sus sueños se cumplieran, debía escribirlos en un papel y guardarlos en un sitio seguro. Tenía alrededor de siete años cuando escribió su primer anhelo en una hoja que arrancó del cuaderno de tareas. Con su letra aún torpe, redactó bien grande: DESEO UNA BICICLETA ROSA. Dobló el papelito varias veces y recorrió la casa buscando un lugar seguro donde guardarlo. Pensó en algún rinconcito de su dormitorio, pero no vio nada confiable, lo compartía con sus hermanos. Decidió buscar por el comedor, pero le pareció un lugar demasiado público. Intentó en el lavadero, pero ahí corría el riesgo de mojarse. En el cuarto de sus padres, pero de ese lugar no conocía muchos recovecos.
Entonces salió a su patio, el lugar donde pasaba muchas horas y donde era feliz. Ahí iba a encontrar el lugar ideal para alojar su deseo. Recorrió la galería, luego el jardín. Buscó por entre los canteros que cuidaba su madre y no le convenció. Pero cuando lo vio, sintió que sería el adecuado y se decidió por el viejo árbol del fondo. Ese de tallo rugoso y de gran follaje. Algunas veces sus abuelos en las tardes de verano ponían ahí sus sillas, una mesita y tomaban mate bajo su sombra. Salvo esas contadas ocasiones, al árbol del fondo nadie le prestaba atención. Sabía que había un hueco en el tronco que creía conocer solo ella. Lo buscó, hurgó dentro y le pareció que tenía suficiente espacio para albergar todos sus sueños. Así fue como Alejandra puso en el árbol su primer deseo escrito con letra insegura, pero con firme deseo de que se haga realidad. Y poco después, esa Navidad, llegó la bicicleta rosa. Aún tenía las rueditas estabilizadoras que no tardó mucho en quitarle, una canastita al frente y unas cintas que colgaban de cada extremo del manubrio. Alejandra vio el regalo y miró hacia su árbol con gesto cómplice. Cientos de kilómetros anduvo con su bicicleta rosa dándole gracias a su buen comportamiento, a papá Noel, y al viejo árbol, portador silencioso de su secreto.
Fue a partir de entonces, que cada deseo profundo de Alejandra fue a parar al hueco mágico, como lo llamaba ella. Y el corazón de su árbol se fue llenando de papelitos escritos con los anhelos de Alejandra. Esos deseos que fueron pasando de los de una niña, a los de una adolescente y a los de una mujer: Deseo una caja grande de lápices de colores. Deseo un diario íntimo. Deseo que por fin me venga. Deseo que Néstor se fije en mí. Deseo ganar ese torneo. Deseo un primer beso. Deseo que mis padres me dejen ir al baile. Deseo que firmen la autorización para el viaje de egresados. Deseo que me dejen ir de vacaciones con las chicas. Deseo terminar el CBC. … Parecía no tener fin el hueco, siempre había lugar para un deseo más. Nunca le habló a nadie de su secreto. Presentía que la magia terminaría si lo compartía.
Con el tiempo, Alejandra se independizó y se fue de la casa paterna. Pero cuando necesitaba recurrir al hueco mágico, no dudaba en escribir e ir al fondo de la casa de sus padres para buscar el árbol que cumplía sus deseos. Era su secreto. La base de su seguridad. De su manera positiva de ver la vida. Si algo deseaba verdaderamente, sabia a quién recurrir. Claro que no se quedaba en el deseo, su actitud era activa. Nunca esperaba todo del árbol. Ella lo ayudaba a cumplir sus deseos.
Fue un caluroso día de verano en que llegó a casa de sus padres y notó por el ruido, que en el fondo trabajaba el jardinero. Cuando prestó atención se dio cuenta que estaba con su motosierra terminando de redondear el tocón de su amigo, ¡su cómplice! Corrió hasta el fondo y vio que de su árbol ya solo quedaba un prolijo y triste muñón. Observó con los ojos anegados los turbios restos de su silencioso amigo. Caídos a un lado le decían adiós, misión cumplida. Y lloró. Lloró desconsoladamente como cuando uno despide a un amigo que se ha ido antes de tiempo. Lloró abrazando sus ramas por no haberlo defendido. Por no haber pedido el deseo de que su árbol la acompañara para siempre. ¿Por qué no vemos las cosas hasta que las perdemos? Parece que lo que nos rodea hoy, lo tendremos siempre. Hay cosas de las que uno ni siquiera piensa que un día pueden no estar. ¿Será que el dolor es tan grande que es imposible imaginar esa situación? Y ahí estaban los restos de su amigo, su cómplice, su compañero. Su Papá Noel personal. Y el espíritu de Alejandra se desmoronó junto a su árbol. Entre sus ramas, papelitos prolijamente doblados, algunos más amarillos, otros más recientes, habían caído de su hueco mágico. Juntó los que encontró y al contrario de lo que pensó que iba a hacer, Alejandra volvió a ponerlos en su lugar. Como testigo de su propia vida junto a su querido secuaz. Así una parte de ella se iría para siempre con él. Ninguno de sus padres entendió nunca tanta desolación por un árbol viejo. Sus hermanos se rieron.
Ella no habló. Tal vez sus abuelitos hubieran extrañado también a su querido árbol, pero ya no estaban. Una sensación de soledad la acompañó largo tiempo. Cuando volvió a ponerse el jean elastizado que llevaba en aquella ocasión, encontró en el bolsillo el papelito donde llevaba el último deseo que había escrito para su árbol. No lo puso. Le pareció injusto pedirle algo cuando su verde sangre manchaba el jardín. No quiso agobiarlo, no quiso exigirlo y no fue capaz siquiera de sacar el papelito del bolsillo. Tanto había sido su dolor que ni siquiera recordó que tenía un recado para él. A partir de entonces, Alejandra tiene un dios privado. Ya no esconde papelitos, ahora desea con todas sus fuerzas e imagina a su árbol mágico junto a su bicicleta rosa. Deseo que esta relación sea fuerte. Deseo ese trabajo. Deseo un hijo. Deseo un hermanito para Marianita. Deseo recomponer mi vida. Deseo salud para mis padres. Deseo que mi árbol descanse en paz.
Entonces salió a su patio, el lugar donde pasaba muchas horas y donde era feliz. Ahí iba a encontrar el lugar ideal para alojar su deseo. Recorrió la galería, luego el jardín. Buscó por entre los canteros que cuidaba su madre y no le convenció. Pero cuando lo vio, sintió que sería el adecuado y se decidió por el viejo árbol del fondo. Ese de tallo rugoso y de gran follaje. Algunas veces sus abuelos en las tardes de verano ponían ahí sus sillas, una mesita y tomaban mate bajo su sombra. Salvo esas contadas ocasiones, al árbol del fondo nadie le prestaba atención. Sabía que había un hueco en el tronco que creía conocer solo ella. Lo buscó, hurgó dentro y le pareció que tenía suficiente espacio para albergar todos sus sueños. Así fue como Alejandra puso en el árbol su primer deseo escrito con letra insegura, pero con firme deseo de que se haga realidad. Y poco después, esa Navidad, llegó la bicicleta rosa. Aún tenía las rueditas estabilizadoras que no tardó mucho en quitarle, una canastita al frente y unas cintas que colgaban de cada extremo del manubrio. Alejandra vio el regalo y miró hacia su árbol con gesto cómplice. Cientos de kilómetros anduvo con su bicicleta rosa dándole gracias a su buen comportamiento, a papá Noel, y al viejo árbol, portador silencioso de su secreto.
Fue a partir de entonces, que cada deseo profundo de Alejandra fue a parar al hueco mágico, como lo llamaba ella. Y el corazón de su árbol se fue llenando de papelitos escritos con los anhelos de Alejandra. Esos deseos que fueron pasando de los de una niña, a los de una adolescente y a los de una mujer: Deseo una caja grande de lápices de colores. Deseo un diario íntimo. Deseo que por fin me venga. Deseo que Néstor se fije en mí. Deseo ganar ese torneo. Deseo un primer beso. Deseo que mis padres me dejen ir al baile. Deseo que firmen la autorización para el viaje de egresados. Deseo que me dejen ir de vacaciones con las chicas. Deseo terminar el CBC. … Parecía no tener fin el hueco, siempre había lugar para un deseo más. Nunca le habló a nadie de su secreto. Presentía que la magia terminaría si lo compartía.
Con el tiempo, Alejandra se independizó y se fue de la casa paterna. Pero cuando necesitaba recurrir al hueco mágico, no dudaba en escribir e ir al fondo de la casa de sus padres para buscar el árbol que cumplía sus deseos. Era su secreto. La base de su seguridad. De su manera positiva de ver la vida. Si algo deseaba verdaderamente, sabia a quién recurrir. Claro que no se quedaba en el deseo, su actitud era activa. Nunca esperaba todo del árbol. Ella lo ayudaba a cumplir sus deseos.
Fue un caluroso día de verano en que llegó a casa de sus padres y notó por el ruido, que en el fondo trabajaba el jardinero. Cuando prestó atención se dio cuenta que estaba con su motosierra terminando de redondear el tocón de su amigo, ¡su cómplice! Corrió hasta el fondo y vio que de su árbol ya solo quedaba un prolijo y triste muñón. Observó con los ojos anegados los turbios restos de su silencioso amigo. Caídos a un lado le decían adiós, misión cumplida. Y lloró. Lloró desconsoladamente como cuando uno despide a un amigo que se ha ido antes de tiempo. Lloró abrazando sus ramas por no haberlo defendido. Por no haber pedido el deseo de que su árbol la acompañara para siempre. ¿Por qué no vemos las cosas hasta que las perdemos? Parece que lo que nos rodea hoy, lo tendremos siempre. Hay cosas de las que uno ni siquiera piensa que un día pueden no estar. ¿Será que el dolor es tan grande que es imposible imaginar esa situación? Y ahí estaban los restos de su amigo, su cómplice, su compañero. Su Papá Noel personal. Y el espíritu de Alejandra se desmoronó junto a su árbol. Entre sus ramas, papelitos prolijamente doblados, algunos más amarillos, otros más recientes, habían caído de su hueco mágico. Juntó los que encontró y al contrario de lo que pensó que iba a hacer, Alejandra volvió a ponerlos en su lugar. Como testigo de su propia vida junto a su querido secuaz. Así una parte de ella se iría para siempre con él. Ninguno de sus padres entendió nunca tanta desolación por un árbol viejo. Sus hermanos se rieron.
Ella no habló. Tal vez sus abuelitos hubieran extrañado también a su querido árbol, pero ya no estaban. Una sensación de soledad la acompañó largo tiempo. Cuando volvió a ponerse el jean elastizado que llevaba en aquella ocasión, encontró en el bolsillo el papelito donde llevaba el último deseo que había escrito para su árbol. No lo puso. Le pareció injusto pedirle algo cuando su verde sangre manchaba el jardín. No quiso agobiarlo, no quiso exigirlo y no fue capaz siquiera de sacar el papelito del bolsillo. Tanto había sido su dolor que ni siquiera recordó que tenía un recado para él. A partir de entonces, Alejandra tiene un dios privado. Ya no esconde papelitos, ahora desea con todas sus fuerzas e imagina a su árbol mágico junto a su bicicleta rosa. Deseo que esta relación sea fuerte. Deseo ese trabajo. Deseo un hijo. Deseo un hermanito para Marianita. Deseo recomponer mi vida. Deseo salud para mis padres. Deseo que mi árbol descanse en paz.
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