Ficciones de Aira. Una obra insólita que no deja de crecer
En 2020, el escritor argentino agregó tres nuevos títulos a la enorme lista de sus libros, entre otros el sorprendente Lugones, en los que vuelve a poner a interactuar narrativa y arte contemporáneo
¿Cuál es el tiempo de César Aira? En 2020, el escritor de 71 años nacido en Pringles con base en Flores, cuyo nombre resuena en la quiniela previa del Nobel de Literatura para luego ausentarse de todo el (aún en pandemia) sobrecargado calendario de la escritura y los autores publicó tres libros nuevos, novelas cortas. En 2018 había llegado a un número único para un autor argentino, cien libros donde se sumaban objetos de ficción, ensayos, piezas teatrales. Con las publicaciones de Fulgentius (en febrero), Lugones (en septiembre) y la más reciente El Pelícano el número de Aira llega a 107 títulos, lo cual supondría que muy pronto el airólogo Ricardo Strafacce debería estar corrigiendo y aumentando su muy necesario César Aira, un catálogo, que tenía como cierre el ensayo Sobre el arte contemporáneo seguido de En La Habana al que le correspondía esa cifra desmesurada: 100.
Pero los libros de Aira no confirman ni desmienten sino que más bien atentan contra esa idea de la "novedad" en la industria editorial. Lugones es un libro nuevo, sí, pero está fechado en mayo de 1990 mientras que El Pelícano es de febrero de 2019, y Fulgentius, de enero de 2017. Pero podrían ser intercambiados pues ninguno da pistas de una contemporaneidad que no sea la del propio autor en su incesante producción. Así, El Pelícano podría ser el libro de 1990 y Lugones, el último de sus manuscritos pasados a computadora. O uno de los últimos porque quién sabe cuánto ha escrito Aira desde febrero de 2019 o qué otra obra suya podría encarnar el pasado como futuro.
Lugones y El Pelícano son, como de costumbre, libros que apenas pasan las cien páginas (el formato del primero, publicado por Blatt & Ríos, lo estira a 179) que es el límite promedio de Aira donde la acción se detiene. Finales que no especulan con la expectativa del final sino que son como esos senderos de tierra en el campo que sin ninguna explicación se borran, tapados por la maleza.
¿A dónde llevarían? Hay algo del orden de lo deceptivo en los finales de Aira que es muy sintomático de la seriefilia de estos años. Estallidos colectivos de indignación con el final de Lost, primero, o con el de The Undoing ahora. Una obsesión por el final como artesanía o convención que Aira desprecia o no le importa. No habría obra menos netflixable que la de Aira y, sin embargo, esta superposición con el género narrativo que es, a decir del francés Gérard Wacjman (Las series, el mundo, la crisis, las mujeres), la forma de nuestro tiempo también habla de lo que el ensayista Reinaldo Laddaga ya señalaba en 2007: los libros de Aira son libros escritos en el final de los libros y se parecen más bien a emisiones radiofónicas o audiovisuales. Y así como las series están ancladas en la tradición más reciente de la cultura pop que en la del cine, los libros de Aira se relacionan más con genealogías del arte contemporáneo (del neodadaísmo de los años 60 en adelante) que literarias. Lo mismo vale para Fulgentius (¿novela histórica?), ambientada en el Imperio Romano,
Como bien explica Laddaga en el prólogo de Espectáculos de Realidad, donde ponía la obra del dadaísta de Pringles en eje con la del mexicano Mario Bellatin y el brasileño João Gilberto Noll, quien espere una reseña de los tres libros de Aira publicados en 2020 debería decepcionarse como los seriéfilos indignados con los finales. "Es imposible proponer una descripción de esta novela, que le dé al lector una idea de su trama: los libros de Aira se resisten al resumen", escribe Laddaga sobre Las noches de Flores (2005). Y es verdad, sus cuentos de hadas dadaístas (como él mismo caracteriza a sus novelas) son en el fondo sobre nada, espectrales partituras para improvisar, de ahí que la digresión contradiga su propia naturaleza: no hay digresión cuando todo es digresión.
Lo que sí puede hacerse con Lugones y El Pelícano, para atenernos a ellos, es mapearlos dentro de esa instalación de arte contemporáneo que es su bibliografía. El primero, claro, es un deslizamiento sobre el último día en la vida del así llamado poeta nacional en un recreo de vacaciones del Delta. Pero no es una ucronía, carece de ese tipo de especulación morbosa. En Lugones, Leopoldo Lugones es él y no es él todo el tiempo. Pertenece a la misma clase de libros de Aira como Un episodio en la vida del pintor viajero (2000) donde el cruce de Johann Moritz Rugendas de Chile a la Argentina en 1837 es desviado, secuestrado, de la historia hacia un bunker surrealista o el magnífico La Liebre (1991) donde se ficcionaliza a Juan Manuel de Rosas como si se jugara con su figura adusta reproducida a la escala de esas miniaturas que venían en las chocolatinas Jack.
Lo que sí puede hacerse con Lugones y El Pelícano, para atenernos a ellos, es mapearlos dentro de esa instalación de arte contemporáneo que es su bibliografía. El primero, claro, es un deslizamiento sobre el último día en la vida del así llamado poeta nacional en un recreo de vacaciones del Delta. Pero no es una ucronía, carece de ese tipo de especulación morbosa. En Lugones, Leopoldo Lugones es él y no es él todo el tiempo. Pertenece a la misma clase de libros de Aira como Un episodio en la vida del pintor viajero (2000) donde el cruce de Johann Moritz Rugendas de Chile a la Argentina en 1837 es desviado, secuestrado, de la historia hacia un bunker surrealista o el magnífico La Liebre (1991) donde se ficcionaliza a Juan Manuel de Rosas como si se jugara con su figura adusta reproducida a la escala de esas miniaturas que venían en las chocolatinas Jack.
El Pelícano, en cambio, es el mundo paralelo de Jocoserio y Quinta de Tos, lúmpenes grotescos que habitan una ciudad sin nombre en la que se encuentran señales vagas, débiles, de pertenencia al espacio tiempo argentino y que, como en otras emisiones de la instalación Aira, atraviesan una especie de cataclismo o apocalipsis bonsái.
El cruce de Aira entre la ficción literaria y el arte de vanguardia es constitutivo también en sus libros de 2020. Así habrá un extraño pintor japonés en el mundo que rodea al Lugones (Doctor Ferraguto hasta que es descubierto) de Lugones y una pintora abstracta barrial en El Pelícano. Aira usa a estos outsiders del arte para, en sus devaneos, enmascarar breves ensayos sobre arte contemporáneo (esquirlas de Sobre el arte contemporáneo) y la materia misma de la ficción.
Del mismo modo, fuera de sus libros, es requerido para prologar muestras de arte. Ya lo hizo con el pintor Alfredo Prior y este año con el joven artista multidisciplinario Matías Duville cuya muestra se puede ver actualmente en Colección Amalita. Son textos que escapan del objeto libro para ingresar en la dimensión de la arquitectura de las galerías o los museos y que tampoco cumplen del todo con la función que se espera de esos textos llamados "curatoriales". Porque son parte de una obra de arte contemporáneo por otra vía explicando lo inexplicable e inútil del arte. Igual que sus libros de 2020, independientes de todas las estrategias de promoción menos por negación que por su propia especificidad inscripta en lo que Luca Prodan cantaba a grito pelado: nada te ata a leer la novedad.
El cruce de Aira entre la ficción literaria y el arte de vanguardia es constitutivo también en sus libros de 2020. Así habrá un extraño pintor japonés en el mundo que rodea al Lugones (Doctor Ferraguto hasta que es descubierto) de Lugones y una pintora abstracta barrial en El Pelícano. Aira usa a estos outsiders del arte para, en sus devaneos, enmascarar breves ensayos sobre arte contemporáneo (esquirlas de Sobre el arte contemporáneo) y la materia misma de la ficción.
Del mismo modo, fuera de sus libros, es requerido para prologar muestras de arte. Ya lo hizo con el pintor Alfredo Prior y este año con el joven artista multidisciplinario Matías Duville cuya muestra se puede ver actualmente en Colección Amalita. Son textos que escapan del objeto libro para ingresar en la dimensión de la arquitectura de las galerías o los museos y que tampoco cumplen del todo con la función que se espera de esos textos llamados "curatoriales". Porque son parte de una obra de arte contemporáneo por otra vía explicando lo inexplicable e inútil del arte. Igual que sus libros de 2020, independientes de todas las estrategias de promoción menos por negación que por su propia especificidad inscripta en lo que Luca Prodan cantaba a grito pelado: nada te ata a leer la novedad.
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