Un mundo que puede tener secuelas duraderas
El Covid subrayó de una manera inédita las fragilidades de los Estados; algunos signos positivos dan esperanzas
por Luisa Corradini Corresponsal en Francia
Como decía Albert Camus evocando la peste, esta pandemia ha sido una “extraña tiranía” que quedará seguramente en la historia como uno de los episodios malditos del siglo XXI. Después de los atentados islamistas en Estados Unidos en 2001, la crisis financiera de los subprimes en 2008 y el tsunami populista que resultó en el Brexit y la elección de Donald Trump en 2016, aquí seguimos desde hace un año asignados a residencia, en el tiempo –como es habitual–, pero también en el espacio y por tiempo indeterminado.
El Covid-19 subrayó la inmensa fragilidad de los Estados, las sociedades y el sistema internacional. A excepción de un puñado de países, los gobiernos no consiguieron controlar la propagación de la enfermedad, provocando una crisis de desconfianza hacia los dirigentes que, sorprendidos y desorientados, se vieron obligados a recurrir a medidas de confinamiento que desembocaron en una recesión económica inédita.
Las secuelas serán duraderas, ya sea en el terreno de la degradación física y mental de los individuos, como en la explosión de las desigualdades, la caída en la pobreza de sectores enteros de la población mundial, la desescolarización de decenas de millones de niños, el sobreendeudamiento de los Estados (+137% del PIB en 2020 en los países desarrollados, cuyo total este año se elevará a 432%) o el retroceso de las libertades individuales.
Como decía Albert Camus evocando la peste, esta pandemia ha sido una “extraña tiranía” que quedará seguramente en la historia como uno de los episodios malditos del siglo XXI. Después de los atentados islamistas en Estados Unidos en 2001, la crisis financiera de los subprimes en 2008 y el tsunami populista que resultó en el Brexit y la elección de Donald Trump en 2016, aquí seguimos desde hace un año asignados a residencia, en el tiempo –como es habitual–, pero también en el espacio y por tiempo indeterminado.
El Covid-19 subrayó la inmensa fragilidad de los Estados, las sociedades y el sistema internacional. A excepción de un puñado de países, los gobiernos no consiguieron controlar la propagación de la enfermedad, provocando una crisis de desconfianza hacia los dirigentes que, sorprendidos y desorientados, se vieron obligados a recurrir a medidas de confinamiento que desembocaron en una recesión económica inédita.
Las secuelas serán duraderas, ya sea en el terreno de la degradación física y mental de los individuos, como en la explosión de las desigualdades, la caída en la pobreza de sectores enteros de la población mundial, la desescolarización de decenas de millones de niños, el sobreendeudamiento de los Estados (+137% del PIB en 2020 en los países desarrollados, cuyo total este año se elevará a 432%) o el retroceso de las libertades individuales.
No obstante, durante estos aciagos meses también aparecieron signos positivos con la aceleración de la utilización de instrumentos digitales, el descubrimiento de las vacunas en menos de un año tras una movilización científica sin precedente, la solvencia de algunas democracias como la de Corea del Sur, Taiwán, Alemania, Suiza o Nueva Zelanda, la capacidad de reacción de Europa en el terreno económico con su plan de reactivación de 750.000 millones de euros y, en el plano estratégico, el triunfo del demócrata Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos.
Según los economistas, 2021 se presenta bajo dos aspectos opuestos. A pesar de las campañas de vacunación en curso, la primera mitad del año será muy dura, dominada por la pandemia y marcada por una ola masiva de quiebras, desempleo y pobreza. La segunda mitad debería ser más promisoria, gracias al progresivo levantamiento de las medidas sanitarias y –para aquellos países que puedan– la continuación de planes de sostén que provocarán una fuerte reactivación de la economía.
Naturalmente, ese momento cristalizará ganadores y perdedores en todos los continentes, naciones, empresas e individuos. La línea divisoria se establecerá entre aquellos que permanezcan empantanados en el miedo y el resentimiento y los que entren en una dinámica de esperanza, reconstrucción y cambio.
En consecuencia, 2021 podría ser decisivo a condición de que el planeta sea capaz de seguir el consejo de Göran Personn. El primer ministro socialdemócrata que modernizó el modelo sueco en los años 1990 afirmaba que “jamás hay que perder la ocasión de aprovechar una gran crisis”.
¿Cómo? Aumentando la participación de los ciudadanos en la decisión pública. Invirtiendo en la educación. Poniendo las tecnologías al servicio de políticas públicas. Fortaleciendo el Estado de derecho y asegurando la vitalidad del debate ciudadano. Movilizando las energías al servicio del bien común. Humanizando la globalización. Fortaleciendo el sistema de cooperación internacional. Acelerando la transición ecológica. Tratando de salir de un capitalismo de burbujas y de renta. Y, por fin, reconstituyendo una gran alianza entre las grandes democracias del mundo para reparar los daños provocados por cuatro años de aislacionismo de Donald Trump.
Según los economistas, 2021 se presenta bajo dos aspectos opuestos. A pesar de las campañas de vacunación en curso, la primera mitad del año será muy dura, dominada por la pandemia y marcada por una ola masiva de quiebras, desempleo y pobreza. La segunda mitad debería ser más promisoria, gracias al progresivo levantamiento de las medidas sanitarias y –para aquellos países que puedan– la continuación de planes de sostén que provocarán una fuerte reactivación de la economía.
Naturalmente, ese momento cristalizará ganadores y perdedores en todos los continentes, naciones, empresas e individuos. La línea divisoria se establecerá entre aquellos que permanezcan empantanados en el miedo y el resentimiento y los que entren en una dinámica de esperanza, reconstrucción y cambio.
En consecuencia, 2021 podría ser decisivo a condición de que el planeta sea capaz de seguir el consejo de Göran Personn. El primer ministro socialdemócrata que modernizó el modelo sueco en los años 1990 afirmaba que “jamás hay que perder la ocasión de aprovechar una gran crisis”.
¿Cómo? Aumentando la participación de los ciudadanos en la decisión pública. Invirtiendo en la educación. Poniendo las tecnologías al servicio de políticas públicas. Fortaleciendo el Estado de derecho y asegurando la vitalidad del debate ciudadano. Movilizando las energías al servicio del bien común. Humanizando la globalización. Fortaleciendo el sistema de cooperación internacional. Acelerando la transición ecológica. Tratando de salir de un capitalismo de burbujas y de renta. Y, por fin, reconstituyendo una gran alianza entre las grandes democracias del mundo para reparar los daños provocados por cuatro años de aislacionismo de Donald Trump.
¿El mundo será capaz de aceptar de una vez por todas que el acceso al trabajo, a la alimentación, a las redes de saneamiento y a una salud pública que incluya vacunas gratuitas para la población no solo se traduce en un aumento de la esperanza de vida, sino en bienestar y crecimiento económico para todos?
Ojalá que este maldito 2020 consiga “cortar la historia en dos”, en el buen sentido. Que la humanidad sea capaz de evitar que suceda como en casi todas las pandemias de la historia que provocaron una suerte de amnesia colectiva poco tiempo después que terminaron, para dejar rápidamente atrás los traumatismos de la catástrofe.
Pero 2020 no es 1918. Mientras más conectado está el mundo, más interdependiente se vuelve. Es el reverso de la medalla, The
Butterfly Effect (el efecto mariposa) de la globalización: si no se corrige, nos veremos inevitablemente confrontados a riesgos sistémicos, cada vez más frecuentes y peligrosos.
Ojalá que este maldito 2020 consiga “cortar la historia en dos”, en el buen sentido. Que la humanidad sea capaz de evitar que suceda como en casi todas las pandemias de la historia que provocaron una suerte de amnesia colectiva poco tiempo después que terminaron, para dejar rápidamente atrás los traumatismos de la catástrofe.
Pero 2020 no es 1918. Mientras más conectado está el mundo, más interdependiente se vuelve. Es el reverso de la medalla, The
Butterfly Effect (el efecto mariposa) de la globalización: si no se corrige, nos veremos inevitablemente confrontados a riesgos sistémicos, cada vez más frecuentes y peligrosos.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.