Minibio
David Rieff nació en Boston en 1952. Es analista político, periodista y crítico cultural. En 1978 se licenció en Historia en la Universidad de Princeton. Es miembro de The New York Institute for the Humanities. Entre 1998 y 2000 ha colaborado como editor en el World Policy Journal, en The New Republic y en Harper’s Magazine. Escribe eventualmente para Los Angeles Times y Book Review. Fundó y dirigió el proyecto Crímenes de guerra, de la Universidad Americana, en Washington D. C. Entre otros, escribió Camino de Miami, Los Angeles, Capital of the Third World , The Exile: Cuba in the Heart of Miami, Failure of the West y Contra la memoria.
David Rieff: “Los Estados Unidos ya no van a dominar el planeta”
David Rieff (Boston, 1952), quien supo hacerse un nombre como periodista y analista cultural más allá de ser el hijo de Susan Sontag, llevaba diez años ininterrumpidos visitando la Argentina a partir de un premio que la Fundación Sontag entregó a una traducción de Juan José Saer y de su amistad con Edgardo Cozarinsky. En todo ese tiempo se interesó por los pliegues políticos del país, algo que define como “un espectáculo irresistible”. Pensaba entonces volver en 2020 para tomar los últimos apuntes de un libro sobre la Argentina en el estilo de las crónicas de viaje de John Berger. La pandemia no solo postergó este proyecto sino que también lo puso tres semanas contra las cuerdas, aislado en su departamento neoyorquino donde transitó el coronavirus con serias dificultaes para respirar.
Recientemente, Rieff formó parte de Kolapse, un ciclo de entrevistas y debates sobre la crisis ambiental y el futuro que le espera al planeta que pueden verse en la plataforma Kabinett (https://www.wearekabinett.com/videos) que dirige Eduardo Costantini (hijo) con base en Nueva York. Vía Zoom, enmarcado por un lugar atestado de libros y cuadros en su hogar en el barrio de Tribeca, muy cerca del Ground Zero, Rieff traza un balance del particular año estadounidense, marcado por la pandemia (que golpeó allí como en ninguna otra parte del mundo), la derrota electoral de Donald Trump y la puesta en evidencia de lo que caracteriza como una “guerra cultural”.
–¿Hasta qué punto puede pensarse que la irrupción de esta pandemia marca un punto de declinación en el proyecto de la globalización?
–Bueno, creo que la pandemia tendrá una influencia en las maneras o en las versiones de la globalización. Pero no va a cambiar la trayectoria general del planeta. Es una imposibilidad porque para los
desafíos importantes de nuestra época, como el cambio climático o la migración, no pueden pensarse soluciones que no sean globales. En cada crisis aparece la fantasía de muchas personas muy inteligentes de que las cosas van a cambiar muy radicalmente. Pero yo no lo veo así. Vamos a vivir con más pobreza y más conflictos. Serán años muy difíciles los que vienen. Es una crisis que afecta al mundo rico y al mundo pobre por igual. Lo mismo que el cambio climático.
–Estados Unidos tiene el récord de muertes durante esta pandemia (más de 300 mil personas). ¿Qué nos dice ese número sobre la mayor potencia del mundo? ¿Es el fracaso de un sistema de salud? ¿De un gobierno? ¿O de un estilo de vida?
–Es una pregunta interesante. Primero hay que decir que en términos de muerte por millón los Estados Unidos están en el octavo o noveno lugar mundial. Con ese índice son muchos más los que murieron en Italia, por ejemplo, o en México. Pero sí, ha sido un fracaso. Sobre todo un fracaso del sistema de salud, la evidencia del desprecio histórico de este país hacia la salud pública. Pero ni siquiera pensemos en eso: es un país con unos niveles alarmantes de obesidad y diabetes. Es la razón principal creo yo. Por cierto, Trump no ha sido de a gran ayuda, parece salido de un libro de Roa Bastos. Su gobierno fue horrible. Pero las razones principales están en cómo la sociedad norteamericana postergó el tema de la salud pública.
–Hemos visto en Europa, Estados Unidos e incluso la Argentina una tensión entre el cuidado de la pandemia y el ejercicio de las libertades individuales. ¿La democracia liberal se pone en riesgo en estas situaciones?
–La crisis de la democracia liberal viene de los años noventa. Es cierto que en estos meses hemos vivido un debate muy puntual, pero el problema de las democracias liberales viene signado por el ascenso de los populismos de izquierda o de derecha en los últimos treinta años. La crisis de la democracia liberal no ha empezado con el virus. Cada caso pue de explicarse de forma independiente. En el caso de Trump fue la emergencia de una nostalgia por unos Estados Unidos de mayoría blanca y todo lo demás. Pero hay demasiados líderes populistas y por eso la explicación individual no sirve para dar cuenta del fenómeno global. Macron quizás no se vea como un populista en sus acciones, pero es alguien que ha inventado un partido para ser elegido y este partido va a desaparecer cuando él deje el poder. Es un momento en una gran parte del mundo donde el populismo se ha impuesto y esto parece un rechazo al consenso socialdemócrata al que se había llegado.
–Más allá de su análisis, lo que quería preguntarle era cómo las libertades individuales a las que nos hemos acostumbrado en los últimos sesenta años pueden jugar contra el interés general. Así es como Byung-chul Han explica que países más disciplinados como Corea o Japón pudieron administrar mejor esta crisis sanitaria.
–Hay que ser cuidadoso con ese análisis. Australia es un país que está muy cerca del sudeste asiático pero su estilo de vida es más parecido al nuestro o al de Francia e Inglaterra. Y han hecho un trabajo extraordinario. Conozco el argumento: las sociedades colectivistas tienen mayor capacidad para enfrentar una crisis sanitaria. Soy un poco escéptico con este análisis. He vivido al menos dos o tres olas de admiración hacia el sistema autoritario asiático. En los años setenta todos creían que Japón iba a dominar el mundo y en los noventa y ahora se cree que lo hará China. No lo sé. El mundo es cada vez menos claro y vivimos en una multipolaridad total. Los Estados Unidos ya no van a dominar el planeta. Va a ser algo más parecido al siglo XIX en Europa con intereses y consensos de poder distintos. Estará China pero también India y otros países en la discusión.
–La coincidencia entre el ascenso de Trump como líder político y el Brexit en Gran Bretaña da la sensación de querer restaurar la hegemonía anglo sobre el mundo…
–En el caso inglés es más un movimiento antiglobal que la nostalgia por el Imperio Británico. Y Trump no tiene vocación imperialista. Por el contrario, son los demócratas quienes insisten sobre el deber de los Estados Unidos para con el resto del mundo: esa es más la idea de un Joe Biden. Cuando Trump sacó las tropas de Turquía fueron los demócratas quienes plantearon sus quejas.
Recientemente, Rieff formó parte de Kolapse, un ciclo de entrevistas y debates sobre la crisis ambiental y el futuro que le espera al planeta que pueden verse en la plataforma Kabinett (https://www.wearekabinett.com/videos) que dirige Eduardo Costantini (hijo) con base en Nueva York. Vía Zoom, enmarcado por un lugar atestado de libros y cuadros en su hogar en el barrio de Tribeca, muy cerca del Ground Zero, Rieff traza un balance del particular año estadounidense, marcado por la pandemia (que golpeó allí como en ninguna otra parte del mundo), la derrota electoral de Donald Trump y la puesta en evidencia de lo que caracteriza como una “guerra cultural”.
–¿Hasta qué punto puede pensarse que la irrupción de esta pandemia marca un punto de declinación en el proyecto de la globalización?
–Bueno, creo que la pandemia tendrá una influencia en las maneras o en las versiones de la globalización. Pero no va a cambiar la trayectoria general del planeta. Es una imposibilidad porque para los
desafíos importantes de nuestra época, como el cambio climático o la migración, no pueden pensarse soluciones que no sean globales. En cada crisis aparece la fantasía de muchas personas muy inteligentes de que las cosas van a cambiar muy radicalmente. Pero yo no lo veo así. Vamos a vivir con más pobreza y más conflictos. Serán años muy difíciles los que vienen. Es una crisis que afecta al mundo rico y al mundo pobre por igual. Lo mismo que el cambio climático.
–Estados Unidos tiene el récord de muertes durante esta pandemia (más de 300 mil personas). ¿Qué nos dice ese número sobre la mayor potencia del mundo? ¿Es el fracaso de un sistema de salud? ¿De un gobierno? ¿O de un estilo de vida?
–Es una pregunta interesante. Primero hay que decir que en términos de muerte por millón los Estados Unidos están en el octavo o noveno lugar mundial. Con ese índice son muchos más los que murieron en Italia, por ejemplo, o en México. Pero sí, ha sido un fracaso. Sobre todo un fracaso del sistema de salud, la evidencia del desprecio histórico de este país hacia la salud pública. Pero ni siquiera pensemos en eso: es un país con unos niveles alarmantes de obesidad y diabetes. Es la razón principal creo yo. Por cierto, Trump no ha sido de a gran ayuda, parece salido de un libro de Roa Bastos. Su gobierno fue horrible. Pero las razones principales están en cómo la sociedad norteamericana postergó el tema de la salud pública.
–Hemos visto en Europa, Estados Unidos e incluso la Argentina una tensión entre el cuidado de la pandemia y el ejercicio de las libertades individuales. ¿La democracia liberal se pone en riesgo en estas situaciones?
–La crisis de la democracia liberal viene de los años noventa. Es cierto que en estos meses hemos vivido un debate muy puntual, pero el problema de las democracias liberales viene signado por el ascenso de los populismos de izquierda o de derecha en los últimos treinta años. La crisis de la democracia liberal no ha empezado con el virus. Cada caso pue de explicarse de forma independiente. En el caso de Trump fue la emergencia de una nostalgia por unos Estados Unidos de mayoría blanca y todo lo demás. Pero hay demasiados líderes populistas y por eso la explicación individual no sirve para dar cuenta del fenómeno global. Macron quizás no se vea como un populista en sus acciones, pero es alguien que ha inventado un partido para ser elegido y este partido va a desaparecer cuando él deje el poder. Es un momento en una gran parte del mundo donde el populismo se ha impuesto y esto parece un rechazo al consenso socialdemócrata al que se había llegado.
–Más allá de su análisis, lo que quería preguntarle era cómo las libertades individuales a las que nos hemos acostumbrado en los últimos sesenta años pueden jugar contra el interés general. Así es como Byung-chul Han explica que países más disciplinados como Corea o Japón pudieron administrar mejor esta crisis sanitaria.
–Hay que ser cuidadoso con ese análisis. Australia es un país que está muy cerca del sudeste asiático pero su estilo de vida es más parecido al nuestro o al de Francia e Inglaterra. Y han hecho un trabajo extraordinario. Conozco el argumento: las sociedades colectivistas tienen mayor capacidad para enfrentar una crisis sanitaria. Soy un poco escéptico con este análisis. He vivido al menos dos o tres olas de admiración hacia el sistema autoritario asiático. En los años setenta todos creían que Japón iba a dominar el mundo y en los noventa y ahora se cree que lo hará China. No lo sé. El mundo es cada vez menos claro y vivimos en una multipolaridad total. Los Estados Unidos ya no van a dominar el planeta. Va a ser algo más parecido al siglo XIX en Europa con intereses y consensos de poder distintos. Estará China pero también India y otros países en la discusión.
–La coincidencia entre el ascenso de Trump como líder político y el Brexit en Gran Bretaña da la sensación de querer restaurar la hegemonía anglo sobre el mundo…
–En el caso inglés es más un movimiento antiglobal que la nostalgia por el Imperio Británico. Y Trump no tiene vocación imperialista. Por el contrario, son los demócratas quienes insisten sobre el deber de los Estados Unidos para con el resto del mundo: esa es más la idea de un Joe Biden. Cuando Trump sacó las tropas de Turquía fueron los demócratas quienes plantearon sus quejas.
–Esa es una de sus paradojas más complejas. A pesar de todo su discurso beligerante y agresivo, durante el gobierno de Trump Estados Unidos no invadió países, mientras que Obama recibió el Premio Nobel de la Paz con siete países ocupados por tropas americanas. ¿Cómo se explica?
–Obama ha matado a más personas con drones que cualquier otro ganador del Premio Nobel. Fue un error pensar que un hombre negro no iba a comportarse como un caballero del poder norteamericano. A Trump no le interesa el mundo exterior, la geopolítica. No es mi intención adularlo, y de hecho le tengo poco respeto y estima, pero creo que vamos a ver más injerencia militar en los años por venir. –En los meses de la pandemia también hemos asistido a una división enorme en los Estados Unidos a partir del asesinato de George Floyd. ¿Cree que Biden está preparado para solucionarlo? –No creo que pueda arreglarlo pero al menos intentará disminuirlo. Esta crisis viene de muy lejos pues es la contradicción fundamental estadounidense. También está la izquierda radical que ha vuelto a existir después de muchas décadas en Estados Unidos y ellos van a presionar a Biden en este sentido. Será mejor con él. La crisis nerviosa de los Estados Unidos de los últimos diez meses es una coyuntura de Covid y Black Lives Matter y esto va a seguir. Además, hay una parte del país pro-trump que no va a desaparecer. Sus votantes son el 40%. En cuatro años Trump tendrá casi 80 años y no me parece probable que vuelva, pero puede hacer sentir su influencia. Biden va a tener muchos problemas con eso y para conciliar los intereses de los seguidores de Sanders y Alexandra Ocasio-cortez con el establishment demócrata. Que es donde está el dinero.
–¿Usted hubiera preferido a Bernie Sanders como presidente?
–No, porque Trump le hubiera ganado fácilmente. De todas maneras, no soy de izquierda.
–Alguna vez se definió como un socialdemócrata del ala derecha. ¿Qué significa?
–Que no me identifico con las posturas radicales. Si hubo un hilo conductor en todo lo que he escrito es el antiutopismo. El único escritor con el que me siento identificado en esto es el filósofo inglés John Gray. Tampoco me considero un neoliberal. Lo digo en el sentido de que el neoliberalismo es también una visión utópica acerca del poder de la individualidad.
–Dígame un gobierno de Europa y de los Estados Unidos de los últimos cincuenta o sesenta años con el que usted se haya sentido identificado…
–Identificado es mucho decir pues soy escéptico ante todo poder, así sea Black Lives Matter o Donald Trump. Si tengo que alinearme a un partido político es el partido político de Michel Foucault. En el sentido de que uno de sus argumentos principales era que el poder cambia de aspecto pero sigue siendo el poder. Si pienso en países importantes, la Alemania de Merkel es un buen ejemplo; los últimos gobiernos de Portugal, ya sean de izquierda o de derecha, han mantenido el equilibrio. No podría decir lo mismo de España o Italia. Cuando Mitterrand renunció a su visión de izquierda después de hacer un gran esfuerzo, se reconvirtió en un socialista del ala derecha y fue muy inteligente. En Latinoamérica no puedo pensar ningún buen ejemplo. Salvo el de Uruguay.
–Recién caracterizó a Trump y Black Lives Matter como dos formas de poder. ¿Cree que la radicalización del movimiento “Woke” [asociado al antirracismo y algunos feminismos, y acusado de intolerante frente a cualquier discrepancia] creció en paralelo al trumpismo?
–Creo que no. Eisenhower hablaba de los peligros de la democracia ante el “complejo militar-industrial” y en el caso de Woke este sería el “complejo filantrópico cultural y universitario”. Lo hemos visto crecer durante los últimos diez años, en una época en la que nadie imaginaba a Trump como presidente. El Woke ya se había impuesto en los años de Obama, en los círculos académicos. Creo que la militancia es sincera, no dudo de eso, pero también hay un aspecto histérico relacionado al Covid. Vivo en Nueva York y durante el verano, después del asesinato de Floyd, los jóvenes estaban completamente aburridos sin tener nada que hacer ni donde ir. Las manifestaciones tuvieron una atracción psicológica. El triunfo del Woke ha sido ayudado por Trump, finalmente. Al fin de cuentas lo que sucede es que hay una guerra cultural en los Estados Unidos. Que se ha puesto peor en estos años.
–¿Quiénes son los adversarios de esa guerra cultural?
–El gran peligro viene de Woke. La derecha norteamericana, a diferencia de la francesa no está interesada en la cultura. No hay personalidades importantes de la cultura en Estados Unidos que sean de derecha. No hay aquí un Houellebecq, por ejemplo. Alguien con ese talento. La derecha abandonó ese campo y la cultura entonces es el rancho privado de la izquierda dura. En el caso de Estados Unidos, donde no hay ayuda estatal, la cultura se financia a través de fundaciones. Y estas fundaciones están en control de gente asociada a Woke. La cultura viene de las universidades y allí domina Woke.
–Usted se enfermó de Covid. ¿Cómo atravesó la enfermedad?
–Pasé tres semanas muy enfermo con graves problemas de respiración aunque nunca fui al hospital. Pensaba que después de haber sobrevivido guerras y otros peligros en el mundo trabajando como corresponsal iba a morir en mi departamento a causa de este virus... Parecía un final muy irónico.
–Obama ha matado a más personas con drones que cualquier otro ganador del Premio Nobel. Fue un error pensar que un hombre negro no iba a comportarse como un caballero del poder norteamericano. A Trump no le interesa el mundo exterior, la geopolítica. No es mi intención adularlo, y de hecho le tengo poco respeto y estima, pero creo que vamos a ver más injerencia militar en los años por venir. –En los meses de la pandemia también hemos asistido a una división enorme en los Estados Unidos a partir del asesinato de George Floyd. ¿Cree que Biden está preparado para solucionarlo? –No creo que pueda arreglarlo pero al menos intentará disminuirlo. Esta crisis viene de muy lejos pues es la contradicción fundamental estadounidense. También está la izquierda radical que ha vuelto a existir después de muchas décadas en Estados Unidos y ellos van a presionar a Biden en este sentido. Será mejor con él. La crisis nerviosa de los Estados Unidos de los últimos diez meses es una coyuntura de Covid y Black Lives Matter y esto va a seguir. Además, hay una parte del país pro-trump que no va a desaparecer. Sus votantes son el 40%. En cuatro años Trump tendrá casi 80 años y no me parece probable que vuelva, pero puede hacer sentir su influencia. Biden va a tener muchos problemas con eso y para conciliar los intereses de los seguidores de Sanders y Alexandra Ocasio-cortez con el establishment demócrata. Que es donde está el dinero.
–¿Usted hubiera preferido a Bernie Sanders como presidente?
–No, porque Trump le hubiera ganado fácilmente. De todas maneras, no soy de izquierda.
–Alguna vez se definió como un socialdemócrata del ala derecha. ¿Qué significa?
–Que no me identifico con las posturas radicales. Si hubo un hilo conductor en todo lo que he escrito es el antiutopismo. El único escritor con el que me siento identificado en esto es el filósofo inglés John Gray. Tampoco me considero un neoliberal. Lo digo en el sentido de que el neoliberalismo es también una visión utópica acerca del poder de la individualidad.
–Dígame un gobierno de Europa y de los Estados Unidos de los últimos cincuenta o sesenta años con el que usted se haya sentido identificado…
–Identificado es mucho decir pues soy escéptico ante todo poder, así sea Black Lives Matter o Donald Trump. Si tengo que alinearme a un partido político es el partido político de Michel Foucault. En el sentido de que uno de sus argumentos principales era que el poder cambia de aspecto pero sigue siendo el poder. Si pienso en países importantes, la Alemania de Merkel es un buen ejemplo; los últimos gobiernos de Portugal, ya sean de izquierda o de derecha, han mantenido el equilibrio. No podría decir lo mismo de España o Italia. Cuando Mitterrand renunció a su visión de izquierda después de hacer un gran esfuerzo, se reconvirtió en un socialista del ala derecha y fue muy inteligente. En Latinoamérica no puedo pensar ningún buen ejemplo. Salvo el de Uruguay.
–Recién caracterizó a Trump y Black Lives Matter como dos formas de poder. ¿Cree que la radicalización del movimiento “Woke” [asociado al antirracismo y algunos feminismos, y acusado de intolerante frente a cualquier discrepancia] creció en paralelo al trumpismo?
–Creo que no. Eisenhower hablaba de los peligros de la democracia ante el “complejo militar-industrial” y en el caso de Woke este sería el “complejo filantrópico cultural y universitario”. Lo hemos visto crecer durante los últimos diez años, en una época en la que nadie imaginaba a Trump como presidente. El Woke ya se había impuesto en los años de Obama, en los círculos académicos. Creo que la militancia es sincera, no dudo de eso, pero también hay un aspecto histérico relacionado al Covid. Vivo en Nueva York y durante el verano, después del asesinato de Floyd, los jóvenes estaban completamente aburridos sin tener nada que hacer ni donde ir. Las manifestaciones tuvieron una atracción psicológica. El triunfo del Woke ha sido ayudado por Trump, finalmente. Al fin de cuentas lo que sucede es que hay una guerra cultural en los Estados Unidos. Que se ha puesto peor en estos años.
–¿Quiénes son los adversarios de esa guerra cultural?
–El gran peligro viene de Woke. La derecha norteamericana, a diferencia de la francesa no está interesada en la cultura. No hay personalidades importantes de la cultura en Estados Unidos que sean de derecha. No hay aquí un Houellebecq, por ejemplo. Alguien con ese talento. La derecha abandonó ese campo y la cultura entonces es el rancho privado de la izquierda dura. En el caso de Estados Unidos, donde no hay ayuda estatal, la cultura se financia a través de fundaciones. Y estas fundaciones están en control de gente asociada a Woke. La cultura viene de las universidades y allí domina Woke.
–Usted se enfermó de Covid. ¿Cómo atravesó la enfermedad?
–Pasé tres semanas muy enfermo con graves problemas de respiración aunque nunca fui al hospital. Pensaba que después de haber sobrevivido guerras y otros peligros en el mundo trabajando como corresponsal iba a morir en mi departamento a causa de este virus... Parecía un final muy irónico.
–¿Usted está escribiendo un libro sobre la Argentina, no?
–Estaba, sí. Lo voy a retomar cuando pueda viajar sin riesgos. Pensé en regresar porque hay muchos libros sobre la Argentina pero el último escritor importante que se tomó ese trabajo, al menos en inglés, fue V.S. Naipul (El regreso de Eva Perón y otras crónicas). Me parecía interesante dar una nueva mirada sobre un país muy particular.
–¿No sería un libro de política entonces?
–Sí, también. Quién podría resistirse al espectáculo político argentino. Horroroso pero irresistible. Cómo se explica que la economía lleve setenta años sin funcionar.
–¿Por qué toma ese arco temporal?
–Es verdad que estoy repitiendo frases que he oído decir a economistas argentinos muy distinguidos. De todos modos son casi cincuenta años, la historia de una vida humana. Queda claro que ni los peronistas ni los liberales pudieron encontrar la solución. Pero de ningún modo comparto la visión de Cristina Kirchner ni sus instintos antidemocráticos aunque debo reconocer que es una persona inteligente.
F. G.
http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA
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