Un mural para que el cielo nos quede más cerca
En Banfield, el artista urbano Martín Ron inauguró un mural de 65 metros de altura
D. F. I.
El flamante mural de Martín Ron en Banfield
Unos legos para llegar al cielo. Un edificio para tocarlo con las manos: de eso se trata el arte de Martín Ron, que hace unos días, en Banfield, inauguró el mural más alto de la región. Son 65 metros. Piso sobre piso, balcón sobre balcón, ventana sobre ventana. El gesto de la niña que se empina sobre los pies y alza un poco la mano para cruzar su límite, ir más allá. Poner otro ladrillo. Sumar un color.
El flamante mural de Martín Ron en Banfield
Unos legos para llegar al cielo. Un edificio para tocarlo con las manos: de eso se trata el arte de Martín Ron, que hace unos días, en Banfield, inauguró el mural más alto de la región. Son 65 metros. Piso sobre piso, balcón sobre balcón, ventana sobre ventana. El gesto de la niña que se empina sobre los pies y alza un poco la mano para cruzar su límite, ir más allá. Poner otro ladrillo. Sumar un color.
Quien haya pasado por el Hospital de Clínicas, sin duda lo conoce a Martín Ron sin necesidad de estar al tanto de su nombre. Sobre una de las fachadas del enorme complejo hospitalario se yergue una monumental obra de este artista enamorado de las alturas y de las hoscas superficies urbanas. Hay muchas otras, desperdigadas por la ciudad de Buenos Aires, el conurbano, el exterior.
Las criaturas de Ron a veces nos dan la espalda –tal la niña que juega con su Babel de legos-, a veces miran a un infinito nunca demasiado lejano. Y eso es lo extraño: son gigantes próximos, seres desmesurados, dioses de un Olimpo plebeyo y con algo de arrabal. Divinidades que quizás sean tan frágiles como nosotros, pequeñitos mortales que las miran desde abajo.
Qué es el arte urbano si no eso: un aluvión de belleza que ayuda a respirar más liviano. Una pizca de magia que recuerda que el tiempo de las leyendas no tiene por qué decretarse muerto y enterrado.
Por estos días, en Banfield, más de un vecino habrá sonreído al mirar al cielo. Y algún niño se habrá encontrado, en lo profundo de la noche y el sueño, con su amiga, la constructora de maravillas.
Las criaturas de Ron a veces nos dan la espalda –tal la niña que juega con su Babel de legos-, a veces miran a un infinito nunca demasiado lejano. Y eso es lo extraño: son gigantes próximos, seres desmesurados, dioses de un Olimpo plebeyo y con algo de arrabal. Divinidades que quizás sean tan frágiles como nosotros, pequeñitos mortales que las miran desde abajo.
Qué es el arte urbano si no eso: un aluvión de belleza que ayuda a respirar más liviano. Una pizca de magia que recuerda que el tiempo de las leyendas no tiene por qué decretarse muerto y enterrado.
Por estos días, en Banfield, más de un vecino habrá sonreído al mirar al cielo. Y algún niño se habrá encontrado, en lo profundo de la noche y el sueño, con su amiga, la constructora de maravillas.
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