Es necesaria una estrategia para no seguir desbarrancando
Sergio Berensztein
La vertiginosa intensidad de estas últimas horas ayuda a comprender por qué la Argentina está sumida en un cortoplacismo absoluto: la coyuntura devora cualquier intento de reflexionar más allá de la última insensatez del gobierno de turno. En un entorno donde todo puede pasar y en el que quienes toman decisiones públicas se empeñan en empeorar lo malo que hicieron sus predecesores, resulta suicida desviar el foco en el largo o el mediano plazo. Torcimos el legado del epicureísmo, obligados a vivir (¿sufrir?) el momento no para “relajarnos” y disfrutar sin importar las consecuencias, sino para evitar costos mayores.
Un comportamiento racional desde el punto de vista individual, pero destructivo como sociedad. Sin una adecuada planificación estratégica integral y consensuada es imposible derivar acciones coordinadas y sensatas de política pública. Las crisis, como esta pandemia, obligan a priorizar objetivos inmediatos e incluso revisar y hasta reprogramar algunos capítulos de las metas de largo plazo. Como pone en evidencia el patético derrotero de la Argentina contemporánea, sin estrategia no hay desarrollo, posibilidades de progreso, ni la capacidad de enfrentar el Covid-19 sin profundizar los dramas que genera.
En un país con dificultades para programar el arribo de vacunas o sus propias elecciones de medio término, pensar en el año 2040 entra más en el terreno de la ciencia ficción que en el de las políticas públicas. Sin embargo, en buena parte del mundo se levanta la mirada hacia el horizonte para diseñar estrategias con visión de futuro, mejorar la calidad de vida de la población o anticipar crisis.
El reciente informe Global Trends 2040, elaborado por The National Intelligence Council, analiza las principales tendencias y ofrece un marco analítico para los formuladores de políticas.
Más allá de las amenazas globales, como el cambio climático o el Covid-19 (o cualquier nueva enfermedad con potencial de convertirse en pandemia), la humanidad se enfrenta a un desafío enorme: sostener los niveles de mejora histórica alcanzados durante las últimas décadas en materia de salud, educación y reducción de la pobreza (lamentablemente no ocurrió en la Argentina). No se trata de una misión sencilla y la propia pandemia actúa como un obstáculo notable. Y no es el único.
Nos encontramos ante un cambio demográfico sin precedente: la reducción de la población mundial. Si bien el número seguirá subiendo año a año hasta alcanzar unos 9200 millones de personas en 2040, el crecimiento se ralentizará y luego de ese umbral, la cifra comenzaría a decaer, en especial en las economías desarrolladas y en algunas de las principales emergentes (como China). Además de la disminución en la cantidad de hijos por mujer se produce el fenómeno del envejecimiento poblacional, asociado con los avances de la medicina y las mejoras en la calidad de vida. La edad promedio mundial pasaría de 31 a 35 años en las próximas dos décadas. En los países de ingresos medios, esto facilitaría el desarrollo humano: más personas en edad laboral, mayor inclusión de las mujeres en el mercado, mayor estabilidad social gracias a la madurez de la población. En los países con dificultades, en cambio, podrían profundizarse problemas existentes de infraestructura o de acceso a la vivienda, a la educación o al trabajo, fomentando olas migratorias hacia sitios con más oportunidades. Además, la tasa de dependencia de los adultos mayores (la cantidad de personas de más de 65 años en relación con la población en edad de trabajar) podría aumentar del 15% registrado en 2010 a un 25% en 2040, lo que generaría fuertes tensiones sobre los sistemas previsionales. La competitividad queda en riesgo: a medida que crece la edad de los habitantes se desacelera la productividad y los ingresos nacionales se desvían en mayor proporción a pensiones y atención médica.
Más allá de las amenazas globales, como el cambio climático o el Covid-19 (o cualquier nueva enfermedad con potencial de convertirse en pandemia), la humanidad se enfrenta a un desafío enorme: sostener los niveles de mejora histórica alcanzados durante las últimas décadas en materia de salud, educación y reducción de la pobreza (lamentablemente no ocurrió en la Argentina). No se trata de una misión sencilla y la propia pandemia actúa como un obstáculo notable. Y no es el único.
Nos encontramos ante un cambio demográfico sin precedente: la reducción de la población mundial. Si bien el número seguirá subiendo año a año hasta alcanzar unos 9200 millones de personas en 2040, el crecimiento se ralentizará y luego de ese umbral, la cifra comenzaría a decaer, en especial en las economías desarrolladas y en algunas de las principales emergentes (como China). Además de la disminución en la cantidad de hijos por mujer se produce el fenómeno del envejecimiento poblacional, asociado con los avances de la medicina y las mejoras en la calidad de vida. La edad promedio mundial pasaría de 31 a 35 años en las próximas dos décadas. En los países de ingresos medios, esto facilitaría el desarrollo humano: más personas en edad laboral, mayor inclusión de las mujeres en el mercado, mayor estabilidad social gracias a la madurez de la población. En los países con dificultades, en cambio, podrían profundizarse problemas existentes de infraestructura o de acceso a la vivienda, a la educación o al trabajo, fomentando olas migratorias hacia sitios con más oportunidades. Además, la tasa de dependencia de los adultos mayores (la cantidad de personas de más de 65 años en relación con la población en edad de trabajar) podría aumentar del 15% registrado en 2010 a un 25% en 2040, lo que generaría fuertes tensiones sobre los sistemas previsionales. La competitividad queda en riesgo: a medida que crece la edad de los habitantes se desacelera la productividad y los ingresos nacionales se desvían en mayor proporción a pensiones y atención médica.
La tecnología constituye una aliada, aunque es un arma de doble filo. En los últimos años se modificaron desde nuestra manera de consumir y trabajar hasta la forma en que nos relacionamos con terceros o nos entretenemos. La vida digital copó el escenario y todo hace prever que siga con un efecto multiplicador exponencial durante las próximas dos décadas. Ya están disponibles herramientas que permiten resolver los problemas de desplazamiento laboral –el teletrabajo se convirtió en la norma, Covid-19 mediante–, enfrentar problemas del cambio climático a partir de análisis predictivos, utilizar la inteligencia artificial para prever enfermedades o garantizar más alimentos a precios accesibles. Esas mismas tecnologías habrán también de destruir un número significativo de puestos de trabajo a partir del avance de la automatización. ¿Qué prevalecerá? ¿Se producirán nuevos puestos de trabajo asociados a la ciencia de datos o a aportar valor agregado desde el punto de vista humano para compensar la caída de roles en tareas repetitivas o automatizables?
La carrera armamentística del siglo XXI es también tecnológica: EE.UU. y China compiten en las plataformas de comercio electrónico, la inteligencia artificial (que podría dar ventajas determinantes a quien logre aplicarla a sus armas y sus mecanismos de seguridad y de defensa) y los sistemas de comunicaciones. En particular, la ciberseguridad se está convirtiendo en uno de los principales teatros de operaciones. Ambos países planean ingresar al universo de las criptomonedas: el gigante asiático anunció hace mucho tiempo su propia CBDC (siglas en inglés para designar a las monedas virtuales que tienen respaldo del banco central del país) y en EE.UU. apareció un proyecto del Partido Demócrata para avanzar hacia un dólar digital que serviría en principio como medio de pago para asistencia y protecciones durante la pandemia, pero que muchos analistas visualizan como una nueva revolución financiera.
Otra dimensión clave de cara a 2040 es la de la seguridad. Las identidades étnicas, religiosas y culturales ganan relevancia, exponen fallas dentro de los Estados y desafían las ideas tradicionales de nacionalismo cívico. Incluso, agrupaciones ideológicas o con una causa (como los ambientalistas, los grupos económicos, los movimientos sociales) amplifican sus voces gracias al poder de las redes sociales a la hora de llevar sus exigencias a los gobiernos. Esto presagia una mayor volatilidad política y la aparición frecuente de liderazgos alternativos por fuera de las estructuras tradicionales, debilitando en muchos casos una democracia que, a nivel mundial y como sistema, se muestra en retroceso.
¿En qué podría derivar la combinación de todos estos factores? El estudio de The National Intelligence Council visualiza diferentes escenarios posibles. En uno, resurgen las democracias abiertas con el liderazgo de EE.UU. y sus aliados. En otro, el sistema internacional está a la deriva, es caótico y volátil, con instituciones internacionales ignoradas por las potencias. En el tercero, China y EE.UU. priorizan el crecimiento económico y apuestan a una coexistencia colaborativa. En el cuarto, el mundo se fragmenta en base a intereses económicos y bloques de seguridad. Y en el quinto, una coalición mundial, liderada por la Unión Europea y China, trabaja con ONG e instituciones multilaterales para implementar cambios de gran alcance y abordar el cambio climático, el agotamiento de los recursos y la pobreza después de una catástrofe alimentaria mundial causada por la degradación ambiental. Son escenarios hipotéticos. ¿Hay alguien en la Argentina pensando en ellos?
La carrera armamentística del siglo XXI es también tecnológica: EE.UU. y China compiten en las plataformas de comercio electrónico, la inteligencia artificial (que podría dar ventajas determinantes a quien logre aplicarla a sus armas y sus mecanismos de seguridad y de defensa) y los sistemas de comunicaciones. En particular, la ciberseguridad se está convirtiendo en uno de los principales teatros de operaciones. Ambos países planean ingresar al universo de las criptomonedas: el gigante asiático anunció hace mucho tiempo su propia CBDC (siglas en inglés para designar a las monedas virtuales que tienen respaldo del banco central del país) y en EE.UU. apareció un proyecto del Partido Demócrata para avanzar hacia un dólar digital que serviría en principio como medio de pago para asistencia y protecciones durante la pandemia, pero que muchos analistas visualizan como una nueva revolución financiera.
Otra dimensión clave de cara a 2040 es la de la seguridad. Las identidades étnicas, religiosas y culturales ganan relevancia, exponen fallas dentro de los Estados y desafían las ideas tradicionales de nacionalismo cívico. Incluso, agrupaciones ideológicas o con una causa (como los ambientalistas, los grupos económicos, los movimientos sociales) amplifican sus voces gracias al poder de las redes sociales a la hora de llevar sus exigencias a los gobiernos. Esto presagia una mayor volatilidad política y la aparición frecuente de liderazgos alternativos por fuera de las estructuras tradicionales, debilitando en muchos casos una democracia que, a nivel mundial y como sistema, se muestra en retroceso.
¿En qué podría derivar la combinación de todos estos factores? El estudio de The National Intelligence Council visualiza diferentes escenarios posibles. En uno, resurgen las democracias abiertas con el liderazgo de EE.UU. y sus aliados. En otro, el sistema internacional está a la deriva, es caótico y volátil, con instituciones internacionales ignoradas por las potencias. En el tercero, China y EE.UU. priorizan el crecimiento económico y apuestan a una coexistencia colaborativa. En el cuarto, el mundo se fragmenta en base a intereses económicos y bloques de seguridad. Y en el quinto, una coalición mundial, liderada por la Unión Europea y China, trabaja con ONG e instituciones multilaterales para implementar cambios de gran alcance y abordar el cambio climático, el agotamiento de los recursos y la pobreza después de una catástrofe alimentaria mundial causada por la degradación ambiental. Son escenarios hipotéticos. ¿Hay alguien en la Argentina pensando en ellos?
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