jueves, 15 de abril de 2021

HABÍA UNA VEZ...


Padres muertos, presidentes asesinados y perfumes parisinos
Lo más notable de la historia y lo más entrañable de los recuerdos familiares pueden vivir escondidos en la profunda y exclusiva seducción de ciertas fragancias



POR CAROLA GIL 



Mi padre tenía una vieja cómoda francesa con tapa de mármol donde guardaba sus sweaters, en lo que en mi casa de Olivos siempre se llamó “el cuarto de costura”. Era una habitación de paredes celestes, con una cama marinera con colcha en rayas turquesas y azules del mismo material que las cortinas, y por supuesto nadie cosía allí. Era verdad que había una máquina de coser en algún lado y si uno buscaba un poco seguro encontraba también un costurero de esos desplegables que se abrían hacia los costados como un acordeón, lleno de hilos y dedales de bronce con filigranas talladas. Un costurero ambicioso; no como esos que eran una lata reciclada de galletitas danesas que alguien había traído de un viaje como souvenir de último minuto.
Como nadie cosía en el cuarto de costura, se lo usaba más bien como guardarropas. Sobre el mármol de la cómoda mi padre apoyaba su colección de perfumes. Nunca supe bien las circunstancias, pero una vez uno de sus perfumes se volcó sobre el mármol, que quedó apenas manchado aún cuando se trató de secar el líquido en cuanto se derramó. Al tiempo mi padre se fue de casa. El mármol es poroso (la memoria también) y durante meses después de su partida, cuando uno entraba al cuarto de costura y soplaba alguna corriente de aire por la ventana que daba al río, se percibía claro la fragancia del perfume derramado. El olor de mi papá siguió en casa mucho tiempo después de que se hubiese ido, y alhijo guna vez llegué a acercar mi nariz al mármol para asegurarme que estuviese todavía ahí.
Cuando me mudé a vivir sola me llevé la cómoda de mármol conmigo como una suerte de herencia temprana (mi padre murió más de veinticinco años después) y cuando mi marido se mudó a casa trajo una colección de perfumes, muy superior a la de mi padre, muy superior a la mía y muy superior a la de muchos argentinos vivos a excepción de algún perfumista local o fanático. Para ahorrar cualquier interpretación edípica cabe aclarar que la colección de perfumes de mi marido no está sobre la cómoda sino en un estante entero en su parte del vestidor.
Entre las decenas de frascos y botellas de diferentes tamaños, formas y tonalidades que van desde los verdes alimonados a los ámbar tan intensos que parecen cognac, hay uno que me llama la atención, pero mucho más la historia que hay detrás. Con esa obsesión de coleccionista que tiene, la caza de la próxima fragancia nunca es en un free shop.
Para él eso sería como cazar en el zoológico. Quiere nuevos desafíos, quiere explorar y tomar riesgos. Encuentra perfumistas (desconocidos para mis oídos), escucha recomendaciones de una amiga experta y lleva como única arma un rollito de euros o dólares que en definitiva lo defienden de cualquier cosa pero sobre todo de la devaluación local.


Volviendo a ese frasco que me llama la atención y su historia: el perfume se llama “Egypt” y la marca es Eight & Bob. Cuenta la leyenda que los inicios de la marca se remontan a comienzos del siglo veinte en París. Albert Fouquet, uno de los protagonistas de esta historia (tal vez el menos afamado), era de un aristócrata francés y un gran conocedor y amante de los perfumes. En un cuarto pequeño del château familiar, Fouquet (¡qué parecido suena a bouquet!) prueba esencias y ensaya combinaciones para consumo personal y de algunos pocos amigos. El perfumista es asistido en dichas aventuras por el mayordomo de la familia: si Batman/bruce Wayne tenía a su Alfred, Fouquet tenía a su Philippe, que lo ayuda en este alquimia amateur. Juntos desarrollan una serie de fragancias que empiezan a causar sensación en la

crème de la crème parisina. Mientras tanto, en 1937, un joven John Fitzgerald Kennedy (aún muy lejos de la vida política, ya que recién se graduaría de Harvard en 1940) decide cruzar el Atlántico para pasar unas vacaciones en la Riviera Francesa. JFK se pasea en un convertible por la Costa Azul donde casualmente conoce a Fouquet. Al poco tiempo de ser presentados, JFK ya está obsesionado con el perfume de Fouquet y lo convence de dejarle unas muestras de la fragancia. El joven aristócrata francés había rechazado propuestas para comercializar sus perfumes pero accede y a la mañana siguiente Kennedy encuentra en su hotel la muestra del perfume y una nota: “En esta botella vas a encontrar una pizca del glamour francés que le falta a tu personalidad norteamericana”.
Ya de regreso en los Estados Unidos, Kennedy agradece nota y muestra, pero quiere más. Pide ocho botellas y sin saber si la producción casera de Fouquet será suficiente para satisfacer su demanda, se arriesga a agregar una novena botella, aclarando “para Bob”. Una vez más Fouquet accede, pero redobla la apuesta y envía a Philippe en busca de frascos de farmacia que fueran lo suficientemente elegantes como para envasar sus fragancias. ¿Cómo llegarían al otro lado del océano sin romperse? ¡En cajas, por supuesto! Pero no cualquier tipo de caja: las manda a forrar con unos géneros rayados a la manera de las camisas que usaba JFK, y en la tapa, casi como un guiño de humor francés, agrega una etiqueta que reza: “Eight & Bob” (Ocho y Bob). Por supuesto, “Bob” no era otro que Bobby Kennedy, el hermano del futuro presidente y luego senador. Tal fue el impacto que causaron las fragancias entre los Kennedy y sus allegados que al tiempo Fouquet comenzó a recibir pedidos de personalidades de Hollywood como Cary Grant y James Stewart.
La tragedia golpeó a la puerta de Fouquet mucho antes que a la de los Kennedy y en la primavera de 1939 Albert Fouquet murió en un accidente automovilístico cerca de Biarritz. Philippe, su mayordomo, guardó las notas de los perfumes hasta que la Segunda Guerra Mundial lo obligó a dejar su trabajo con la familia. Para proteger ese pequeño tesoro de los nazis guardó algunas de las botellas en libros que había convertido en cajas, tallando huecos entre las páginas.
Como toda buena historia, las fragancias de Fouquet sobrevivieron el paso del tiempo y alguien se encargó de reflotar la marca. Sus perfumes pueden encontrarse por el mundo, por ejemplo, en el estante de un vestidor en un PH de Palermo. La cómoda de mi padre encontró lugar en mi living. Ya no se puede oler el perfume volcado pero justamente es esa fragancia que ya no está la que me recuerda esta historia, y a él, cada vez que le paso por al lado.

http://indecquetrabajaiii.blogspot.com.ar/. INDECQUETRABAJA

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.