Padres muertos, presidentes asesinados y perfumes parisinos
Lo más notable de la historia y lo más entrañable de los recuerdos familiares pueden vivir escondidos en la profunda y exclusiva seducción de ciertas fragancias
POR CAROLA GIL
Mi padre tenía una vieja cómoda francesa con tapa de mármol donde guardaba sus sweaters, en lo que en mi casa de Olivos siempre se llamó “el cuarto de costura”. Era una habitación de paredes celestes, con una cama marinera con colcha en rayas turquesas y azules del mismo material que las cortinas, y por supuesto nadie cosía allí. Era verdad que había una máquina de coser en algún lado y si uno buscaba un poco seguro encontraba también un costurero de esos desplegables que se abrían hacia los costados como un acordeón, lleno de hilos y dedales de bronce con filigranas talladas. Un costurero ambicioso; no como esos que eran una lata reciclada de galletitas danesas que alguien había traído de un viaje como souvenir de último minuto.
Como nadie cosía en el cuarto de costura, se lo usaba más bien como guardarropas. Sobre el mármol de la cómoda mi padre apoyaba su colección de perfumes. Nunca supe bien las circunstancias, pero una vez uno de sus perfumes se volcó sobre el mármol, que quedó apenas manchado aún cuando se trató de secar el líquido en cuanto se derramó. Al tiempo mi padre se fue de casa. El mármol es poroso (la memoria también) y durante meses después de su partida, cuando uno entraba al cuarto de costura y soplaba alguna corriente de aire por la ventana que daba al río, se percibía claro la fragancia del perfume derramado. El olor de mi papá siguió en casa mucho tiempo después de que se hubiese ido, y alhijo guna vez llegué a acercar mi nariz al mármol para asegurarme que estuviese todavía ahí.

Entre las decenas de frascos y botellas de diferentes tamaños, formas y tonalidades que van desde los verdes alimonados a los ámbar tan intensos que parecen cognac, hay uno que me llama la atención, pero mucho más la historia que hay detrás. Con esa obsesión de coleccionista que tiene, la caza de la próxima fragancia nunca es en un free shop.
Para él eso sería como cazar en el zoológico. Quiere nuevos desafíos, quiere explorar y tomar riesgos. Encuentra perfumistas (desconocidos para mis oídos), escucha recomendaciones de una amiga experta y lleva como única arma un rollito de euros o dólares que en definitiva lo defienden de cualquier cosa pero sobre todo de la devaluación local.
Volviendo a ese frasco que me llama la atención y su historia: el perfume se llama “Egypt” y la marca es Eight & Bob. Cuenta la leyenda que los inicios de la marca se remontan a comienzos del siglo veinte en París. Albert Fouquet, uno de los protagonistas de esta historia (tal vez el menos afamado), era de un aristócrata francés y un gran conocedor y amante de los perfumes. En un cuarto pequeño del château familiar, Fouquet (¡qué parecido suena a bouquet!) prueba esencias y ensaya combinaciones para consumo personal y de algunos pocos amigos. El perfumista es asistido en dichas aventuras por el mayordomo de la familia: si Batman/bruce Wayne tenía a su Alfred, Fouquet tenía a su Philippe, que lo ayuda en este alquimia amateur. Juntos desarrollan una serie de fragancias que empiezan a causar sensación en la
crème de la crème parisina. Mientras tanto, en 1937, un joven John Fitzgerald Kennedy (aún muy lejos de la vida política, ya que recién se graduaría de Harvard en 1940) decide cruzar el Atlántico para pasar unas vacaciones en la Riviera Francesa. JFK se pasea en un convertible por la Costa Azul donde casualmente conoce a Fouquet. Al poco tiempo de ser presentados, JFK ya está obsesionado con el perfume de Fouquet y lo convence de dejarle unas muestras de la fragancia. El joven aristócrata francés había rechazado propuestas para comercializar sus perfumes pero accede y a la mañana siguiente Kennedy encuentra en su hotel la muestra del perfume y una nota: “En esta botella vas a encontrar una pizca del glamour francés que le falta a tu personalidad norteamericana”.


Como toda buena historia, las fragancias de Fouquet sobrevivieron el paso del tiempo y alguien se encargó de reflotar la marca. Sus perfumes pueden encontrarse por el mundo, por ejemplo, en el estante de un vestidor en un PH de Palermo. La cómoda de mi padre encontró lugar en mi living. Ya no se puede oler el perfume volcado pero justamente es esa fragancia que ya no está la que me recuerda esta historia, y a él, cada vez que le paso por al lado.
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