martes, 6 de abril de 2021

LA PÁGINA DEL LIC. MIGUEL ESPECHE


El eterno miedo a enloquecer

Miguel Espeche



La frase “tengo miedo de enloquecer” aparece de manera recurrente casi siempre que hay dificultades graves, como es el caso de una pandemia larga y eterna, con cuarentena incluida. Emerge cuando sentimos que los límites de lo que somos y de lo que podemos afrontar se desbordan y dejamos de ser lo que éramos, por causas que van desde una cuarentena larguísima como decíamos antes, hasta escenarios trágicos, penosos o simplemente abrumadores, como cuando el mundo (el externo, pero también el interior) parece caerse o explotar sin que podamos manejarlo.
Para no confundir: aclaremos que al hablar aquí de locura lo hacemos en términos coloquiales, no ligados estrictamente a lo que indican los manuales de psicopatología. “Volverse loco” es, en el lenguaje del día a día, varias cosas diferentes no necesariamente patológicas, que implican la sensación de desbordarse anímicamente, tener pensamientos supuestamente incoherentes, sentir que la mente queda atrapada en un torbellino ajeno a toda “lógica” o, simplemente, no reconocernos en ciertas conductas o estados de ánimo que nos desorganizan y presionan de manera superlativa.
La idealización de la salud habla de ser coherentes, dueños de nosotros mismos, equilibrados… Pero eso se cae cuando algo viene a perturbar las cosas y todo se desorganiza y se va de cauce. Las versiones de la “locura” a la que nos referimos es variada y todas ellas tienen en común el hecho de que no nos reconocemos en ella y, al no ser algo que podamos dominar o controlar, nos genera miedo.
Es habitual que las personas crean que su salud mental depende de alcanzar el equilibrio (una cualidad quizás un tanto sobrevalorada) cuando, en verdad, dicha salud tiene una estrecha relación con el saber conducir, en red con otros, los desequilibrios que la vida nos propone. Gestionar esos desequilibrios con sabiduría es más eficaz para la salud que el logro de equilibrios inmóviles, en los que impere la simetría de suma cero, la previsibilidad y un orden alcanzado a través de la dominación y control de las variables de la existencia.
Somos más cuerdos cuando no le tenemos tanto miedo a la locura. Y también, en esa línea, somos más cuerdos cuando la cordura no es vista como un mero corral dentro del cual estamos controlados y apretados, sino como un espacio al que, como una playa, podemos volver después de haber incursionado mar adentro, nadando hacia ese mundo anímico que existe más allá de lo controlado y conocido.
Cuando tenemos miedo a enloquecer en general nos estamos sintiendo solos, como exiliados que hablan un idioma que nadie de los “normales” entiende. Por eso, muchos que se sienten “locos”, ridículos o peligrosos por causa de los sentimientos y pensamientos que aparecen en ciertas situaciones apuntan a controlarlos o eliminarlos sin darles un mínimo tiempo y lugar, obviando el hecho de que siempre tienen algún mensaje al que hay que prestar atención sin asustarse tanto.
El control de las conductas es positivo en casos extremos, como la violencia, por ejemplo. Pero no basta con controlar, sino que sirve también acompañar ese sentir dándole un lugar, sabiendo que una mirada generosa ante los estados emocionales “locos”, puede hacer de “playa” para que el nadar “mar adentro”, no sea visto como peligroso.
Si la locura tiene que ver con una suerte de exilio respecto del mundo de los “normales”, el hecho de que todos sepamos hablar el idioma de la angustia pandémica alivia mucho. El penar compartido que suele “enloquecernos” a veces es infernal, pero también habilita a que podamos ser solidarios con la locura ajena y la propia, sabiendo que el problema de esa “locura” no es derivado de que nos adentremos en el mar de nuestras emociones, sino del hecho de que no sabemos volver, salvo cuando hay otros que nos ayudan haciendo de playa, para que no nos hundamos por nadar demasiado lejos.

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