Intimistas y minimalistas: la llegada del Nuevo Cine Argentino
Pizza, birra, faso (1992)
Entre 1991 y 1994 se estrenaron apenas 50 películas argentinas. En 1994 el derrumbe fue tal que la industria cayó a un subsuelo aterrador: solo 11 lanzamientos, que convocaron en conjunto a menos de 325.000 espectadores (1,8 por ciento del público total). Pero, cual ave fénix, la producción nacional renacería de sus cenizas gracias a la aprobación el 28 de septiembre de ese mismo 1994 de la denominada Ley de Cine). El rebote fue casi inmediato (39 títulos estrenados en 1996) y sentó las bases para la consolidación en décadas posteriores. Los principales éxitos de la década fueron la producción animada Manuelita (2.320.000 tickets), Un argentino en Nueva York (1.650.000 espectadores), Comodines (1.305.000) y dos películas de Marcelo Piñeyro como Tango feroz y Caballos salvajes, pero a nivel artístico el fenómeno más importante fue la irrupción del denominado Nuevo Cine Argentino (NCA).
El boom de ese cine joven, independiente, artesanal, sorprendente y experimental no fue casualidad: la fundación de escuelas como la Universidad del Cine en 1991, la vuelta del Festival de Mar del Plata en 1996, la renovación de la crítica local y el aporte de pioneros como Martín Rejtman, Esteban Sapir, Alejandro Agresti o Raúl Perrone ayudaron a formar a una nueva generación de directores, técnicos e intérpretes.
Lo primero que marca a la Generación del 90 es su ruptura con el cine discursivo, subrayado, aleccionador de aquellos que habían vuelto a filmar durante la primavera democrática de los años 80. Si sus predecesores querían “decir todo” lo que les habían prohibido durante la dictadura militar, los nuevos cineastas apostaron, en cambio, por historias más intimistas, minimalistas, generalmente ligadas a desventuras de jóvenes dominados por la incomprensión y el desamparo. Su conexión más importante fue, entonces, con los autores argentinos de los 60, y muchos encontraron a Leonardo Favio como su principal referente. La piedra basal del Nuevo Cine Argentino no fue una película sino una serie de cortometrajes. En 1995 se estrenó con un impensado éxito comercial (con largas filas que daban la vuelta al hoy desaparecido cine Maxi, sobre la avenida Carlos Pellegrini) la primera edición de Historias breves, donde se vieron cortometrajes de realizadores como Lucrecia Martel (el extraordinario “Rey muerto”), Israel Adrián Caetano o Daniel Burman, que luego se convertirían en referentes del fenómeno local e internacional (el NCA fue durante varios años la moda de los grandes festivales).
El estreno de Pizza, birra, faso, de Caetano y Bruno Stagnaro, en la edición 1997 del Festival de Mar del Plata, no fue el primero pero quizás sí el principal impacto del NCA con una historia de esos adolescentes marginados que deambulaban por una Buenos Aires sórdida y desoladora. La película fue vista por más de 100.000 personas en cines generando una avidez del público que se repetiría luego con Mundo grúa, de Pablo Trapero (más de 70.000 entradas vendidas).
Mundo grúa es, también, un film clave de los años 90. Luego de haber estrenado en 1995 su multipremiado corto Negocios, Trapero volvió a trabajar con Luis “El Rulo” Margani en un film en blanco y negro que reivindicó al neorrealismo, a los actores no profesionales y a esas historias mínimas que caracterizaron en muchos casos a ese movimiento. En otro registro (una comedia más absurda y asordinada), Martín Rejtman también fue uno de los autores más influyentes de la década con la en principio incomprendida Rapado (1992) y luego con Silvia Prieto (1999), con Rosario Bléfari, Mirta Busnelli, Valeria Bertuccelli y Vicentico. Aunque ya había aparecido en en la década anterior, Alejandro Agresti fue una figura clave de estos años y –entre Holanda y la Argentina– construyó una influyente carrera que incluyó una gema hoy de culto como El acto en cuestión
(1993), Buenos Aires Viceversa (1996) y El viento se llevó lo que (1998). Alejado por complejo de las tendencias del NCA, también apareció desde el exterior (en este caso de los Estados Unidos) otro realizador que se convertiría en insoslayable durante las décadas siguientes: Juan José Campanella. Tras rodar El niño que gritó puta (1991), Y llegó el amor (1997) y sus primeras incursiones en el mundo de las series, en 1999 se presentó en sociedad ante el público argentino con El mismo amor, la misma lluvia, drama romántico con Ricardo Darín, Soledad Villamil y un elenco que completaron Ulises Dumont, Eduardo Blanco, Alfonso De Grazia y Alicia Zanca.
Aunque eminentemente porteño, el NCA permitió también que surgieran cineastas del resto del país (la movida rosarina, con Gustavo Postiglione a la cabeza, por ejemplo) y se sumaran muchas mujeres (la citada Martel, Ana Poliak, Sandra Gugliotta, Albertina Carri, Celina Murga) a un universo hasta entonces bastante machista, aunque habría que esperar al siglo XXI para que la tendencia se profundice. Y esa, se sabe, ya es otra historia.
SILVIA PRIETO Y RAPADO ESTÁN DISPONIBLES EN MUBI; EL ACTO EN CUESTIÓN ESTÁ DISPONIBLE EN QUBIT.TV E HISTORIAS BREVES I ESTÁ DISPONIBLE EN CINE.AR
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