lunes, 27 de noviembre de 2023

LECTURA


El cambio climático y el miedo al futuro, en clave literaria
Paolo Giordano reflexiona en su nueva novela sobre el desastre ecológico
Márgara Averbach
Tasmania Paolo Giordano Tusquets Trad.: J. M. Salverón Arjona 352 páginas $ 10.200

Desde un poco después de mediados del siglo pasado, la literatura occidental enciende cada tanto una alarma respecto del futuro de la humanidad. En el cruce de los siglos XX y XXI, las razones del miedo son sobre todo las armas atómicas y el calentamiento global. El primer ejemplo es toda la rama apocalíptica de la ciencia ficción (entre muchos otros libros, la estupenda Las torres del olvido, de George Turner, con su planeta inundado). Fuera del género, hay también otros autores que toman el tema: el portugués José Saramago en Ensayo sobre la ceguera, donde convierte en enfermedad física la ceguera metafórica de la especie, que camina hacia el desastre, o Salman Rushdie en El suelo bajo sus pies, en el que el planeta mismo se une a la rebelión de algunos contra ese suicidio colectivo.
Tasmania, del italiano Paolo Giordano (Turín, 1982) afirma lo mismo. El autor de La soledad de los números primos revisa nuevamente la bomba y el desastre ecológico desde el punto de vista de un periodista de temas científicos que, al mismo tiempo, cuenta en primera persona su crisis personal. Tasmania es un libro bellísimo que se lee con relativa facilidad a pesar de su complejidad, tal vez porque los temas que toca están muy conectados con el presente de los lectores. En ese sentido, tiene muchos puntos en común con otra novela apocalíptica, La cripta de invierno, de la canadiense Anne Michaels, que también entreteje esas dos crisis y los desencuentros personales en una narración que es casi un poema en prosa.
Tasmania está dividido en tres partes. El título de la primera establece el tema: “En caso de Apocalipsis”; los otros dos, “Las nubes” y “Las radiaciones” evocan imágenes que todos conocemos. Desde las primeras páginas, todo se da al mismo tiempo: el narrador trata de “diluir” su sufrimiento personal (no consigue concebir un hijo con su pareja) pensando y escribiendo sobre “algo más difícil y urgente”. Por eso va a cubrir la reunión sobre el clima en París y trata de armar un libro sobre las dos bombas atómicas de la Segunda Guerra Mundial. Si no hay hijos, no hay futuro: su situación personal y la de la especie están en la misma encrucijada.
El libro es un análisis racional, científico, emocional de esa amenaza futura. Como físico, el narrador explica lo que significa estar en un “punto de no retorno”: “Cuando un cuerpo sobrepasa el horizonte de sucesos (en un agujero negro), desaparece… y lo que ocurre de ahí en más es un misterio inaccesible”. Quizá, comenta con Giulio, uno de sus amigos, estamos frente a ese “punto”; quizá ya lo sobrepasamos “sin darnos cuenta”. Sea como fuere, la humanidad ha provocado esa situación a conciencia: la ciencia sabía lo que implicaba la bomba atómica y sabe lo que implica el calentamiento, pero no hace nada al respecto. Como en las películas Oppenheimer, del director Christopher Nolam, o Asteroid City, de Wes Anderson, los científicos arman la bomba con entusiasmo, sin pensar en las consecuencias. Incluso en Japón, después de Hiroshima, el único que entiende lo que pasó y lo define como “ataque nuclear” es un científico que también intentaba “fabricar una bomba” de ese tipo.
Giulio cree que, en esta situación, “todos deberíamos tener un plan B”, un “lugar para hacerse un refugio”. Él lo encuentra en Sudáfrica, entre los animales que estudia; Novelli, otro personaje, un estudioso del clima, afirma que el lugar más seguro para sobrevivir sería la isla de Tasmania, en Australia.


Sobrevivir, entonces, es el centro del libro: por eso, el título. Y hay una historia que toca el tema especialmente: la de Tanaka, sobreviviente de Nagasaki, entrevistado por el narrador. Esa historia es parte de la estructura circular del libro: Tanaka aparece al comienzo y al final. ¿Qué significa sobrevivir emocional y físicamente a una bomba que demolió una ciudad en segundos y la siguió demoliendo con las radiaciones. En la historia de ese niño (Tanaka era un chico en 1945) “podemos llorar a toda la humanidad”, dice el narrador.
Pero entonces, ¿para qué escribir?, se pregunta varias veces. Muy al comienzo, afirma que “escribir es mirarse al espejo”. Cierto: Tasmania pone a la humanidad frente a un espejo terrible. Bien al final, en el avión que lo lleva de vuelta a Europa desde Japón, el narrador siente que ahora tiene una respuesta para una pregunta difícil: ¿por qué escribir sobre la bomba de Nagasaki? La respuesta cierra el libro: “Escribo sobre todas las cosas que me hacen llorar”.
El título de un libro es siempre instrucción de lectura. “Tasmania” es un refugio posible, la esperanza existe en la novela de Giordano y la relaciona con otra novela apocalíptica: Un hogar futuro para el dios viviente (2017), de la escritora amerindia estadounidense Louise Erdrich (de origen ojibwe), donde se habla de reconstruir la relación entre humanidad y naturaleza. Casi con las mismas palabras que Linda Hogan, otra autora amerindia en Dwellings (“Moradas”), su libro sobre ecología, Giordano afirma –a través de Giulio– que “firmamos un contrato ancestral” con los animales; “hemos convivido durante milenios”, ellos nos reconocen y nosotros a ellos, pero “lo hemos olvidado”.
Recordar ese contrato el único camino posible. Esa sería una reacción frente a la ceguera que nos cuenta Saramago y frente a la belleza del mundo que estamos por perder, como dice Anne Michaels. En Tasmania, el escritor italiano vuelve a gritar esa advertencia en una prosa urgente e inolvidable.

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