Un clásico resignificado que impacta por su intensidad
Carlos PachecoRebeca Matellán como Rosaura en una de las escenas frenéticas de la obra
★★★★ La vida es sueño autor. pedro Calderón de la barca. versión y dirección:declandonnellan. intérpretes: ernesto arias, prince ezeanyim, rebeca matellán, manuel moya, alfredo noval, goizalde núñez, antonio prieto, ángel ruiz e irene serrano. diseño de escenografía y vestuario: nick ormerod. teatro regio, córdoba 6056. funciones: miércoles a domingo, a las 20. duración: 110 minutos.
El destacado director británico Declan Donnellan, reconocido mundialmente por sus renovadas puestas de textos clásicos, llegó nuevamente a Buenos Aires, esta vez conduciendo a la Compañía de Teatro Clásico de España.
Donnellan apuesta ahora a recuperar uno de los clásicos tal vez más emblemáticos del Siglo de Oro español y juega con él despojándolo de toda solemnidad. Muchos espectadores recordarán la magnífica versión que Juan Mayorga realizó para esta misma compañía que, bajo la dirección de Helena Pimenta, tuvo como protagonista a
Blanca Portillo y que conocimos en 2013, también en el San Martín. Propone aquí jugar con la idea que la vida es una representación y de esa manera deja de lado ciertos valores filosóficos que caracterizan al texto de Calderón para dar forma a una comedia algo surrealista donde, por momentos, se pierde el límite entre el sueño y la pesadilla. Y si los personajes en el original realizan un recorrido conflictivo y desgarrador, aquí se convierten en unos peleles manipulados por el rey Basilio, quien estará continuamente en escena controlando como se relacionan, como piensan, que patrañas organizan para desestabilizarlo y quitarle el poder.
Segismundo, el gran protagonista de la pieza, queda en un aparente segundo plano, aunque es su historia, su vida, su sórdida existencia, la que provoca los múltiples conflictos que alimentan el drama. Ese ser al que hacen entrar y salir del sueño o de la pesadilla construye mucha teatralidad en escena. Se convierte en una especie de animalito desaforado que a todos pondrá en vilo y a quien Donnellan le quita la posibilidad de poner en valor su pensamiento a través de los dos bellos monólogos donde demuestra su inteligencia. No es que estén eliminados, están “suavizados”. También el director minimiza la trascendencia del personaje de Rosaura, una mujer que busca recuperar su honra.
La vida en este espectáculo es una ficción dislocada, es un frenesí desbordado. Aquí el poder omnipresente todo lo transforma en desdicha. Y cuantas más intrigas salgan a la luz, más violencia se generará en la población. Cuanto más tiempo tengamos encerrado a un hijo no habrá manera de que una nueva generación aproxime algo de claridad ni en la política, ni en la vida. Como bien dice Calderón -y en esto hace hincapié Donnellan“porque en batallas tales/ los que vencen son leales/ los vencidos los traidores”. Y en ese esquema no importa tanto quien sube o baja del poder. El pueblo vitorea a quien sea.
El elenco en su totalidad demuestra una adhesión a la propuesta que es verdaderamente notable. El rigor que demuestran a la hora de jugar cada una de las situaciones hace que el espectador no pueda escapar de esa trama que se desarrolla arriba y abajo del escenario. Resultan muy destacables las actuaciones de Ernesto Arias (Basilio), Alfredo Noval (Segismundo), Goizalde Núñez (Clarín) y Ángel Ruiz (Clotaldo).
El diseño escenográfico de Nick Ormerod resulta una síntesis exquisita a la hora de dar vida al espacio. Siete puertas a través de las que, al ritmo del vodevil, irán entrando y saliendo los personajes y detrás de las cuales se pondrán el vestuario que corresponde para alimentar la acción. También es de excelencia la iluminación de Ganecha Gil.
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