lunes, 10 de octubre de 2016

¿ TE ACORDÁS, HERMANO? DEL GRAN CORBATTA



"Medellín -responde Oreste Osmar Corbatta- es mi casa". El periodista le pregunta entonces qué le pediría al club si llegara a volver a jugar en el Deportivo Independiente Medellín (DIM). "Yo no les pido nada... cariño". Llora. El periodista Alejandro Wall, que ya había encontrado a una hija en Noruega y recorrido clubes perdidos de la Patagonia y bares de Medellín, escucha por fin la voz del jugador que fue ídolo de su padre.

 Es la voz de un anciano de 49 años. Escucha también su llanto. Gonzalo Medina, periodista y escritor colombiano, le cuenta que la entrevista es de 1985. Que era su primer viaje a Buenos Aires y él también quería buscar al ídolo de la niñez. Lo encontró en El Viejo Fiorito, uno de los bares favoritos del mítico número 7 de Racing, al que aún hoy muchos señalan como nuestro mejor wing derecho de todos los tiempos. Me lo dicen también en el Atanasio Girardot, donde anoche ví jugar al Atlético Nacional. El Corbatta que, como publicó la última semana el diario inglés The Guardian, anotó acaso el segundo mejor gol de la historia del fútbol argentino, después del de Diego contra los ingleses. Se refiere al 4-0 ante Chile en la Bombonera, por eliminatorias del Mundial '58. Un gol del que no hay imágenes televisivas. Invisible. Un gol fantasma, dice Wall, que acaba de publicar "Corbatta. El wing", de un jugador fantasma.

Oreste fantaseó en una entrevista que llegó hasta el arco, volvió a mediacancha y terminó anotando después de eludir a siete chilenos. Ese gol, según parece grandioso, pero algo exagerado, fue "El Gran Pez de Corbatta". Wall (autor también de "Academia Carajo!", sobre el campeonato que ganó Racing en 2001) debe empezar por lo básico: el nombre. Ni Orestes Omar ni Omar Oreste, como está en casi todos lados. Oreste Osmar. Y en Recanati, el mismo pueblo italiano de los tataratabuelos de Messi, era Corvatta. Tampoco nació en La Plata, sino en Daireaux, plena región pampeana. 

Y tampoco renació en Benito Juárez, sur de la Provincia de Buenos Aires, donde su nombre apareció en el padrón de las últimas elecciones de 2015. Corbatta, efectivamente, jugó en 1975 en la Liga Juarense, "sótano del fútbol profesional". Llegó sin nada y jugó a cambio de cama y comida. Pero había muerto en 1991, veinticuatro años antes de las elecciones que ganó Mauricio Macri. Y no en una cama del Fiorito, donde sí lo internaban después de cada recaída, sino en el Policlínico San Martín. Cáncer de laringe. Tenía 55 años.Corbatta, que era de Estudiantes, debutó en Racing en 1955, con 18 años. Juverlandia, de Chascomús, lo vendió por 20.000 pesos, 750 dólares de entonces. Sus compañeros de la pensión en Racing, y a veces Tita Matiussi, le sacaban la resaca con una ducha fría cuando llegaba de madrugada y debía estar listo para entrenarse. Ya hacía jugadas antológicas. Fue goleador y figura del Racing campeón de 1958. Un año antes, con 22, llegó la selección. Brilló en el equipo inolvidable de Los Carasucias del Sudamericano de Lima 57. 8-2 a Colombia, 3-0 a Uruguay, 4-0 a Ecuador, 6-2 a Chile y campeón con el 3-0 al Brasil que, un año después, ya con Pelé, ganaba su primer Mundial en Suecia. La fama incluía whisky en Tabac con cierre en el cabaret Karim. Iba con el empresario Horacio Rodríguez Larreta, dos años mayor que él y que también lo llevaba a jugar a su quinta. Viajaba a Mar del Plata en el Volvo rojo del terrateniente Fernando Menéndez Behety. Y jugaba partidos con el padre Carlos Mujica en el Seminario de Villa Devoto. Pedro Dellacha, que lo protegía en Racing y en la selección, le hacía las firmas y las dedicatorias. Corbatta disimulaba llevando un diario bajo el brazo, pero era analfabeto.

El Loco, a quien otro mito puso una vez en la tapa de la revista Life, ya no era el mismo cuando Alberto J. Armando se lo compró a Racing por 140.000 pesos para la Libertadores que Boca debía jugar en 1963. Carmelo Simeone fue su protector, pero a los dos años se marchó a Medellín. Fue ídolo del DIM, el Poderoso de la Montaña. Además de los penales (tenía enorme efectividad), siguió enviando esos centros mortales con chanfle hacia afuera ("vos no entres -decía a sus compañeros- que la pelota va a salir"). Es notable el relato de "estrella proletarizada" del barrio Calasanz. Sus picados con los pibes. Las quince cervezas diarias. El alcohol compartido con sus compañeros de equipo, que hermanaba y atenuaba los celos porque el argentino cobraba en dólares. El raje por indisciplina y la vuelta a un DIM quebrado. Como jugador y vendedor de libros, justo él que no sabía leer ni escribir. Medio siglo después estoy en Medellín participando de un seminario sobre fútbol. Todos tienen alguna anécdota sobre Corbatta. Oreste se volvió a casar y hasta tuvo hijos en Medellín. Wall busca a esa familia inclusive "más allá de sus fronteras", como le obsequia en el libro el escritor colombiano Alberto Salcedo Ramos, autor de una inigualable biografía sobre el boxeador Kid Pambelé (El oro y el barro). "Yo -me dice Wall- sabía que Corbatta era pobre, pero no sabía cómo había sido esa pobreza; sabía que era alcohólico, pero no sabía cómo había sido su alcoholismo; sabía que era analfabeto, pero no sabía cómo y en qué grado había llevado adelante su analfabetismo, y sabía que había muerto pobre, pero no sabía cómo y en qué circunstancias había vuelto a esa pobreza". En su libro, Corbatta vive en estado de huída.


Lo llevó a San Telmo José Barbich, el mismo padre que casó a Diego Maradona con Claudia Villafañe, amigo de Jorge Bergoglio. Oreste tenía 34 años. Tren de la línea Sarmiento hasta Once, subte hasta Plaza de Mayo, colectivo 29 y bote para cruzar el Riachuelo. Demasiado. Trabajaba simultáneamente en Gran Tía. Apareció la Patagonia. Cuando fueron a buscarlo estaba dormido en el piso en la pensión de Racing, según una versión, o tomando vino en un bar, según otra. Daba igual. No pudo cumplir siquiera la rutina de dos entrenamientos semanales. Pasó por clubes y partidos de mala muerte. A cambio de techo y comida. El Jacobacci lo compró por un juego de pelotas. En un partido no debía ganar, pero anotó gol olímpico porque su pegada de chanfle seguía intacta. Su caída fue bien de boxeador. O de número 7. Acierta Wall un juego comparativo con Garrincha. Mané, contó Ruy Castro, su biógrafo, tampoco se dejaba ayudar. Es tentador sumarse al relato del ídolo usado. El propio Corbatta, que solía regalar parte de su sueldo a los hinchas, se quejó en una entrevista a Rodolfo Braceli sobre los periodistas que "te suben cuando estás subiendo y te bajan cuando estás bajando. ¿Para qué mierda querés que te suban cuando te vas para arriba? ¿Qué necesidad de que te aplasten cuando te estás cayendo?". En realidad, dice Wall, fueron muchos los que quisieron ayudar a Oreste. A enseñarle a escribir. A frenarle sus borracheras. "Oreste -escribió una vez Osvaldo Ardizzone, uno de los periodistas que más lo conoció- no quería testigos".


Escribe Edmundo de Amicis ya en 1880 sobre un fulano que le pregunta a Alfred de Musset por qué buscaba la poesía en el vino. "No busco la poesía -respondió De Musset- busco la paz". Wall cuestiona también el mito de las mujeres que arruinaron a Corbatta. Silvia, por ejemplo, con la ayuda de Pipo Mancera, logró que Oreste fuera a Alcohólicos Anónimos. Corbatta recordó que su padre Gerónimo también era alcohólico y que lo subía a su falda y le daba vino. Oreste tenía cinco años. El relato describe fotos de las últimas entrevistas que daba Corbatta en El Viejo Fiorito, el bar en el que, en 1985, lo entrevistó el colombiano Gonzalo Medina, el de la grabación con llanto incluído. Allí están "El Gringo", "Batata", "Chapulín", "El Sodero", "Longa", "Peluffo" y "Conejo". Ellos, cuenta Wall, le decían "tío". Corbatta los llamaba "hermanos".
Corbatta

E. F. M.

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