El asombro como motor del aprendizaje
Comienza otro año lectivo y en unos días las escuelas volverán a llenarse de chicos. Muchos estarán felices de reecontrarse con sus amigos. Casi todos vivirán ese regreso con resignación, sintiendo que "se terminó la diversión" que implican las vacaciones y comienza el tedio de la escuela. Hace unos meses, en una provocadora charla en TEDxRíodelaPlata llamada "Zombies en la escuela", Julián Garbulsky comenzó su exposición sentado en silencio, de espaldas a la audiencia, mirando hacia la pantalla del escenario como si fuera un pizarrón. Después de unos segundos que parecieron minutos, todavía de espaldas, rompió el silencio y dijo: "Si egresaste de la secundaria, viviste 10 segundos como estos 3 millones de veces". Seguramente puedas recordar esa sensación apesadumbrada de fin de vacaciones, que probablemente hayas experimentado durante tu propia infancia.
En el extremo opuesto del espectro está otra sensación, muchísimo más infrecuente y esquiva. Tal vez la hayas sentido alguna vez al mirar el cielo y pensar que vivimos apenas en un ínfimo planetita, orbitando una estrella cualquiera, pero que esos puntos de luz que ves son las señales emitidas en general miles de años atrás por todos los otros incontables sistemas estelares en la vastedad del cosmos. Un cosmos que es, a la vez, finito en infinito, porque definitivamente tiene un fin pero si fueras indefinidamente en una dirección jamás llegarías a un borde. Y en un punto, menos mal que no hay tal borde, porque si no deberíamos dilucidar desde aquí qué diablos puede haber al otro lado. Un universo que además está compuesto de una cantidad abismalmente grande de materia, que se creó básicamente de la nada hace 14.300 millones de años en un instante imposible de imaginar.
O podemos poner la lupa sobre nosotros mismos. Y pensar que cada uno de nosotros estamos hechos de 7000 cuatrillones de átomos (¡un siete seguido de 27 ceros!) y que esos átomos son 99.9999999999996% espacio vacío. Como referencia, si un átomo fuera del tamaño del planeta Tierra, su núcleo apenas ocuparía unos cientos de metros en su centro. Si elimináramos toda esa nada y amucháramos todos los protones, neutrones y electrones que nos forman, la humanidad entera entraría en un cubo de azúcar. Pero más perturbador aún es que, siendo esencialmente puro vacío, cuando la nada de nuestra mano se encuentra con la nada de otra mano, gracias a la repulsión de las cargas eléctricas negativas de nuestros electrones, se tocan pero no se atraviesan ni se mezclan.
Finalmente, esa enorme cantidad de átomos completamente carentes de vida o cualquier forma de consciencia, acomodados de la manera correcta dan lugar a un vos o a un yo, seres que no solo estamos vivos sino que ¡sabemos que lo estamos! Y que podemos preguntarnos por nuestro origen y descubrir que estamos hechos de esos cuatrillones de átomos creados en aquel inimaginable instante del big bang.
La física y la biología, igual que todas las demás disciplinas y materias, están repletas de belleza y de asombro y pueden regalarnos montones de momentos extraordinarios. Pero todo eso se pierde si nos limitamos solamente a memorizar las fórmulas del "movimiento rectilíneo uniforme" o las "fases de la mitosis". La sensación mágica de maravillarse ante el asombro de la existencia nos ocurre muy pocas veces en la vida. Y sin embargo aprovechar ese asombro y maravilla en el aula son el antídoto perfecto al tedio que describe Julián en su charla y que estarán sintiendo la mayoría de nuestros chicos en estos días.
S. B.
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