Más allá de que la recomendación no es dejar que los chicos se peleen o sufran abusos en manos de otros compañeros o bullies sistemáticamente, lo interesante de la reflexión de Pfeifer es hasta qué punto la crianza culpógena y sobreprotectora que ha marcado a muchos padres de la generación X puede ser contraproducente para los niños. Después de todo, ¿qué otra generación ha logrado acuñar el mote de helicopter parents (o hiperpadres)?
"Los niños, al ser muy pequeños, necesitan de los adultos para sobrevivir. Esto implica alimento, abrigo, afecto y todo lo necesario para su supervivencia. También necesitan que sus padres vayan otorgándoles todas las posibilidades para que a medida que vayan creciendo generen su propia autonomía. Una de las premisas para esto es que se les dé confianza en sus propias potencialidades, ya sea en su capacidad de caminar, de sentirse seguros, pero a la vez, son los propios padres quienes deben confiar en sus hijos. Si se confía en los hijos y no se los educa entre algodones evitando toda situación de frustración, mal podemos entender que al momento del primer conflicto no sepan cómo defenderse", explica Nora Koremblit de Vinacur, psicoanalista de APA, y especialista en niños y adolescentes.
Dos modelos distintos
En los últimos años los mensajes -muchas veces contrapuestos- respecto de cuál es la mejor crianza han llenado cientos de columnas, programas de TV y alumbrado libros ypapers al respecto. Dos grandes posturas pueden identificarse como divisoria de aguas, de un lado, el estilo más regulado y sobreprotector, firmemente afianzado en lugares con gran competencia como los Estados Unidos o Asia y con exponentes estilo las Tiger Moms (madres hipercompetitivas y exigentes que preparan a sus hijos para el éxito académico a toda costa); y del otro lado una educación más laissez faire, basada en paradigmas alternativos de educación que tanto aquí como en otros lugares del mundo ofrecen la posibilidad de que los niños aprendan de manera más independiente, con exponentes como el modelo Waldorf o Montessori, o los waldkitas o forest kindergartens en Alemania e Inglaterra.
Este modelo más relajado de intervención paternal que describe Pfeifer, y que se presenta no incidentalmente como una contracara de paradigmas autoritarios surgidos en la Europa de posguerra, también se hace eco en los enfoques de Pamela Druckerman, autora del libro Bringing Up Bébé: One American Mother Discovers the Wisdom of French Parenting, y de la autora Sara Zaske y su más reciente Achtung Baby: An American Mom on the German Art of Raising Self-Reliant Children.
Basado en su propia experiencia en este país, en donde también prevalece un enfoque orientado a dejar a los chicos que resuelvan sus problemas y medien los conflictos por sí solos, Zaske cuenta cómo en oposición a la llamada generación del 68, los padres alemanes contemporáneos les dieron gran libertad a sus hijos. Zaske aduce que esta libertad es justamente un camino para criar niños más felices, saludables y que se convertirán en adultos funcionales.
El libro, con divertidos apuntes sobre las diferencias entre los padres norteamericanos y los alemanes, resalta otros rasgos culturales como las actitudes en torno a la desnudez (muchas experiencias educativas alemanas permiten que los chicos jueguen desnudos, no hay tanto pudor con el amamantamiento en público, etc.), como respecto del cuidado ante situaciones potencialmente riesgosas (se deja a los chicos jugar solos en espacios naturales sin supervisión adulta, con fuego, con herramientas propias). "La mayor lección que aprendí aquí, es que mis hijos no son realmente míos, se pertenecen primero y principalmente a sí mismos. Y si bien yo ya sabía intelectualmente esto, cuando vi cómo los padres ponían en práctica esto, me di cuenta de cómo estaba actuando yo", relata Sazke. ¿Su mayor descubrimiento? Que hemos creado una "cultura de control" en donde hemos despojado a los niños, sobreocupados, exigidos y vigilados, la libertad para moverse, estar solos, tomar riesgos y pensar por sí mismos.
Cada vez más especialistas recomiendan dejar que los chicos aprendan a defenderse de situaciones conflictivas exponiéndose a cierta cuota de dolor o incomodidad.
Aunque resaltan que es importante identificar y monitorear el hostigamiento compulsivo que pueda escalar a situaciones más graves, la reconnotación de las frustraciones y aprender a lidiar con la diferencia es parte integral y necesaria del crecimiento.
"Si bien considero que es importante que un niño pueda enfrentar un conflicto moderado, es diferente cuando hablamos de situaciones de extrema violencia donde elbullyng puede conducir a un niño a tomar decisiones autoagresivas muy graves", advierte la médica y psicoanalista Felisa de Widder.
"Estoy en desacuerdo con el hecho de que una madre increpe a los niños agresores y más aún con desconocimiento del hijo. Considero muy importante enseñar a los niños desde pequeños a utilizar ellos mismos los argumentos para resolver un conflicto moderado. Si la familia le brinda desde la cuna los elementos para ello con el diálogo permanente y el intercambio de problemas puestos sobre la mesa, seguramente él o ella adquirirá los recursos necesarios para defenderse con autonomía, seguridad y autoestima alta. O bien podrá pedir ayuda y sostén".
E inclusive también hay que poder pensar en la ganancia de este enfoque en términos no solo emocionales o físicos, sino en lo formador que puede ser a nivel intelectual, preparándolos para las batallas que tengan que dar en este terreno cuando sean grandes.
"El señor Trump me ha convencido de exponer a mi hija a un poco de 'amor severo' para lidiar con las opiniones críticas, hacerla escuchar los puntos de vista con los cuales puede no estar de acuerdo o gustarle, y para que no pierda cuando gente como él se le plante delante", completa Pfeifer en su alegato en el diario.
"Es muy frecuente observar que los progenitores temen la mínima situación de sufrimiento traduciéndola como nociva para su crecimiento. Con frecuencia, las propias historias de los padres inciden en el modo en que pretenden que sus hijos actúen. Uno se pregunta: ¿las caídas, las pequeñas frustraciones, no ayudan a crecer también? Es importante entender que según como sean traducidas todas estas acciones van a ir generando un niño con mejor posibilidad de discernimiento y capacidad de resolver conflictos. La idea no es largarlo a situaciones atemorizantes pero tampoco es bueno evitar todas las alternativas que de a poco deberá ir sorteando a lo largo de la vida. Las frustraciones son buenas, son necesarias para la vida. Transformar al hijo en un ser débil frente a las mínimas adversidades no es aconsejable para su subsistencia", cierra Koremblit.
L. M.
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