sábado, 17 de marzo de 2018

LOS NUEVOS INMIGRANTES DE AMÉRICA LATINA


Ulises Pinto es paraguayo y vino hace 23 años a la Argentina. Sale de su casa en Villa Soldati a las 6 y media de la mañana para trabajar de albañil y después hace arreglos eléctricos en casas particulares. El trabajo es duro, pero así logra mandar a sus hijos a una escuela privada.
La joven abogada Victoria Maneiro es venezolana y llegó al país en julio de 2015. Gracias a sus conocimientos de inglés y portugués, consiguió trabaja en la multinacional Accenture, colaborando con abogados de Estados Unidos e Inglaterra. Vive en Belgrano y trata de no faltar a sus clases de gimnasia en el Megatlón de Núñez.
Los dos son muy diferentes, pero ambos son parte de la nueva ola migratoria que ingresa al país mayoritariamente desde América Latina: en 2017 se radicaron 61.342 paraguayos, 48.165 bolivianos, 31.167 venezolanos, 20.270 peruanos y 16.114 colombianos.
Según el censo de 2010, en Argentina hay un 4,5% de extranjeros, aunque Horacio García, titular de la Dirección Nacional de Migraciones, afirma que la cifra no es real y se queda muy corta, porque hay una migración que ingresa al país sin hacer los trámites correspondientes.
Este proceso no es ajeno a la historia, aunque ahora el porcentaje es menor. Argentina es un país que se forjó con la inmigración: entre 1880 y 1914 se radicaron en el país cuatro millones de extranjeros, en su mayoría de Italia y España, que se pusieron a trabajar y generaron la época de mayor crecimiento del país. En 1914, el 30 por ciento de la población era extranjera.
Los venezolanos forman parte de una inmigración especial, que viene creciendo con fuerza a medida que se derrumban la economía y la sociedad de su país, gobernado por el bolivariano Nicolás Maduro . La particularidad de los venezolanos es que un alto porcentaje viene con estudios universitarios, sobre todo muchos ingenieros, una profesión que no abunda en Argentina.
Los colombianos, en tanto, pertenecen a otra inmigración reciente, del siglo XXI. Con su calidez y amabilidad coparon los puestos de atención al público en bares, restaurantes y locales comerciales, renovando el ambiente con sonrisas y palabras agradables.
La migración paraguaya, boliviana y peruana, en cambio, tomó fuerza en las últimas décadas del siglo XX y cada comunidad encontró su espacio, a veces ocupándose de tareas que los argentinos no quieren hacer. Mientras el esfuerzo de los guaraníes se nota en las obras en construcción, el trabajo duro de los bolivianos los llevó a apropiarse de una parte importante de la cadena de producción y comercialización de las frutas y verduras que se consumen en la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano. Los peruanos, por su parte, recién encontraron con el boom de su gastronomía a nivel mundial una suerte de revancha, que les brindó un reconocimiento que antes no tenían.
García asegura que los migrantes de fines del siglo XIX y los actuales son similares: "Los dos vienen con ganas de trabajar, estudiar y hacer crecer a su grupo familiar. No hay diferencia entre el latinoamericano de hoy y mi abuelo gallego, que vino a los 9 años analfabeto, se puso a trabajar de ayudante de cocina en la pensión donde vivía y terminó de chef en el Alvear Palace Hotel".


VENEZOLANOS

"Estoy en blanco, he avanzado, ascendí, soy líder de proyecto. En términos generales estoy ganando bien, tengo un buen nivel de vida, vivo en Belgrano, comparto departamento con un amigo, pero podría vivir solo", afirma, contento, Luis Manrique (30 años), un ingeniero en sistemas venezolano que llegó al país en julio de 2015 y trabaja en la empresa IT Resources para el Citibank.
En Caracas, Luis trabajaba como consultor pero vivía en la casa de sus padres, porque no podía alquilar debido a la política de congelamiento de precios del gobierno, que hacía que nadie ofreciese su casa en alquiler. Mensualmente, les manda plata a su padre y a su hermana mayor, que siguen en Venezuela pero pronto emigrarán a Chile, adonde emigraron su otra hermana y su madre.
La inmigración venezolana a la Argentina, producto del descalabro económico y social que vive el país gobernado por Nicolás Maduro, tiene una particularidad: la mayoría de los inmigrantes son jóvenes profesionales de clase media a los que no les cuesta conseguir empleo. No sólo eso, muchos de ellos estudiaron Ingeniería, una carrera en la que escasean egresados en la Argentina y cuenta con muchos profesionales en Venezuela. Como consecuencia de las expropiaciones del gobierno bolivariano, muchas empresas petroleras y alimentarias cerraron y los ingenieros venezolanos comenzaron a mirar hacia nuevos horizontes donde trabajar.
De acuerdo a datos oficiales de la Dirección Nacional de Migraciones, en 2017 se les otorgó la residencia argentina a 31.167 venezolanos, 27.075 en forma permanente, casi el triple que en 2016. De ellos, 15.680 declararon ser graduados universitarias. El año pasado se radicaron 4.116 ingenieros, 1.599 administradores de empresas, 1.143 técnicos, 856 abogados, 615 periodistas, 245 chefs y 250 arquitectos.
Horacio García, director nacional de Migraciones, asegura que la primera migración venezolana eran profesionales que podían costearse el pasaje. Lentamente, esa tendencia empieza a menguar y vienen personas con instrucción secundaria. Los más pobres no pueden salir de Venezuela.
"Vinieron un montón de ingenieros. Estamos pensando cómo usar esa mano de obra en beneficio del país. Vinieron ingenieros en petróleo a un país que tiene petróleo y pocos ingenieros. Es un recurso humano altamente calificado que tenemos que aprovechar. Hay que orientar los flujos migratorios a las zonas donde la Argentina necesita. El ministerio de Educación también facilitó ese proceso. Acá las personas vienen sin documentos porque no los pueden obtener allá, por eso flexibilizamos la norma", asegura García.
El director de Migraciones señala que los venezolanos tuvieron una muy buena integración en el país: "No escuché a nadie hablar en contra de la inmigración venezolana. En los comercios se contraponen con cierta rudeza que ha adquirido el argentino a la hora de atender, lo que les generó un halo de bondad, es muy llamativo, siempre me hablan bien de ellos".
Por su lado, Manrique asegura que le gustó el trato de la gente en Buenos Aires, más cuando se enteran de que es profesional y viene a trabajar. A eso se suma las facilidades para ser residente: dice que los requisitos son mínimos, comparado con otro país. Según el ingeniero, le resultó "relativamente fácil" conseguir trabajo. Llegó en julio y empezó a trabajar en septiembre.
A los abogados venezolanos que llegan a Buenos Aires les resulta más difícil encontrar trabajo, porque no pueden litigar y por la competencia de un país lleno de colegas. Sin embargo, logran insertarse en el mercado laboral.
Victoria Maneiro es una joven abogada de Maracaibo que llegó a Buenos Aires en julio de 2015 junto a una familia amiga, que la trajo como niñera para cuidar a sus tres hijas. "Yo andaba allá de freelance. Me recibí en 2014 en la Universidad del Zulia (en el extremo noroeste de Venezuela) y no me alcanzaba el dinero, vivía con mis padres", dice. Desde abril de 2016, Victoria trabaja para Accenture, que necesitaba una profesional que hablara portugués e inglés para hacer trabajos offshore ayudando a abogados de Estados Unidos e Inglaterra.
Victoria vive en Núñez y asegura que la plata le alcanza "pero cortito". "A los ingenieros venezolanos que vinieron les va muy bien, porque según me contaron acá faltan ingenieros, entonces los absorben de una vez, igual que a los contadores, y les pagan mucho dinero", afirma.
Estudiar y trabajar



BOLIVIANOS

"Vine en el 90 con mi mamá y mis dos hermanos Silvio y Julio -dice Rubén Sotar, 40 años, nacido en Potosí- porque acá había trabajo y allá no. Justo en ese tiempo vino el río y se llevó nuestra casa. Por eso vinimos a Argentina a trabajar en las quintas".
"Mi papá se vino con mi mamá y con cuatro hijos. Acá tuvieron dos más y de chicos todos trabajábamos en la quinta. No es trabajo para dos personas, hacen falta muchas manos y los chicos siempre ayudan", cuenta Héctor Calderón, de 30.
"Vine a los 16 desde Cochabamba, sola, a trabajar en la casa de una familia boliviana que vivía acá. Atendía la casa, lavaba la ropa. Con el tiempo me traje a mi mamá y a mis ocho hermanos", recuerda Norma Andia, a sus 54 años.
Las historias son diferentes pero en el fondo son la misma. Desde la década del sesenta decenas de miles de bolivianos, solos o en familia, llegaron a Argentina en busca de un futuro mejor. El país, con sus enormes extensiones de tierra, les prometía trabajo y prosperidad. La semana pasada, la comunidad fue noticia luego de que el gobierno jujeño, avalado por el nacional, impulsara un proyecto para eliminar la gratuidad en el servicio de salud para aquellos que no sean residentes legales.
Para la década del 80 ya gran parte del trabajo frutihortícola estaba en manos de bolivianos y en los años siguientes el número no hizo más que crecer. Para 2017 el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) calculaba que el 80% de la producción de verduras, frutas y hortalizas de los alrededores de Buenos Aires estaba en manos bolivianas, concentrado en los mercados de Escobar, Pilar y Luján, entre otros.
Escalera boliviana
El concepto de "escalera boliviana", acuñado por el sociólogo del Conicet Roberto Benencia, describe los cuatro pasos que atraviesa el horticultor: Primero son peones, luego son medieros (un patrón pone la tierra y la mitad del capital y se queda con el 50% de las ganancias), luego arrendatarios y finalmente, si han hecho el dinero suficiente, se convierten en dueños.
Después de la paraguaya, la boliviana es la segunda colectividad más grande de Argentina y estos dos, junto con los españoles e italianos, son los cuatro aluviones inmigratorios más grandes de la historia del país. Según el Censo Nacional de 2010, habitaban aquí más de 345.000 bolivianos. Sin embargo, sus propias estimaciones superan por mucho estos números. Diversas asociaciones aseguran que en el país habitan cerca de tres millones de bolivianos.
Luis Nina, también llegado hace décadas desde Potosí, es el vicepresidente de laColectividad Boliviana de Escobar, la más grande del país. El mercado de esa localidad bulle en su hora pico de las ocho de la tarde. Cientos de personas transitan entre los cajones de madera repletos de frutas y verduras. Sandías enormes, verdes, brillantes, vuelan de mano en mano desde el carro hasta apilarse en una suerte de montaña colorida.
Sentado en la oficina de la administración, Nina cuenta: "Cuando primero vinieron los bolivianos no había otra actividad que la agrícola. Familias enteras llegaron y algunas ni se volvieron, hicieron su vida aquí. Estas familias cuando llegaron la pasaron mal, dependían de un patrón que antes solía ser portugués o italiano y la mercadería se mandaba a los mercados, eran consignatarios. Fueron pasando los años, se avivaron, uno empezó a ir a vender él mismo al mercado, otro lo veía y hacía lo mismo y así fue creciendo, y fueron naciendo los mercados propios".
Trabajadores
"El boliviano es un pueblo muy trabajador, muy robusto, muy fuerte, muy emprendedor. Desde su formación muchos de ellos tienen inculcado el chip del trabajo. Posiblemente la gente que antes se dedicaba a la agricultura se ha cansado y dejaron a la colectividad boliviana que lo haga. Es un trabajo sacrificado y el boliviano lo ha sabido hacer con tesón", dice Edwin Álvarez, de la Asociación folclórica, artística y cultural del Barrio San Martin, conocido como Barrío Charrúa, ubicado en el límite entre Nueva Pompeya y Villa Soldati.
Este barrio, donde viven familias de varias nacionalidades pero los bolivianos son mayoría, fue el centro de la comunidad hace tres o cuatro décadas, y allí fue que se realizó por primera vez y se realiza todavía la fiesta de la Virgen de Copacabana, la más importante.
"La colectividad boliviana se va agrupando en busca de un grupo que sienta y viva lo mismo. El sentimiento es distinto estando afuera del país, hay una necesidad de compartir cosas que a uno le brotan internamente", cuenta Álvarez.
"Muchos de nuestros padres tuvieron vergüenza sobre nuestros orígenes. Para protegerse de la xenofobia los primero migrantes tuvieron necesidad de ocultar ciertas cosas. Gente que prefería decir que eran jujeños a decir que eran bolivianos. Han sido muy maltratados porque el color de su piel generaba un rechazo y su forma de hablar también", lamenta.
Ama Sua, ama Llulla, ama Quella eran las tres leyes fundamentales del Imperio Incaico. "No seas ladrón, no seas mentiroso, no seas ocioso" son los preceptos que niños y niñas bolivianos escuchan al crecer, de sus padres y en la escuela.
A pesar de que la producción frutihortícola es la actividad por excelencia de esta colectividad, el aporte de la comunidad boliviana también se ve en el mercado textil, en la construcción, en el comercio y en el trabajo doméstico del país. Incluso una nueva oleada de inmigrantes profesionales pobló, por ejemplo, los hospitales y clínicas, de médicos bolivianos.
"Las últimas corrientes migratorias tienen que ver con que Argentina -y esto es valorable- ha abierto las puertas a profesionales que vienen a especializarse. Desde los 90 más o menos hay muchos profesionales trabajando", dice Álvarez.
Norma Andia, presidente de la Federación de Asociaciones Civiles Bolivianas, reflexiona: "¿Quién no tiene un boliviano trabajando en su casa? Como carpintero, electricista, mucama, ¿quién no tiene una verdulería en la esquina con un boliviano?. Damos un servicio, un trabajo".


PARAGUAYOS

Juan Bautista Moreira, nacido en Paraguay hace 58 años y residente en Argentina desde 1972, está sentado en el buffet de la sede del Club Deportivo Paraguayo en Constitución. Frente a él hay una taza de mate cocido que humea y lo que queda de una chipa. Habla, pero más bien parece que recuerda en voz alta: "Mi mamá era una campesina mitad paraguaya, mitad brasileña que en Argentina limpió y lavó siempre en casa de otros, igual que en mi casa. Mi papá, que ya falleció, toda la vida fue albañil. Y yo acá me convertí en la primera generación en recibirse en una universidad: soy licenciado en educación. Y mi hermano, docente".
Moreira es uno de los más de medio millón de paraguayos que habitan en la Argentina. Y su historia es ejemplo vivo de lo que caracteriza a los migrantes de ese país que llegaron y llegan a nuestras tierras: la potencia de trabajo -puesta muchas veces en la construcción y el servicio doméstico- para dejarles un mejor futuro a las nuevas generaciones.
"Hace 23 años que vine de Paraguay. Aprendí electricidad, y ahora hago eso y también trabajos de albañil. Arranco desde mi casa en Soldati a las 6 y media de la mañana y después, como electricista particular, me llaman clientes hasta las 12 de la noche. Trabajo para vivir bien, y para mandar a mis hijos a la escuela privada", cuenta Ulises Pinto, oriundo del Barrio Obrero de Asunción y fanático de Cerro Porteño, mientras come un sándwich en una pausa de su trabajo de remodelación de un restaurante de Almagro.
Salomón Ramírez Santacruz, presidente del Club Deportivo Paraguayo, caja de resonancia de la comunidad guaraní en Argentina, expresa: "Todos los paraguayos tenemos el denominador común de venir a buscar oportunidad en la Argntina. Todos vienen descalzos y acá empiezan a calzarse. Siempre el objetivo es salir adelante y lograr el bienestar de los hijos".
Según el último censo de población de 2010, hay 550.713 paraguayos que viven en Argentina. 75% de ellos lo hacen en la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano. De acuerdo a datos de la Dirección Nacional de Migraciones, entre 2011 y 2017 se radicaron en el país, entre permanentes y temporarios, unas 590.000 personas provenientes de Paraguay. Con cualquiera de estos dos números -que por cuestiones estadísticas no necesariamente deben sumarse-, los paraguayos constituyen la colectividad extranjera más numerosa de nuestro país. Seguida por la de Bolivia y, más atrás, la colectividad peruana.
Existe la creencia de que los trabajadores llegados aquí desde la tierra de Augusto Roa Bastos y del tereré se desempeñan en trabajos de construcción, en el caso de los hombres, y de servicio doméstico, las mujeres. Esta vez, los números acompañan a la creencia. Sebastián Bruno, del Grupo de Estudios Sociales sobre Paraguay de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, explica: "Analizando el último censo, el 27,4% de los varones paraguayos ocupados están en la construcción, mientras que el 40% de las mujeres que trabajan, lo hacen en el servicio doméstico. Y es muy probable que si se recorta al área metropolitana, esos porcentajes suban. Sucede que para el migrante recién llegado es más fácil acceder a estos trabajos, ya que existe una red de contactos que facilita las inserciones".
En otras palabras, uno de cada cuatro paraguayos trabaja en una obra en construcción, mientras que cuatro de cada diez mujeres lo hacen en trabajos domésticos en casas de familia. Eso hicieron durante décadas Lidio Ayala, de 70 años, y su mujer, Teodora Ortigoza, de 65. Ella llegó al país en 1967, cuando tenía 15, contratada por un matrimonio porteño para que hiciera las tareas de la casa. "Cuando llegué al país, no sabía leer -cuenta Teodora-, pero mi mamá me dejó venir para acá porque sabía que iba a estar mejor
Ayala llegó a Buenos Aires en 1970 con el Gran Capitán , el tren que venia de Posadas. Trabajó de obrero metalúrgico y luego, cuando con su mujer se mudaron a La Plata, se convirtió en albañil. "Por mucho tiempo trabajé hasta domingos y feriados. Queríamos hacer la casa, así que trabajaba siempre", cuenta.
Hoy, la pareja tiene tres hijos, todos con trabajo y buenas perspectivas, y nueve nietos. La casa, que terminaron de construir con esfuerzo, fue devorada por la inundación que asoló La Plata en 2013. "Fue terrible, pero con la ayuda de la familia nos levantamos de a poquito, aunque todavía falta", concluye Ayala.
En tiempos de inmigrantes puestos bajo la lupa, Ramírez Santacruz apela a los puntos en de contacto entre argentinos y paraguayos: "Si bien hoy mis paisanos aquí diversificaron sus trabajos y oficios, tenemos que pensar que las grandes obras de Buenos Aires y alrededores están hechas en su mayoría por brazos paraguayos. Y por otra parte ¿Sabés la cantidad de personas y personalidades de este país que fueron criadas por paraguayas?".
Lorenza Candía Ojeda, que llegó desde Ciudad del Este a Buenos Aires en 1991, con 30 años cumplidos, cuenta: "Durante cuatro o cinco años cuidé de tres hermanos en una casa de San Fernando. Hoy ellos son mis hijos del corazón, todavía cuando puedo los voy a visitar, sigo en contacto con ellos".
Candia Ojeda vive en Gregorio de La Ferrere, una de las localidades del conurbano con mayor presencia de paraguayos. Su marido, también de Paraguay, es chapista. Tienen una hijia a punta de recibirse de enfermera y un hijo terminando el bachillerato, ambos nacidos en Argentina. "Estoy muy agradecida a este país. Acá pudimos progresar y toda la gente que conocí es maravillosa".
No opina lo mismo Francisco Medina, zapatero de 34 años, pero que trabaja en la construcción. Dice que extraña su Paraguay natal y a su papá, que está allá, y se queja, tereré en mano: "Acá hay mucha buena gente, seguro, pero también están los otros, que te gritan 'paraguayo muerto de hambre!'. Eso no me gusta".
En esa línea, y hablando de la coyuntura actual, Ramírez Santacruz dice: "Me preocupa cuando hay una bajada de línea desde arriba de que los paraguayos son delincuentes, narcos, y todo eso. Creo que eso llega a la sociedad y produce una estigmatización de los compatriotas muy negativa".
Lejos de su tierra, tratando de transmitir a sus hijos el idioma guaraní y la rica cultura de su patria, la comunidad paraguaya afincada en Buenos Aires y alrededores digiere estos sinsabores mientras trabaja fuerte para poner los ladrillos de un futuro mejor.
Aunque la nostalgia perdura. "Hace 50 años que estoy acá y Argentina me dio todo, pero todavía extraño mi país -dice Teodora Ortigoza-. A veces, cuando estoy con ganas de volver, pongo un CD de polkas en la habitación y empiezo a bailar sola para ahuyentar las pe
A Luisa Franco (22 años), le faltaba poco para recibirse de ingeniera industrial en una universidad privada de Caracas. Pero la hecatombe económica del país caribeño hizo que para sus padres fuera imposible seguir pagándole la carrera. Entonces decidió seguir el camino de su hermano mayor y venirse a la Argentina, donde en marzo ingresará a la UTN para completar sus estudios.
"Allá hay un montón de ingenieros. Tengo muchos compañeros que están analizando venir acá. Desde que nos fuimos, mis padres me cuentan que ya no hay comida. Eso es lo más devastador. Hay mucha gente que no tiene para comer. Se toma un vaso de agua o un cambur (banana) por día", relata la joven, que llegó en noviembre y ya trabaja en Volmedia, una empresa de publicidad en la vía pública.
Luisa, que vive en Palermo, cuenta que su hermano mayor es ingeneiro químico y trabaja en el laboratorio médico Baliarda. El caso de él es diferente, porque llegó al país con una entrevista de una empresa de gas.
La joven vino al país acompañada por su novio, que también estaba estudiando ingeniería industrial y terminará su carrera en la UTN. "Como no hay muchos ingenieros hay oportunidades. Vinimos con mi hermana de 15 años, que va a comenzar las clases en un colegio privado y está contenta", cuenta la joven con una sonrisa. Sus padres pronto realizarán el mismo camino y la familia estará unida de nuevo en la Argentina.


COLOMBIA
Henry Barrera tiene 29 años y es la cara sonriente detrás de la barra de Hell's, la pizzería de culto que abrió hace tres meses en Palermo. No hace falta que emita palabra para saber que es colombiano. Llegó al país hace seis años. En Bogotá, era técnico en mantenimiento de aviones. Pero cuando se quedó sin trabajo, decidió hacer lo que siempre había soñado: probar suerte en Argentina. Vino a Buenos Aires, donde vivía su primo y nunca paró de trabajar. Primero como barman. Después empezó a darse cuenta que su chapa de colombiano era el pasaporte mágico.
"A los argentinos les encanta nuestro modo. Primero te preguntan de dónde eres y después te elogian la tonada", dice. Henry le vio la veta al asunto. Como lo contrataban para eventos, principalmente por su condición de colombiano, e incluso le pedían que llevara barman y mozos de su país, decidió armar The Club Barras Móviles, un servicio para eventos y fiestas. "Con bartenders y meseros que en su mayoría son colombianos", garantiza en su página de Facebook. "Casi siempre me piden que lleve algunos paisa, porque a la gente le gusta", dice. Y explica: "Los paisa son los de Medellín, como Pablo Escobar. A los de Bogotá nos llaman rolos. Pero los paisa son los más buscados", dice.
Los colombianos se convirtieron en los últimos años en la nueva cara amable de Buenos Aires. Los restaurantes y las empresas los contratan para atención al público porque son educados, prolijos, y tratan con paciencia y respeto a los clientes. Además, manejan un amplio vocabulario. Por eso las empresas y los restaurantes los buscan específicamente. Además, le aportan un guiño internacional al lugar.
Los números lo dimensionan: en 2001, apenas unos 2638 colombianos vivían en el país. En los últimos siete años, en la Dirección Nacional de Migraciones otorgó 106.362 radicaciones a personas de esa nacionalidad. Un tercio de ellos (unas 32.874 personas) pidieron la radicación de forma permanente. Se trata de un crecimiento exponencial. Estas cifras convirtieron a la comunidad colombiana en una de las más numerosas del país. De hecho, ocupa el cuarto puesto del ranking de extranjeros que más radicaciones solicitaron en los últimos siete años. El listado lo encabeza Paraguay, segundo Bolivia, tercero Perú, cuarto Colombia y quinto Venezuela.
Habrá que esperar al próximo censo de población, para conocer cómo creció la comunidad colombiana en una década, ya que estos números de Migraciones sólo registran a aquellos que ingresaron legalmente y a aquellos que, luego de haber entrado como turistas, solicitaron la residencia temporaria o permanente.
En las páginas de Facebook y grupos de Whatsapp que los nuclean, ( Colombianos en Buenos Aires) llueven pedidos de empresas, centros de estética y restaurantes que buscan específicamente colombianos para atención al público.
Sucede que los colombianos están transformando el perfil de la persona que atiende al público en la ciudad. Así como los italianos y los españoles, a principios del siglo pasado llegaron escapando de la guerra y la falta de perspectiva, y se convirtieron en el motor de una naciente clase trabajadora que cimentó en el esfuerzo personal la base del progreso social, hoy ellos lideran junto a los venezolanos la demanda de trabajadores calificados, amables y bien dispuestos para atender al público.
"Te apuesto una botella del mejor vino a que no encuentras un buen restaurante en Buenos Aires donde no haya al menos un colombiano trabajando", dice Steven Rodríguez, el chef de El Manto, un restaurante de comida armenia, en Palermo. Steven nació en Medellín y se crió en Santa Marta. Desde hace cuatro años vive en Buenos Aires y después de haber pasado por las cocinas de La Mar y Tegui, desde hace tres meses se impuso el desafío de llevar la gastronomía de medio oriente al plano de las experiencias culinarias. "A los colombianos nos encanta Buenos Aires. No me siento tan a gusto en ninguna otra parte del planeta. Hoy es mi lugar en el mundo", dice, muy convencido. Hace cuatro años llegó con apenas el título de chef y las ganas de recorrer un país que entrara en su criterio de paraíso de sabores. Nunca más se fue. "Las puertas se me abrieron, siempre me trataron de la mejor manera, por eso amo este país", dice.

Emilia Ojeda, de 25 años, vive en el país desde hace siete meses. Cuando llegó a Buenos Aires, para estudiar diseño de indumentaria, se encontró con colombianos por todas partes: los números de Migraciones la desaletaban. Tantos colombianos en el país parecían una gran competencia, pensó cuando llegó desde Barranquilla y se instaló en el departamento que alquilaba su hermana Diana, en Villa Devoto. Había gente de su país por todos lados. Sin embargo, poco tiempo después consiguió trabajo en una casa de ropa en Recoleta. La dueña le dijo que en todos los locales, sólo contrataba vendedoras colombianas, porque eran las que mejor atendían a los clientes.
"A veces, la reacción de los argentinos no es muy buena. Te dicen, los colombianos nos invaden. Te preguntan por qué vienen tantos", dice . Ella explica que vino a estudiar, que en su país es muy caro y también por la seguridad.
La joven promesa del fútbol
Juan Manuel Guerrero Díaz llegó hace siete años al país como una joven promesa del fútbol colombiano. Tenía 18 años, jugaba en la reserva del Independiente de Santa Fe y tenía una cita para probarse en River. Pero la suerte le jugó en contra: se lesionó la pierna derecha durante la prueba. Recuperarse le llevaría casi un año. Con su sueño pinchado, decidió quedarse en el país, de todas formas y empezó a estudiar marketing. Se recibió y hoy, lejos del fútbol, es la cara sonriente en una concesionaria de Mercedes Benz: trabaja en ventas y coordina las acciones de marketing de la sucursal.
"Lo del fútbol no se dio. Pero desde que llegué, nunca me faltó trabajo: me contrataron en la Feria del Libro y en congresos. Trabajé en distintas empresas, siempre en atención al público. Ahí me di cuenta que los colombianos éramos muy buscados en restaurantes y compañías por nuestra manera de hablar respetuosa y educada, a todos tratamos de usted porque es lo que nos enseñaron de chiquitos", explica
¿Por qué los restaurantes y locales buscan colombianos? La amabilidad de esta comunidad es una de las explicaciones. La otra, según explican los mismos colombianos, en algunos casos, son los únicos empleos a los que acceden en el mercado informal, cuando recién llegan al país. Porque, para conseguir el documento argentino como residentes extranjeros, deben hacer un trámite que puede tardar, desde un par de meses hasta un año. Para radicarse y obtener el documento argentino, un ciudadano del Mercosur o estados asociados, como es Colombia, tiene que presentar documento de identidad de su país (que puede ser cédula o pasaporte), haber ingresado al territorio argentino por un paso habilitado, certificación de carencia de antecedentes penales de su nación de origen, certificado del Registro Nacional de Reincidencia (antecedentes penales en Argentina) y constancia de domicilio.
La mayoría de los colombianos cuenta que sacó el turno para iniciar el trámite en Migraciones, por internet, cuando todavía vivía en su país. Y que el turno se lo dieron para unos tres o cuatro meses después. Entonces, esperaron a esa fecha, para viajar.
Ocurre que sin documento no consiguen trabajo en blanco, sin recibo de sueldo es muy difícil alquilar y así sigue la cadena, explican. Pero superado ese año difícil, son muchos los que deciden quedarse en forma permanente en la ciudad.
El perfil de los que llegan
Hace tres años, la Universidad Nacional Tres de Febrero (Untref) hizo un estudio específico para la Organización Internacional de Migraciones (OIM), que analizó el aporte económico y cultural que significaba para el país la masiva llegada de colombianos. En la mayoría de los casos, apunta el informe, se trata de personas jóvenes, solteras y con formación universitaria, tanto porque llegan con un título o porque estudiaron acá.
El 35% estudia, el 32%, trabaja y el 24% trabaja y estudia. Además, más de la mitad de los que vienen al país, aspira a quedarse a vivir aquí una vez concluidos sus estudios. El 47% dijo que financia su estadía con los ingresos de su trabajo y un 19% que recibe además ayuda de su familia, desde Colombia. Entre las razones, señalan que estudiar en la Argentina es mucho más barato que en su país. Pero, a pesar de esto, según señala el informe, no son mayoría los que estudian en universidades públicas, sino que prefieren las universidades privadas. El 77% de los encuestados que era estudiante dijo que pagaba por sus estudios y apenas el 23% va a universidades públicas.
Conseguir trabajo en el país no es algo difícil para los colombianos: según el estudio, el 70% tardó menos de seis meses en encontrar empleo. Y el 74% tiene un trabajo registrado, y el 26% trabaja en negro. Claro que para los más capacitados tienen más dificultad que los más jóvenes para conseguir empleo.
Es el caso de Katherine Torres, que es ingeniera en sistemas y que trabajaba como asistente de la dirección en Oracle, en Colombia. Pero la desvincularon por una reestructuración de la empresa y decidió venir a probar suerte a Buenos Aires. Llegó al país en diciembre. Dedica su tiempo sobre todo a hacer trámites. Tenía turno para marzo pero se enteró de que podía hacer un trámite exprés en migraciones pagando un plus de 2000 pesos. Y ahora está esperando que le llegue el documento para comenzar con la reválida del título y buscar trabajo.
"Me presenté en muchas de las búsquedas, pero no me contratan porque dicen que estoy sobrecalificada. Ahora trabajo como mesera algunos días y un día a la semana en limpieza. Hasta que me salgan los papeles, espero que sea pronto. Tuve que ir muchas veces a Migraciones, hacer colas de tres horas y volver al día siguiente. Creo que el sistema podría mejorar para ser más efectivo. Y brindar más información desde la web", dice. Ahora, está viviendo con su mamá en una pieza en un hotel familiar.


PERUANOS

Decenas de personas bailan alrededor de un árbol repleto de regalos, en una fiesta de espuma y música en vivo. La multitud estalla de júbilo una vez que logran talar el árbol y todos se abalanzan sobre los premios. La yunza, auténtico festejo de carnaval peruano, transcurre en el polideportivo de Raull Castells, en Av. San Juan y Paseo Colón. Unos días antes, una banda de rock en quechua, Uchpa, hace vibrar al Abasto. Y algo más cerca de la mayoría de los porteños, el cilantro, ese perejil foráneo, asoma en cada vez más verdulerías.
De todos los signos palpables de la creciente comunidad peruana en la ciudad de Buenos Aires, el aporte culinario es su máxima expresión. Conforme a las radicaciones continuas de nuevos habitantes de este país han ido emergiendo restaurantes peruanos en cada barrio. Muchos ya son clásicos. Se estima que hay más de 250 en la ciudad.
La comunidad peruana en números
Perú ocupa el cuarto puesto entre países con mayor cantidad de inmigrantes radicados en 2017 en la Argentina. Encabezan la lista Paraguay, Bolivia y Venezuela. Si bien no hay cifras oficiales, desde la embajada estiman que hoy residen en este país alrededor de 400 mil peruanos. Se trata de una comunidad que ha tenido un muy rápido crecimiento en el país: el censo de 2010 dio cuenta de 157.514 peruanos en la Argentina, un 78% más que el del 2001. Para entender la magnitud, la población argentina en esos nueve años creció alrededor de un 10%.
Los números de la Dirección Nacional de Migraciones ayudan a delinear el fenómeno: sólo en el año pasado se resolvieron 20.270 radicaciones permanentes y temporarias (y en el pico máximo, en 2012, llegaron a ser casi 46.000). Claro que estas cifras son oficiales, se estima que hay muchos otros peruanos que entran al país como turistas y no se ven reflejados en este universo.
Primeras oleadas de residentes
"Hasta mediados de los noventas éramos todos estudiantes quienes veníamos a Buenos Aires, era raro que viniera alguien a aventurarse", cuenta Julio Ángel Torres, de 87 años, secretario del Centro Cultural Peruano de Buenos Aires y uno de los peruanos "más antiguos" en Buenos Aires. Él llegó a la capital en 1950 y estudió Agronomía, "a diferencia del 95% que estudiaba Medicina". Según cuenta, hasta hace poco tiempo en cualquier hospital se podía encontrar un médico peruano. Los grandes contingentes comenzaron a llegar a fines de los ochentas.
Pertenece a esa otra gran ola Martha Ríos, el alma detrás de Primavera Trujillana, el restaurante del barrio de Belgrano donde, dicen, se sirven algunos de los potajes (guisos) más ricos de la ciudad. Llegó a Buenos Aires en 1996 con su esposo y tres hijos con la idea de poner un restaurante, trabajar un año y hacer dinero suficiente como para regresar a Perú. "Pero en ese transcurso me enamoré de la Argentina", cuenta desde su colorido local. Y casi que se excusa avergonzada al decir que nació en Lima, aunque cocina platos típicos del norte de Perú. Porque si de amores se habla, también se enamoró de los ajíes y sabores de Trujillo.
Sabor peruano
En el 2004 alquiló una casita sobre la calle Roosevelt donde montó su primer restaurante, Primavera Trujillana, en el que trabajaba de cocinera, moza y cajera. Al principio y según cuenta, la comida peruana tenía fama de ser demasiado picante y el local estaba vacío. Todo cambió el día en que dos chicos de un secundario cercano se acercaron, curiosos, para almorzar. Al día siguiente fueron cuatro, luego seis, y al poco tiempo el restaurante estaba repleto cada día. "Había cola de gente esperando afuera, los chicos corrían para agarrar mesa", recuerda. Con su marido, Ismael, tuvieron que cambiar las mesas de vidrio porque los adolescentes las juntaban y marcaban. Los chicos llevaron a sus padres, los oficinistas empezaron a prestar atención y de pronto el local ya le quedó chico. Alquiló entonces otro sobre la misma cuadra, donde montó oun segundo restaurante, Inca Wasi, que le dejó a su hijo Luis para que lo administrara. La única condición fue que pagara la facultad de medicina de su hermana. La familia luego sumó dos sucursales de delivery, una por cada restaurante.
Discriminación
No fue todo de color de rosas: la familia de Martha sufrió discriminación. "Yo no me puedo olvidar que íbamos al supermercado y los empleados nos seguían, como si fuéramos a robar, estaban detrás de nosotros todo el tiempo", cuenta. En las reuniones de colegio de sus hijos no hablaba porque sabía que las madres decían que los peruanos robaban trabajo. Algo cambió desde entonces, porque hoy siente que puede ir a cualquier lado sin sentirse marginada. "Pregúntale a cualquiera ahora qué piensa de los peruanos: 'Ay, su comida bien rica', dicen. Mira como puede ser que ha podido cambiar".
Paloma Oliver Málaga, antropóloga y coautora de De la nostalgia al orgullo- Los caminos de la cocina peruana en Buenos Aires también traza una relación entre el auge de la gastronomía peruana y el acercamiento de las dos culturas. Comenzó preguntándose por qué la comida peruana tuvo tanto éxito en esta ciudad siendo que los productos son muy distintos, que no se trata de países limítrofes y que la inmigración de los ochentas no había sido muy bien recibida. "La cocina peruana no era legitimada, y la población tampoco lo estaba", explica.
Cuenta que cuando ella misma llegó a Buenos Aires, hace once años, la mayoría de restaurantes peruanos ni siquiera tenía carteles, eran invisibles para los porteños. "Los peruanos los usaban como lugares de contención, casi clubes donde se sentían bien. Eran lugares cerrados, no abiertos a todo público". Su hipótesis es que el prestigio de la comida peruana (a nivel internacional) generó un movimiento en la percepción de los porteños respecto de los peruanos, algo así como una segunda oportunidad después de los choques de los ochenta. Del lado peruano también hubo un cambio. Una apertura clarísima que hasta se ve en la fachada de los locales.
Encuentro de culturas
Poco a poco va cambiando y los restaurantes comienzan a ser visibles. La antropóloga no se anima a decir que la gastronomía terminó por completo con la discriminación, pero al menos generó un espacio que permitió un encuentro entre culturas que antes no se daba: ahora estamos todos en el mismo lugar disfrutando una comida.
Los peruanos consultados confirman con alegría que de pronto ya no hace falta ir al mercado de Liniers para conseguir cilantro. Que la cerveza Cusqueña ya se encuentra en supermercados. Y que para conseguir ajíes, rocotos, papaya y maracuyá no es necesario peregrinar hasta el Barrio Chino.

V .P. S.

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