Lo conocí en medio de una emergencia. Él venía de un largo viaje por la India en el que había descubierto un mundo distinto de aquel en el que había crecido. Ya no volvería a sacar del armario su título de abogado, y su intensa experiencia en un prestigioso estudio jurídico porteño quedaría olvidada como el prólogo de una carrera profesional que jamás sería escrita. También yo tenía un título de abogado enrollado en un tubo de cartón. Pero no hablamos de eso entonces. No había tiempo. Estábamos en 1998 y las inundaciones habían anegado el Litoral. En medio de la necesidad de miles de personas que lo habían perdido todo, Cáritas nos había reunido para que actuáramos. Y rápido.
Yo tenía cierta experiencia en la producción de campañas de bien público. Trabajaba para Cáritas de manera rentada. Vuelto de la India, sin saber todavía hacia dónde dirigir sus pasos, Matías había tocado el timbre de Cáritas Nacional para ofrecer trabajo voluntario. No sospechaba ni por asomo lo que lo esperaba. A los pocos días, era la cabeza de una extensa red de ayuda a las comunidades más golpeadas por la crecida de las aguas, un mediador entre las necesidades de los inundados y la solidaridad de la gente.
Mi tarea era ayudarlo en la comunicación y en la relación con los medios. En nuestro primer encuentro, me confió su perplejidad por el lugar en que lo había puesto el destino y me dijo que no tenía experiencia en la atención de emergencias. Tampoco yo. Pronto descubrimos que estábamos trabajando para una institución que contaba con una enorme red de voluntarios, muchos de ellos ubicados muy cerca de las zonas afectadas. Esa capilaridad nos permitía conocer, día a día, las necesidades concretas de cada localidad inundada: colchones, frazadas, alimentos, medicamentos. Un generoso Julián Weich recibía a Matías diariamente en su programa de TV para informar sobre el estado de cosas en el Litoral, las carencias a cubrir y la forma de acercar la ayuda. Había un país sensibilizado por las imágenes que llegaban del nordeste argentino, ávido de ayudar.
Mi tarea era ayudarlo en la comunicación y en la relación con los medios. En nuestro primer encuentro, me confió su perplejidad por el lugar en que lo había puesto el destino y me dijo que no tenía experiencia en la atención de emergencias. Tampoco yo. Pronto descubrimos que estábamos trabajando para una institución que contaba con una enorme red de voluntarios, muchos de ellos ubicados muy cerca de las zonas afectadas. Esa capilaridad nos permitía conocer, día a día, las necesidades concretas de cada localidad inundada: colchones, frazadas, alimentos, medicamentos. Un generoso Julián Weich recibía a Matías diariamente en su programa de TV para informar sobre el estado de cosas en el Litoral, las carencias a cubrir y la forma de acercar la ayuda. Había un país sensibilizado por las imágenes que llegaban del nordeste argentino, ávido de ayudar.
Matías trabajaba a dos puntas. Cada semana viajaba al interior, y en las zonas en emergencia se reunía en grandes asambleas con delegados de esa extensa red para mejorar la comunicación y apurar la llegada de la ayuda. Apenas dormía. La entrega de su tiempo y su energía fue total.
Aquello fue una primera lección: a los grandes desafíos, aun aquellos que nos superan, hay que enfrentarlos y seguir adelante. Por naturaleza, carezco de la llama que empuja a los inspirados hacia la quimera de un sueño a primera vista irrealizable, ese toque de locura visionaria que ignora los obstáculos. Varias veces a lo largo de los años, con su ejemplo, Matías me demostró que atender esas visiones es indispensable.
Tras la experiencia en Cáritas, mi amigo se estableció en Estados Unidos. Muy comprometido con la meditación y el yoga, creó un juego para que los chicos aprendieran distintas posiciones de la milenaria disciplina india de forma divertida. En sus visitas a Buenos Aires, probaba los prototipos con mis hijas. No le fue mal, y después ideó un segundo juego que apunta a fomentar el ejercicio y la salud del cuerpo. Soñó entonces con dar un gesto al mundo. Para mostrar que el ejercicio físico hace bien al alma, imaginó el ascenso a la montaña más alta del país de un grupo de personas que hubieran encontrado en el deporte el arma para superarse y vencer grandes obstáculos. Otra vez, la idea se hizo acto: Summit Aconcagua acaba de terminar con todo éxito.
Aquello fue una primera lección: a los grandes desafíos, aun aquellos que nos superan, hay que enfrentarlos y seguir adelante. Por naturaleza, carezco de la llama que empuja a los inspirados hacia la quimera de un sueño a primera vista irrealizable, ese toque de locura visionaria que ignora los obstáculos. Varias veces a lo largo de los años, con su ejemplo, Matías me demostró que atender esas visiones es indispensable.
Tras la experiencia en Cáritas, mi amigo se estableció en Estados Unidos. Muy comprometido con la meditación y el yoga, creó un juego para que los chicos aprendieran distintas posiciones de la milenaria disciplina india de forma divertida. En sus visitas a Buenos Aires, probaba los prototipos con mis hijas. No le fue mal, y después ideó un segundo juego que apunta a fomentar el ejercicio y la salud del cuerpo. Soñó entonces con dar un gesto al mundo. Para mostrar que el ejercicio físico hace bien al alma, imaginó el ascenso a la montaña más alta del país de un grupo de personas que hubieran encontrado en el deporte el arma para superarse y vencer grandes obstáculos. Otra vez, la idea se hizo acto: Summit Aconcagua acaba de terminar con todo éxito.
Lo llamé poco antes de la partida. Todo listo, me informó entusiasmado. Solo al rato me contó, como algo secundario, que no participaría del ascenso: se había quebrado una pierna en un estúpido accidente de moto. Forzoso cambio de planes: desde abajo, contaría a los medios las alternativas de la expedición. "La vida es genial", soltó, contento de que aquello que había organizado durante más de un año estuviera a punto de concretarse y de que él hubiera encontrado el lugar que le tenía reservado el proyecto.
Lo llamé el martes. Estaba exultante. Había viajado a Mendoza para recibir al grupo en su descenso de la montaña. Todos -entre ellos Paula Pareto, Fabricio Oberto y Silvio Velo- habían vivido una experiencia difícil de olvidar. Julián Weich y el "espartano" Ezequiel Baraja llegaron hasta la cumbre. Además, los fines benéficos de la aventura se habían cumplido.
Personas como Matías me recuerdan que los proyectos, los sueños, están allí para salir tras ellos. Alcanzarlos no es lo decisivo. Lo que importa es el paso concreto que damos para lograrlo. Tal vez en eso consista estar vivo.
H. M. G.
Lo llamé el martes. Estaba exultante. Había viajado a Mendoza para recibir al grupo en su descenso de la montaña. Todos -entre ellos Paula Pareto, Fabricio Oberto y Silvio Velo- habían vivido una experiencia difícil de olvidar. Julián Weich y el "espartano" Ezequiel Baraja llegaron hasta la cumbre. Además, los fines benéficos de la aventura se habían cumplido.
Personas como Matías me recuerdan que los proyectos, los sueños, están allí para salir tras ellos. Alcanzarlos no es lo decisivo. Lo que importa es el paso concreto que damos para lograrlo. Tal vez en eso consista estar vivo.
H. M. G.
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