Esta semana parece imposible hablar de otra cosa que no sea del dólar. El viernes el gobierno combinó una fortísima suba de tasas, con la obligación a los bancos de bajar su exposición patrimonial en dólares y el anuncio de un recorte fiscal de 3.000 millones de dólares.
Aunque el mercado se calmó, no está claro que la tormenta haya pasado y los próximos días pueden persistir ciertas presiones. De todos modos, es evidente que, por primera vez en esta crisis, las autoridades sorprendieron al mercado y lo corrieron de adelante, demostrando que no les temblará el pulso si tienen que subir aún más la tasa o convertir el gradualismo en más shock fiscal.
Sin embargo, mi preocupación tiene que ver con el día después de la tormenta, porque la confianza en la economía ha quedado herida, tanto adentro como afuera, y no será fácil reconstruirla.
DOS INDICADORES CLAVE
Hace tiempo que vengo insistiendo en la necesidad de mirar el riesgo país, que es el extra que nos cobran por prestarnos plata en el mundo, ante el prospecto de que repitamos nuestra historia y no devolvamos el dinero.
El modelo económico se basa en una reducción gradual del déficit fiscal y dado que no se puede hacer magia, hasta la convergencia a cuentas públicas equilibradas hay que financiar esa transición con más colocaciones de deuda, de modo que las claves de la sostenibilidad son dos; que el déficit primario continúe bajando y que no crezca la mochila de los intereses de la deuda, para lo cual necesitamos que el riesgo país baje de manera sistemática.
Lo cierto es que hasta que Macri entró en el ballotage, Argentina pagaba casi 600 puntos extra de prima de riesgo; esto quiere decir que, si a un país libre de riesgo como Estados Unidos le prestaban dinero al 2% de interés anual, a nosotros nos pedían 8%. Pero el 23 de octubre del año pasado, a 24 horas de las elecciones en las que el oficialismo ganó, sacando incluso más votos que los esperados, el riesgo argentino tocó su mínimo en 342 puntos.
Desde entonces el Gobierno cometió una sucesión casi ininterrumpida de errores que fueron minando la confianza de los inversores del exterior. Primero fue el escándalo de la reforma previsional, que evaporó buena parte del capital político y se llevó puesta a la reforma laboral; una pieza clave para la competitividad de la industria argentina.
Luego vino aquella fatídica conferencia de prensa del 28 de diciembre, en la que el gobierno abandonó su prioridad antinflacionaria, relajó las tasas e hizo concomitantemente subir al dólar.
El 2018 no arrancó mejor; como parte de la reforma tributaria y para conseguir el apoyo de la oposición, se estableció un impuesto a la renta financiera, que además gravaba a los fondos del exterior que le prestaban al Estado. Un sin sentido, porque si el Tesoro o el Banco Central tienen que pagar para conseguir dinero prestado, no pueden al mismo tiempo cobrarle al que les presta. Esto es como si usted va al quiosco a comprar un alfajor que sale $20 y pretende cobrarle $5 al quiosquero.
Sobre llovido, mojado. El gobierno nacional les dio en el pacto fiscal todo lo que pedían las provincias y en ese acto perdió el apoyo de los gobernadores, que ya no lo necesitan mas, debilitando su poder en el Congreso. La oposición, como los tiburones, olió sangre y fue por todo, buscando revertir los ajustes de tarifas; una medida absolutamente demagógica que le costaría al fisco 200.000 millones de pesos de subsidios y la imposibilidad de bajar el déficit, anulando la posibilidad de llegar a la estabilidad fiscal.
Entonces no sorprende que el riesgo país haya subido 100 puntos desde noviembre y, pasada la corrida cambiaria, el gobierno necesita sí o sí reconstruir la confianza con los inversores que financiarán la transición. Caso contrario vamos directo a un default o a un ajuste fiscal de shock, que nos permita vivir con lo nuestro.
CONFIANZA DE LOS CONSUMIDORES
El otro indicador clave es el que surge de la encuesta que la gente de la Universidad Di Tella hace todos los meses entre 1.200 consumidores de todo el país. En noviembre pasado 51% de los encuestados eran optimistas sobre la economía, pero ese indicador se derrumbó 10 puntos desde entonces y, como el argento es muy susceptible a los problemas con el dólar, seguramente caerá aún más cuando se conozca la medición de mayo.
La confianza de los consumidores es importante por dos razones. La primera es que es un predictor del comportamiento de las familias; del empeoramiento en las expectativas a la actitud precautoria de postergar el consumo hay un solo paso. Si el gobierno no cambia rápidamente la sensación térmica de la calle, se frenará el consumo y caerá la actividad económica.
Pero, además, el índice de confianza del consumidor tiene una notable correlación con la imagen política del gobierno y es un gran predictor del resultado electoral, de modo que, si el gobierno no reconstruye pronto las expectativas, lo pagará perdiendo las próximas elecciones.
Para esto es fundamental que la política monetaria sea muy dura, para minimizar el impacto del dólar en los precios y recuperar la senda de la desinflación. Al mismo tiempo hay que volver a la cláusula gatillo en las paritarias, para sacarle incertidumbre a los trabajadores y asegurarles que pase lo que pase, no perderán con la inflación.
Sé que hay muchos colegas que piensan que para frenar los precios es clave que las paritarias se mantengan en 15%, pero ese es un error conceptual fenomenal. Las expectativas no se fijan por decreto y si el mercado cree que la inflación será del 22% ese número no va a bajar comprimiendo salarios. Más bien el resultado de esa política será un freno en el consumo y un deterioro de las expectativas de los consumidores, que aumentará, además el riesgo país, por el freno que causará en la actividad económica.
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