viernes, 29 de junio de 2018

IDENTIDAD CULTURAL


Memorias de capataces, gringos y aparecidos en la estancia
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Cuando chicos, el capataz de "La Ramona" era Cabrera. Morrudo, retacón, algo achinado y de pelo grisáceo, medio ladino y no muy amigo del trabajo. Tenía un tajo en la cara y raras habilidades manuales y por eso los de la zona decían que era gitano o que había estado en la cárcel. Solía recibir las instrucciones de los patrones, mi padre y mi tío, con comentarios medio irónicos, tenía problemas con algunos vecinos y matoneaba a Mónica, la vieja cocinera. En fin, una joya el hombre.
Tenía algo muy a su favor y era que en las noches de verano se venía a la cocina de la estancia con su bandoneón y ahí nos daba un concierto a los chicos y a algunas mujeres de la casa. El pañuelito blanco, La loca de amor, la ranchera Mate Amargo y Hecho por mí eran casi todo su repertorio, que repetía invariablemente según nuestros alegres pedidos.
Entre otros conflictos, una vez se enemistó con los Brandi, unos robustos gringos chacareros que vivían camino al pueblo. Entonces los chicos, con la inconsciencia de la edad, le mandamos una carta con faltas de ortografía en que los Brandi lo desafiaban a pelear y le decían "venite bien preparao y con el cuchillo bien afilao pa que la pelea sea parega" (sic). Por suerte la cosa, que pudo terminar muy mal, no pasó a mayores porque desde entonces el guapo dejó de ir al pueblo y la mandaba en sulky a su mujer, Dolores, mucho más vieja que él. Y felizmente, cuando los grandes se enteraron no nos delataron.
A Cabrera lo reemplazó Adrián, bajo, rubio, cincuentón y gran jinete, tanto que podía cabalgar parado en el recado. Al revés que el anterior era activo, respetuoso y vestía bien, con bombachas, botas, rastra, chambergo o gorra y pañuelo al cuello. Nosotros, ya adolescentes o casi, lo teníamos por otro don Segundo Sombra.
Y aunque no tocaba ningún instrumento, en los atardeceres nos reunía alrededor de un fogón que armaba, y cebando mates nos contaba historias de aparecidos que habían protagonizado su padre o él mismo. Eso sí, era bastante agrandado y quisquilloso. Lamentablemente en un accidente perdió un ojo, y después decía que no le importaba tanto la pérdida del ojo como que en el pueblo lo iban a tratar de "tuerto de m?".
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El hombre de confianza de la casa era Mazzeo, un gordo bonachón, medio tartamudo y de cierta edad, todo un personaje, que vivía en el pueblo y llegaba al principio en sulky y después en una chatita azul. Controlaba al personal y llevaba las instrucciones. Un día, recorriendo el campo en su chatita con mi tío, agachó la cabeza y se quedó muerto. El cuerpo lo depositaron en una galería de la casa, con gran congoja general.
Poco tiempo después, el peón Fermín, hombre muy callado, se presentó a mi padre y le dijo que quería dejar el trabajo. No hubo forma de convencerlo de quedarse. Pero le confesó al personal de la estancia que se iba porque lo había visto a Mazzeo caminando por la galería, y lo peor de todo: que aunque era pleno verano iba vestido con un sobretodo. Confirmando así su condición de fantasma, y pasando a enriquecer los cuentos de aparecidos de Adrián.

R. S.

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