Las biografías están a la orden del día. Y ni hablar de las autobiografías. Apenas superados los 20 años, ídolos deportivos o musicales, influencers (novedosa categoría de quienes son famosos por aparecer en los medios y redes sociales a causa de nada o de algún escándalo prefabricado), youtubers y otros personajes ya escriben las suyas, como si eso era todo lo que les iría a ocurrir en la vida. Hasta el hipercinético director técnico del seleccionado argentino de fútbol, tras confesar que la lectura le aburre, firma sus memorias (no sabemos si también las escribe). ¿Qué se busca en los perfiles apresurados y superficiales de deportistas, artistas, políticos, gurúes tecnológicos y otros protagonistas de obsolescencia programada? Acaso la promesa con que se ofrecen estas memorias: la fórmula del éxito rápido. El atajo hacia la gloria o, al menos, hacia la fortuna económica.
Pero es difícil que esa suerte de piedra filosofal se encuentre en esas páginas, como ya habrán comprobado tanto los lectores debutantes en este género, como los obcecados reincidentes. Al referirse a esta cuestión (en su trabajo
¿Existe la suerte?), el libanés Nassim Nicholas Taleb, miembro del Instituto de Ciencias Matemáticas en la Universidad de Nueva York, advierte que es habitual confundir habilidad con suerte y azar con determinismo. Del mismo modo en que se vende una fórmula de managment, un método de entrenamiento deportivo o una dieta voceando que 30 mil empresas, mil equipos o cuarenta millones de personas los probaron exitosamente, no se dice que otras 100 mil empresas, otros dos mil equipos y otros ochenta millones de personas las intentaron sin el menor resultado. Taleb sostiene que las fórmulas exitosas de las que se ufanan quienes son vistos como triunfadores son pura charlatanería. Para desilusión de quienes creen en la magia y en la imitación de experiencias ajenas, este ensayista piensa que el éxito moderado es fruto de la habilidad, la constancia y el trabajo (y no es necesario leer cientos de páginas de una vida con atributos menores para saberlo), mientras que los grandes éxitos son producto de lo imponderable y lo aleatorio. Y agrega que son muchísimos más los fracasos y las frustraciones. Enfrenta así su visión "trágica" de la experiencia humana con la que llama "utópica". Admitirse "trágico", advierte, permite afinar la atención, mejorar los recursos, trabajar para corregir errores y estudiarse a uno mismo antes que copiar a otros.
A su vez, el suizo Rolf Dobelli, licenciado en Ciencias Empresariales y exdirector de Swissair, aconseja (en su libro El arte de pensar) no basarse en resultados ajenos o pasados para tomar una decisión. Y pone este ejemplo.
Si un millón de monos especularan en la bolsa, en un año la mitad obtendría beneficios y la otra mitad pérdidas. En el segundo año, la mitad ganadora se dividiría en un 50% que ganaría y un 50% que perdería. En diez años quedarían mil monos con beneficios y en veinte años apenas uno. El "mono triunfador" se convertiría en figura mediática, se divulgarían todos los detalles de su vida y se hurgaría en el secreto de su fortuna, convencidos todos, medios, lectores, inversionistas y admiradores, de que tiene una fórmula del éxito. No puede ser un simple mono ignorante, dice Dobelli. Tal fórmula no existe y el mono no sabe nada de economía. Sin embargo, nadie lo cree, porque un error común del pensamiento es mirar los resultados y no los procesos.
Quizás, entonces, en lugar de devorar biografías insustanciales para repetir caminos muchas veces iluminados por la suerte (y ese es todo el secreto), siempre es posible enriquecer la propia vida no solo con otras lecturas sino también con el hábito de pensar con nuestra mente, de vivir nuestras experiencias, de arriesgarnos a transitar nuestro camino. Ninguna biografía, en fin, remplaza a la que nos construimos.
S. S.
Quizás, entonces, en lugar de devorar biografías insustanciales para repetir caminos muchas veces iluminados por la suerte (y ese es todo el secreto), siempre es posible enriquecer la propia vida no solo con otras lecturas sino también con el hábito de pensar con nuestra mente, de vivir nuestras experiencias, de arriesgarnos a transitar nuestro camino. Ninguna biografía, en fin, remplaza a la que nos construimos.
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