Le quiero hablar de un héroe del tenis y de la vida. Le quiero hablar de un atleta que es un ejemplo de superación personal y profesional. No se trata del español Rafael Nadal que ganó Roland Garrós en Paris por undécima vez. No se trata del tandilense Juan Martín Potro que, después de una actuación excepcional, quedó en el cuarto lugar del ranking mundial.
Yo le quiero hablar del cordobés Gustavo Fernández que perdió la final de Roland Garrós contra el japonés Shingo Kunieda. El “Gusti”, como lo dicen sus amigos de Rio Tercero ya logró la hazaña de ganar Roland Garrós hace dos años. También fue campeón del Abierto de Australia el año pasado. Gustavo es un deportista de un coraje sin igual. Tiene apenas 24 años y una carrera extraordinaria en tenis adaptado o en tenis sobre silla de ruedas. Vale la pena verlo. La destreza, la capacidad de llegar a todas las pelotas sobre sus dos ruedas, el saque feroz que tiene con esos brazos de acero. Es conmovedora la manera en que sacó fuerzas de flaquezas. Todos los días supera un límite más. Todos los días corre la meta un poco más allá. Compite contra sí mismo.
La tragedia ocurrió cuando Gustavo tenía apenas un año y medio. Estaba jugando con su padre y se cayó. En el suelo, miró a su viejo y le dijo que no sentía las piernas. El mundo se derrumbó encima de la familia Fernández, una familia de deportistas acostumbrados al sacrificio y al esfuerzo cotidiano. En Argentina no supieron decirle que había pasado con su cuerpito. Todos sus ahorros fueron para hacer una consulta en Estados Unidos y allí le diagnosticaron “un infarto medular”, una enfermedad tan rara que solo se registra un caso en 20 millones. Después del llanto y el dolor, los Fernández decidieron ponerse de pié y ayudar a que su hijo pusiera de pié su alma y su corazón a pesar de que tenía paralizado su cuerpo desde el pecho para abajo. Sin darse por vencido y con mucha rehabilitación, Gustavo Fernández recuperó la sensibilidad hasta la cintura. De todos modos es el tenista con mayor discapacidad en el circuito de tenis profesional adaptado. La mayoría de sus competidores son amputados o gente que camina. Él tiene que hacer un esfuerzo superior para mantener el equilibrio porque no tiene uso del abdomen bajo. Le cuesta mucho hacer el balance en cada raquetazo o en cada arranque de su silla de ruedas.
Gustavo tuvo la suerte de nacer en una familia de deportistas donde el entrenamiento diario, la disciplina, la vida sana, la competencia y la mejoría permanente le dieron los instrumentos para convertirse en el tenista de elite que es hoy. Jamás olvidará su familia el día que llevó la bandera y encabezó la delegación de Argentina de los juegos Olímpicos en Rio de Janeiro 2016. Cuando entró al legendario estadio Maracaná haciendo flamear la celeste y blanca las lágrimas fueron agua bendita para la casa de Los Fernández. Gustavo “El Lobito”, el padre fue figura descollante de la Liga Nacional de Básquet. Juan Manuel su otro hijo, siguió su camino en la selección argentina y en Europa. Y Nancy, su madre, fue la que le inculcó el bichito del tenis que ella practicaba solo como entretenimiento.
Muchos le dijeron a Gustavo que no iba a poder con semejante epopeya. Pero pudo. Apretó los dientes, hizo fierros y le puso una energía poderosa a cada entrenamiento. Gustavo disfruta la vida con la risa de sus amigos en los boliches, se divierte con su novia, le gustan las series de la tele, las milanesas caseras y siempre anda con el bolso de las raquetas y la valija porque vive más en los aviones que en la tierra maravillosa del embalse del Rio Tercero.
Á
RELATADO POR ALFREDO LEUCO
En Gustavo deberíamos pensar todos los que nos enojamos o nos hacemos un drama terrible por cualquier pavada o dificultad de la vida cotidiana. En Gustavo deberían pensar lo que sufren alguna enfermedad o son discapacitados y creen que no van a poder salir adelante. Siempre tengo presente esa frase que dice que “el único discapacitado es el que no tiene corazón”. Y a Gustavo le sobra corazón. Para el amor, para la familia y para convertirlo en la garra y la actitud invencible con que afronta cada partido y cada torneo. Gustavo no tiene sus piernas en condiciones de caminar pero tiene resiliencia. Es la capacidad de recuperarse de la adversidad para seguir proyectando el futuro. Es la fortaleza de la autoestima. Del amor propio. La resiliencia es un concepto tomado de la ingeniería y la física. Es la aptitud de los materiales de regresar a su estado natural después de algún golpe fuerte. Un título de una película nos puede ayudar en la definición: “Retroceder nunca, rendirse jamás”.
Gustavo Fernández no retrocedió nunca ni se rindió jamás. Derrotó primero a sus propios temores y luego a los prejuicios de los demás. Gustavo tiene una frase que nos enseña: “No es cuestión de ver lo que no tenés, sino de saber qué es lo que hacés con lo que sí tenes.”
La historia del tenista de acero es inspiradora para todos. Este fin de semana fue subcampeón en Paris y ya se fue para Rusia. Quiere alentar a Messi y compañía en el mundial de fútbol. Tiene entradas para ver el partido contra Nigeria en San Petersburgo. Gustavo juega con una intensidad envidiable. Aprendió que las derrotas enseñan más que las victorias y dice que no se siente un súper héroe porque no hace nada fuera de lo normal. Tiene tres medallas de oro y una de plata en los juegos para Panamericanos. A los 24 años le ganó cientos de partidos a aquel maldito accidente de niño.
Acaba de subir una vez más a la cima del tenis mundial adaptado: no es Nadal ni Del Potro. Pero es un orgullo para los argentinos. Es el tenista de acero que ya está pensando en su próximo triunfo.
En Gustavo deberíamos pensar todos los que nos enojamos o nos hacemos un drama terrible por cualquier pavada o dificultad de la vida cotidiana. En Gustavo deberían pensar lo que sufren alguna enfermedad o son discapacitados y creen que no van a poder salir adelante. Siempre tengo presente esa frase que dice que “el único discapacitado es el que no tiene corazón”. Y a Gustavo le sobra corazón. Para el amor, para la familia y para convertirlo en la garra y la actitud invencible con que afronta cada partido y cada torneo. Gustavo no tiene sus piernas en condiciones de caminar pero tiene resiliencia. Es la capacidad de recuperarse de la adversidad para seguir proyectando el futuro. Es la fortaleza de la autoestima. Del amor propio. La resiliencia es un concepto tomado de la ingeniería y la física. Es la aptitud de los materiales de regresar a su estado natural después de algún golpe fuerte. Un título de una película nos puede ayudar en la definición: “Retroceder nunca, rendirse jamás”.
Gustavo Fernández no retrocedió nunca ni se rindió jamás. Derrotó primero a sus propios temores y luego a los prejuicios de los demás. Gustavo tiene una frase que nos enseña: “No es cuestión de ver lo que no tenés, sino de saber qué es lo que hacés con lo que sí tenes.”
La historia del tenista de acero es inspiradora para todos. Este fin de semana fue subcampeón en Paris y ya se fue para Rusia. Quiere alentar a Messi y compañía en el mundial de fútbol. Tiene entradas para ver el partido contra Nigeria en San Petersburgo. Gustavo juega con una intensidad envidiable. Aprendió que las derrotas enseñan más que las victorias y dice que no se siente un súper héroe porque no hace nada fuera de lo normal. Tiene tres medallas de oro y una de plata en los juegos para Panamericanos. A los 24 años le ganó cientos de partidos a aquel maldito accidente de niño.
Acaba de subir una vez más a la cima del tenis mundial adaptado: no es Nadal ni Del Potro. Pero es un orgullo para los argentinos. Es el tenista de acero que ya está pensando en su próximo triunfo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.