miércoles, 20 de febrero de 2019
HISTORIAS DE NUESTRA PATRIA,
Federico Andahazi
Voy a hablar del B del amor, de cómo no siempre la vida es es rosa para los enamorados, pero como en las mejores épicas, el amor se impone incluso en las circunstancia más tremendas.
Te voy a contar una de las grandes historias de amor de nuestra historia. Una de esas tragedias enmarcadas en la gran tragedia política nacional que relaté en mi libro “Argentina con pecado concebida”, de la trilogía “Historia sexual de los argentinos”.
El protagonista es un personaje especialmente querido por los cordobeses: el General Paz. El general Paz trabajó codo a codo con Belgrano, no sólo como militar, sino, sobre todo, como intelectual. En la batalla de Venta y Media perdió un brazo bajo fuego español.
Hay un retrato en el que se lo ve al general Paz con sus cejas generosas y la mirada severa. Sobre el regazo descansa una chiquita rubia de cinco años. El nombre de la niña es Margarita Weild; sus ojos infantiles están fijos en las charreteras del uniforme del militar. Este retrato podría llevar al pie la leyenda: “El general Paz y su pequeña sobrina, Margarita”.
Sin embargo, esta misma pintura bien pudiera presentar un título diferente que desmintiera al anterior: “Primera imagen de José María Paz y su esposa Margarita Weild”. Y ambas serían ciertas.
La historia de amor entre el tío y su sobrina data de la época en que el general, entonces teniente coronel, regresó a su Córdoba natal en 1819, luego de cinco años de ausencia. El coronel Paz, hombre de convicciones firmes y una moral incorruptible, disfrutaba viendo cómo su pequeña sobrina correteaba de aquí para allá.
El militar, fatigado, con el ánimo quebrado por años de privaciones, de pronto encontró en aquella niñita un universo de paz y candor, un amor incondicional que lo invitaba a compartir esa patria libre y pura: la lejana patria de la infancia.
Ese hombre hubiese dado su brazo derecho por su amada sobrina, de no haber sido porque ya lo había perdido en la guerra. El Manco Paz había vuelto a sonreír después de muchos años gracias a la luminosa presencia de Margarita.
Sólo una semana permaneció José María Paz en Córdoba. Una semana en la que pudo descansar de los horrores de la guerra. Luego tuvo que marchar nuevamente para enfrentar al temible Estanislao López.
Pese al anhelo del Manco Paz, los acontecimientos políticos y militares le impedían, una y otra vez, volver a Córdoba para reencontrarse con su familia. Margarita tenía diez años cuando se mudó a Buenos Aires con su mamá; por ese entonces José María Paz debió partir hacia el norte para sumarse a la campaña de San Martín en el Alto Perú.
Cuando finalmente regresó de la guerra en al año 1829, corrió a reencontrarse con su familia. Para su completa sorpresa, el general comprobó que aquella chiquita de mejillas redondas, se había convertido en una bellísima mujer de quince años.
Margarita, por su parte, había escuchado tantas aventuras protagonizadas por ese hombre que, aunque no había vuelto a verlo, lo recordaba como un héroe. En ese abrazo del reencuentro, sin pronunciar palabra, José María y Margarita se declararon su amor.
Sin embargo, el destino parecía haberse obstinado para que los amantes no pudieran unirse. Primero el general Paz cayó preso a manos de Estanislao López y fue dar con sus huesos a una oscura celda de la Aduana de Santa Fe.
Durante el horroroso cautiverio, Margarita le llevaba libros, cuadernos, tinta, plumas y velas para iluminarse mientras leía o escribía. También se ocupaba de lavar y remendar su ropa, de cortarle el pelo y afeitarlo.
Se casaron secretamente en la cárcel en 1835; ofició la ceremonia el cura de la familia, quien había podido conseguir las dispensas para unirlos, siendo familiares tan próximos. Bajo estas circunstancias, acompañando a su marido en la cárcel, Margarita quedó embarazada. Entonces el general decidió que regresara con su madre para que su hijo naciera en libertad.
Pero ella le dijo: “No tiene importancia dónde nazca. Todo el país es una cárcel”.Como siempre, estaba dispuesta a mantenerse junto a su marido en las circunstancias que fuesen. Sin embargo, Rosas todavía les habría de deparar un destino aún más cruel: decidió trasladar al prisionero a Luján, antes de que su esposa diera a luz, y así separarlos.
Luego de meses de sufrimiento e incertidumbre, Margarita consiguió el permiso para convivir con el general encarcelado. Cuando finalmente nació el primer hijo, resultaba patético ver los pañales colgados de las rejas del ventanuco de la cárcel.
En 1839 José María Paz consiguió por fin la libertad. Sin embargo, ahí no iban a terminar sus padecimientos; luego de innumerables traslados, traiciones e infortunios políticos, cuando Margarita esperaba el octavo hijo, decidieron marchar a Río de Janeiro. Sumidos en la pobreza, se afincaron en el campo.
El 5 de junio de 1848, Margarita murió en pleno alumbramiento del noveno hijo. Desde aquel primer retrato del general Paz alzando en su regazo a su pequeña sobrina, hasta la triste imagen del hombre derrotado escribiendo en soledad sus Memorias, pasó un océano de tiempo de apenas treinta años.
Hoy, por fin descansan juntos en el mausoleo de la Catedral de Córdoba. Feliz día a los eternos enamorados Margarita y José María. “Todo el país es una cárcel”, decía Margarita. De nosotros depende ahora que la Argentina no vuelva a ser una cárcel.
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