sábado, 16 de febrero de 2019
LA PÁGINA DE ALFREDO SERRA,
Un artículo de Alfredo Serra que cuenta la asombrosa historia de Forrest Tucker, el ladrón que robó más de cuatro millones de dólares con una sonrisa y sin disparar un solo tiro.
Forrest Tucker (Indiana, 1919–Los Ángeles, 1986) fue un actor de segunda línea –no un segundón–, que combatió (menor de edad) en la caballería norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial, y actuó en 26 films desde 1940 hasta 1977.
Se casó cuatro veces, fue padre de tres hijos, luchó –y venció– contra el alcoholismo, y un cáncer de pulmón se lo llevó a sus 67 años.
Pero no es este Forrest Tucker el personaje de esta nota.
Es otro Forrest Tucker.
Profesión: ladrón. Nunca tuvo otra…
Señas particulares visibles: caballero de fina estampa, cultura, modales de diplomático. Un duque…
Nació en Miami, Florida, el 23 de junio de 1920. Un año y cuatro meses después de su homónimo.
A los 15 años conoció las rejas por primera vez. Hábito que se repetiría… ¡treinta veces!, con dieciocho escapes exitosos y doce fracasados. Un artista del escape al que habría envidiado el mismísimo Harry Houdini.
Cierto es que su arranque en la vida no fue fácil. Su padre, Leroy, operador de máquinas pesadas…, se libró del peso familiar cuando Forrest tenía apenas 6 años, y por incapacidad de su madre, Carmen Silva, fue criado en Stuart, Florida, por su abuela Ellen Morgan Silva.
En 1936, a sus 16 años, lo atraparon por segunda vez robando un auto. Otra vez adentro…
Decidió enfocarse en una especialidad. Acaso la más riesgosa: robar bancos. Sin ayuda. Sin banda. En soledad. Pero su porte, su sonrisa, sus impecables ropas, y por cierto la buena fe y/o la ingenuidad de sus interlocutores, le allanaron el camino.
Modus operandi. Elegía un banco. A veces, sucursales pequeñas y fáciles de abordar. Otras, casas matrices con guardias y alarmas. Sereno, a paso lento, se acercaba a una caja:
–Necesito retirar dinero de mi cuenta.
–Por supuesto, señor. ¿Cuánto? –preguntaba la cajera.
Se abría levemente el saco, mostraba un revólver guardado en la sobaquera, y con una sonrisa de dientes perfectos, en voz baja, le decía:
–Todo lo que tenés en la caja. Tranquila. No intentes nada raro.
El dinero pasaba de la caja a una bolsa, y Forrest Tucker se retiraba a paso lento…
Como todo un señor.
Extraña doble vida: se casó tres veces, fue padre de dos hijos –niña y niño–, y ninguna de sus mujeres conoció su carrera criminal hasta su última detención, cuando la policía les mostró el pesado prontuario…
Otra variante del modus operandi. Más audaz, pero de pesca de dólares más generosa.
En cualquier banco –incluidas casas centrales altamente vigiladas– se dirigía a la gerencia y encaraba al titular, que lo recibía con el clásico
¿en que puedo servirle?
–Vengo a abrir una cuenta.
–Encantado, caballero. ¿De que suma hablamos?
Rito repetido. Se abría el saco, mostraba el revólver, sonreía:
–De todo lo que tiene guardado en su caja fuerte. Llene una bolsa y entréguemela. Y no haga tonterías. Olvide el botón de alarma.
Tarea cumplida, retirada a paso lento, seguro, y siempre mirando hacia adelante…
A lo largo de cuatro años, y sin que fuera atrapado, atesoró algo más de cuatro millones de dólares.
Jamás disparó un tiro.
Aunque parezca increíble, recurriendo a ardides tan ingeniosos como variados, batió el más difícil de los récords: dieciocho fugas de distintas prisiones.
Uno de sus ases a favor: el robo simple, sin exhibición de armas, amenazas o disparos –siempre se limitó a mostrar su revólver disimulado por el saco– evitaba que fuera recluido en áreas carcelarias de máxima seguridad, como los asesinos o los asaltantes a mano armada que hacían correr sangre.
Eso, sin contar que habrá sobornado a más de un guardia…
Acaso su momento más difícil fue la condena que lo arrastró a la más terrible e inexpugnable de las prisiones: Alcatraz, un islote perdido en la bahía de San Francisco llamado, con ironía, “la isla de los pájaros”, como si se tratara de un resort de vacaciones.
Sin embargo… ¡casi logró evadirse!
Debió ser internado para una operación de apendicitis en un hospital de San Francisco, pero fue detenido cuando escapaba esposado y envuelto en una inequívoca bata del lugar.
Pero aun lo esperaba su obra maestra…
En el verano de 1979 logró huir, con dos compañeros y en un kayak construido en secreto en el taller de carpintería, de la terrible prisión estatal de San Quintín, California.
Es leyenda que escribió dos libros, aunque nunca fueron publicados: “La verdadera historia”, y “El abrelatas”.
A sus 79 años y casado por tercera vez, se alojó en una comunidad de jubilados de Florida, prometiéndole a su nueva mujer, una granjera, que su vida de ladrón quedaba cancelada para siempre.
Pero como en la fábula de la rana y el escorpión, Tucker no podía transfigurarse. Un día de verano, vestido de sport con finas ropas livianas… se lanzó a un raid digno de sus días jóvenes: en pocos días y con la misma técnica, ¡robó cuatro bancos de los alrededores!
Atrapado por última vez en el 2000, fue sentenciado a trece años de cárcel en el Federal Correccional Institution, Fort Worth, Texas.
Murió allí a sus 84 años, el 29 de mayo del 2004.
Pero su insólita historia fue investigada y escrita por el periodista David Grann en la revista The New Yorker, y publicada en el 2003 bajo el título The Old Man & The Gun. ¿Su fuente?: la tercera mujer, Jewell Center, que declaró:
–No lo hizo por dinero. Teníamos un auto nuevo, ropa de marca y una vida tranquila. Él no necesitaba nada…
¿Manto de olvido? Ni soñar.
Robert Redford, a sus 82 años, con su cara apergaminada, sin rastros de cirugía, casi el mismo porte que lucía en “El gran Gatsby” (film de 2013), y una piel que delata su larga vida al aire libre en su rancho de Utah…, decidió un adiós a la actuación fiel a su estilo: interpretar al casi increíble ladrón Forrest Tucker.
Sin demasiados comentarios:
–Creo que el fin de mi carrera de actor merecía un personaje como él… Me dije a mí mismo: “Después de sesenta años de actuación, ¿por qué no despedirme con algo divertido?”.
Y no se equivocó.
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