La silenciosa e imparable revolución de los perennials
La longevidad, sustentabilidad y buen vivir han sido tópicos importantes para los pensadores de todos los tiempos. Al analizar los ciclos de la vida humana, y su duración, nos encontramos en un terreno rico en diversidad. Entonces, ¿qué hay de nuevo con respecto a la vejez y el envejecimiento? ¿Por qué hablamos ahora de revolución?
El envejecimiento es un proceso universal, continuo y progresivo, que lleva a la muerte de los organismos biológicos. Eso es inamovible. La vejez, en cambio, es un concepto social que difiere según épocas y culturas. En las antiguas y actuales sociedades asiáticas, africanas y en nuestros pueblos originarios las perspectivas de la vejez se asocian a cualidades milagrosas, respeto, sabiduría, dignidad, serenidad, consejo. El Diálogo de la Vejez, (Cicerón, 150 AC), una apología del envejecimiento, muestra las facetas positivas de esa etapa de la vida y refuta algunas de las razones que se esgrimían en esa época en contra de ella. Pero, Cicerón resulta excepcional ya que la posición más generalizada en Occidente es negativa respecto a la vejez, se la asocia directamente con enfermedad, decrepitud, pobreza, y vulnerabilidad.
Aunque a lo largo de la historia el rechazo y las alabanzas a la vejez siempre están presentes, lo que demuestra que no hay vejez sino vejeces, hoy más que nunca conviene preguntarse si los cambios culturales, las formas de pensar y actuar acompañan la escala social y la esfera privada del envejecimiento. Queremos vivir más pero no envejecer. Una real comprensión del proceso generalizado de aumento de casi 30 años de vida exige afrontar la vejez de otra manera.
Lily Tomlin (79) y Jane Fonda (80), en una escena de la exitosa serie que protagonizan, Grace y Frankie
Hay economistas que hablan de la revolución senior con simpatía. Otros estudian la silver economy y alertan sobre los sistemas de protección social. Pero aceptan que la revolución es silenciosa, y que la perspectiva negativa sobre la vejez es preponderante. Peor aún, no genera ninguna controversia. Los argumentos que consideran a la vejez no un logro sino un estadio miserable de la vida, un problema imposible de afrontar por nuestras comunidades, una catástrofe para la seguridad social, aunque muchos no se sostienen científicamente, son aceptados sin dudar por la mayoría de nosotros.
¿Cómo explicar la preminencia de esta perspectiva catastrofista? Según la sociología, existen nuevas maneras de envejecer pero están invisibilizadas. Habla de una nueva ancianidad y muestra modelos emergentes donde los criterios como la edad, resultan cada vez más limitados e insatisfactorios. Hay otras categorías que se ubican por fuera del criterio cronológico y se focalizan en los intereses, así surge el concepto de personas perennials. Se acepta que hay un envejecimiento del envejecimiento y, paradójicamente se afirma que las personas ancianas están rejuveneciendo. Estos datos surgen incluso de los estudios sobre aquellas que son centenarias. Actualmente el conocimiento de la ancianidad deja de polarizarse. María Teresa Bazo, catedrática de sociología en España, considerada referente en la materia, afirma que se tiende a considerarla más en términos de potencialidad que de decrepitud/plenitud, más como una época de satisfacción que de tristeza/gozo. Incluso se prefiere hablar de estar y sentirse bien más que de padecer enfermedad o tener una salud plena.
Ahora que la longevidad se ha convertido en el destino de una gran mayoría, es imprescindible modificar la perspectiva de la vejez. Las personas mayores se están transformando en una fuerza social (senior power) con características nunca vistas. En esta realidad, el modelo de la vejez en nuestro país no solo atrasa, y resulta erróneo en sus premisas, sino que no es neutro, tiene consecuencias. Nos paraliza y genera sufrimiento individual y familiar innecesario, obstaculiza la creatividad de la sociedad civil y de las políticas públicas y detiene la innovación económica, empresarial, gubernamental y comunitaria. En otras palabras, restringe las estrategias de afrontamiento positivo con las que podríamos responder y acompañar esta revolución. Para que el cambio sea posible, hay que ser críticos y estridentes. Ya es momento de explorarla y, en lo personal y colectivo, animarnos a decir: ¡Viva la longevidad!
M. J.
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Flexibilidad, una de las claves para cambiar los sistemas previsionales
C ambios que no se apliquen de inmediato, sino de manera progresiva, y que les otorguen a las personas cierto grado de autonomía para decidir sobre su momento de retiro. Esa es una de las recomendaciones frecuentes entre quienes estudian, en diferentes partes del mundo, cuál es el impacto sobre los sistemas previsionales del envejecimiento poblacional y del incremento de la esperanza de vida.
En los países donde los Estados administran el pago de los ingresos a las personas retiradas del mercado laboral, el escenario de envejecimiento tiene dos tipos de efectos en lo que a números se refiere. Uno es de carácter fiscal: se necesita más dinero si hay que afrontar los pagos para una mayor cantidad de jubilados (mayor, en su relación con el número de personas en edad activa) que, a la vez, se estima que vivirán más, por lo cual el período en que recibirán un ingreso será, en promedio, cada vez más extenso. El otro efecto es económico, porque la caída de la participación de los trabajadores activos sobre la población total le provoca al país -en principio, porque la productividad es un factor sobre el que se puede trabajar- una disminución de la capacidad de producción, y consecuentemente, de los recursos que puede obtener el Estado para pagar sus obligaciones.
El debate más usual y también el más conflictivo que surge frente a esta situación es la de extender la edad de jubilación: se entiende que, si trabajamos más tiempo, eso impactará en los dos efectos mencionados en el párrafo anterior. Pero, claro, en ningún lugar es una reforma fácil, y suele entrar en conflicto tanto con las expectativas de las personas como con el comportamiento del mercado laboral. Las recomendaciones que surgen de las experiencias de otros países apuntan a que las reformas se hagan con efectos para las generaciones más jóvenes y no para quienes estén más cerca de jubilarse.
Más allá de esa progresividad, hay fórmulas que suelen incluir algún elemento de flexibilidad, como permitir que los trabajadores se puedan jubilar a cierta edad si aceptan una "penalidad", es decir, cobrar un monto inferior respecto de si esperan más. Es algo que, con variantes, adoptaron Japón, Finlandia o Alemania.
Un esquema particular es el de Suecia. Allí -más allá de existir una pensión básica-, para estimar cuánto se cobrará entra en juego la expectativa de vida. Y la consecuencia de que ingrese esa variable en el cálculo es que cuanto más temprano alguien se jubile (a partir de una edad mínima establecida) menos cobrará cada mes, porque el sistema supondrá que estará percibiendo ese ingreso por más tiempo. Y si, por el contrario, se demora el retiro, el ingreso mensual será superior, porque habrá menor sobrevida.
En la Argentina, quienes están ahora transitando sus 40 y tantos años se jubilarían -de no haber cambios en las reglas- entre mediados de la década de 2030 y mediados de 2040. Ese es el momento en que se terminará para el país el "bono demográfico". Con esa expresión, especialistas en el tema como el economista José María Fanelli llaman a la etapa previa a que se intensifiquen los problemas de financiamiento asociados al envejecimiento.
Las estimaciones publicadas por el Banco Mundial indican que en el período mencionado comenzará a crecer de manera significativa la "tasa de dependencia". Habrá más personas en el segmento en el que, por razones de edad, no se generan (por lo general) ingresos económicos, en relación con el grupo de los activos. Ese incremento se explicará por la parte de la población de adultos mayores. Que el país esté en la etapa en la que está indica que hay tareas urgentes: los aumentos de productividad de la economía (afectada por una alta informalidad) deberían a lograrse ahora. El desafío no es del futuro. Es del presente.
S. S.
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