Entrenar las mentes contra la inflación: el test del calefón
A partir de un análisis de causas por las que suben los precios, un experimento exploró las conductas de un grupo de personas; cómo se puede inculcar una actitud colaborativa
Victoria Giarrizzo
¿Cómo pudieron insectos diminutos como las hormigas sobrevivir durante más de 100 millones de años en la Tierra sin extinguirse ni frente a las mayores catástrofes? Los estudiosos de esas colonias coinciden en la respuesta: su conciencia colectiva, su capacidad de trabajar en equipo y de sacrificar bienestar individual por ayudar a la comunidad fueron el corazón de su resistencia. ¿No será que en la lucha contra la inflación están faltando algunas de esas cualidades?
En 2018, en una investigación que hicimos en el IIEP-Baires (UBA) con Sandra Maceri, filósofa y epistemóloga, detectamos algo interesante sobre los comportamientos frente a los precios: si bien en el país está muy instalada la idea de subir precios cuando sube el dólar, cuando crece la demanda, cuando escasea un producto, o cuando hay posibilidad de exportar más caro, a menudo esas acciones las hacemos o las aceptamos por patrones aprendidos, sin reparar en efectos ni en alternativas posibles.
Lo detectamos a través de un ejercicio simple con la siguiente consigna: "Imaginemos que usted fabrica calefones. Su empresa tiene capacidad de producir 500 al mes y los vende a un peso cada uno. Pero una empresa de Brasil decide comprarle 400 calefones al mes pagándole dos pesos por unidad porque el tipo de cambio lo favorece. Al exportar 400 calefones, solo le quedan 100 para vender en su país y puede venderlos al precio que desee, porque es el único productor. ¿A cuánto vende los 100 calefones?"
Se hizo el test entre 2000 personas. A las primeras 500, no se les dio opciones de respuestas. Y 44,4% eligió subir los precios. ¿Por qué no ganarían más dinero si pueden? Pero no todos respondieron desde esa lógica: un 7,0% aprovechando las ganancias extras obtenidas en Brasil aseguró que bajaría los precios, y otro 48,5% dijo que los mantendría.
Es sabido que hay individuos más altruistas y cooperativos que no siempre buscan maximizar sus ganancias. La pregunta es ¿cómo lograr que los más egoístas los imiten? Entre 2007 y 2010 dos estudios diferentes, liderados por investigadores israelíes y alemanes, descubrieron dos genes, el de la generosidad (el AVPR1a) y el del altruismo (el gen COMT-Val), que son los que tienen los individuos más cooperativos. Y nuevos estudios muestran que se puede desafiar el patrón genético y modificar las conductas egoístas del mercado. Que se puede entrenar la mente para eso. En 2016, un experimento diseñado por Grit Hein y su equipo de la Universidad de Zurich, estimulando la empatía en los individuos más egoístas, logró las mismas conexiones cerebrales que tienen las personas altruistas, mostrando cómo pueden volverse más solidarias.
Hicimos nuevas pruebas con los calefones. Encuestamos a otras 500 personas y les dimos opciones de respuestas: subir el precio, mantenerlo o bajarlo. Al sugerir la opción bajar precios, subió de 7,7% a 12,4% la cantidad de gente que los bajaría. Pero todo ese aumento fue de individuos que antes los mantenían y ahora los bajaban. Poco se logró con el segmento egoísta, que se mantuvo casi sin cambios.
Se hizo un tercer intento con otros 500 encuestados, incorporando una opción: "donar los calefones". Parece que agregar esa dimensión permitió que más gente se detenga a pensar que hay decisiones más colaborativas que pueden tomarse. Con la opción "donar", bajó a 34,9% la proporción de gente que subiría los precios y creció a 17,9% la que bajaría o donaría el calefón (¡con un 6% de donantes!). Claro que tener un tercio de gente subiendo precios en una espiral inflacionaria sigue siendo un factor de riesgo, especialmente en una Argentina endeble, autocondenada desde hace 74 años a vivir con inflación.
Se introdujo una última variante, repitiendo el experimento con la opción "donar calefones", pero cambiando la modalidad de encuesta: en vez de "online", se pasó al modo presencial. Las encuestadoras además les explicaban a los respondentes los beneficios de bajar, donar o mantener los precios y las alarmas de subirlos. Resultado: solo 17,6% eligió subir precios y el 26,4% optó por "donar el calefón". La mirada del otro y la persuasión del encuestador despertaron mayor sentimiento altruista.
Estos tests llevan a una pregunta: ¿podemos tener empresas más comprometidas con los precios, inversores responsables que no especulen con el fracaso argentino, funcionarios honestos y ciudadanos que cooperen? Buenas noticias. Si bien no hay acuerdo pleno sobre si los seres humanos nacen egoístas o si la sociedad los vulnera, las ciencias cognitivas arrojan evidencia de que con aprendizajes pueden ser más cooperadores.
En la Argentina, grandes empresas, productoras, distribuidoras, comercializadoras no han tenido reparos en subir los precios en momentos críticos o sensibles, maximizando ganancias y espiralizando más la inflación. A veces tampoco lo han tenido las más pequeñas o quienes tienen incidencia en algún precio. ¿Y quién los tendría en esta Argentina que nos castiga con inflación desde hace tantas décadas? Pero al mismo tiempo: ¿no es momento de replantear el daño sobre la estabilidad que generan ciertos comportamientos? ¿O de apelar a la colaboración colectiva?
Todo parece tan habitual en esta Argentina inflacionaria, en constante puja de ingresos y de poderes, que los comportamientos egoístas y desestabilizadores no pasan de ser más que el reclamo de un grupo reducido de gente. Por ejemplo, no se cuestiona a los bancos que suben explosivamente y en el peor momento las tasas, generando más presión sobre la inflación. A los productores de insumos que trasladan automáticamente el 100% de cada suba de dólar a precios. A las empresas que al exportar venden más caro en el mercado local. A los arrendatarios cuando ponen cláusulas de ajustes de los contratos mayores a la inflación. A los municipios que agregan tasas. Ni a tantos más de una larga lista.
La inflación necesita sumar una nueva agenda: la cooperación. Romper con los patrones aprendidos y reentrenar a la sociedad en el ejercicio de ajustar precios. Esta agenda debería ser parte de las políticas públicas, en busca de inducir especialmente a los grandes actores económicos a cooperar. Y hasta podría dejarles otros beneficios: dos economistas de la Universidad de Zurich, Philippe Tobler y Ernst Fehr, confirmaron que las personas más preocupadas por el bienestar colectivo que por ellos mismos son más felices.
"Incorporar dosis de generosidad provoca ciertas conexiones cerebrales capaces de despertar una sensación de warm glow (cálida sensación de satisfacción)", dicen los investigadores. Cuando el gen de la generosidad escasea, los comportamientos colaborativos hay que inculcarlos. Incluso en las colonias de hormigas, modelo habitual de trabajo colectivo, se enseñan entre ellas a cooperar. Y si pueden aprender las hormigas, "¿no vamos a poder nosotros?".
Economista, autora de Atrápame si puedes: el secreto de la inflación argentina
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