sábado, 16 de febrero de 2019

HISTORIAS DE NUESTRA PATRIA,


Tesoro oculto. El epistolario de Mitre y Sarmiento que descansa en el Congreso
La Sala de Colecciones Especiales conserva más de 17.000 fojas bibliográficas históricas a una temperatura constante para que no se deterioren; también hay libros y documentos
La sala está oculta en el tercer piso del palacio legislativo
Un tesoro descansa en lo profundo del Congreso de la Nación: la Sala de Colecciones Especiales, donde se conservan más de 17.000 fojas bibliográficas históricas. “Acá hacemos un trabajo intenso y silencioso”, explica Silvana Castro, de 57 años, responsable de esa área. Hace semanas que ella y su equipo planchan las 3500 cartas cruzadas entre Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento y Justo José de Urquiza, entre otros. Las guardan en sobres de polipropileno y las llevan a una habitación a oscuras con un sistema de ventilación que mantiene estable la temperatura.
“Controlamos la temperatura con un hidrómetro. Si hiciera más frío, las hojas se resquebrajarían, y con más calor se llenarían de insectos”, dice Castro.
La muestra está conformada por cuatro colecciones. La biblioteca personal de Juan María Gutiérrez, un estadista, historiador y poeta argentino, junto con un gran epistolario de las personalidades políticas e intelectuales más destacadas del siglo XIX en la Argentina. La biblioteca Palant: un compendio de libros sobre taquigrafía que incluye obras curiosas de los siglos XIX y XX en varios idiomas que perteneció a Miguel Palant, director de taquígrafos del Congreso de la Nación. El archivo peronista formado por publicaciones oficiales, discursos, libros y documentación confiscada durante su proscripción.
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 Y una colección reservada de libros antiguos, arte y primeras ediciones del siglo XIX.
“Es en el tercer piso. Salís del ascensor y doblás a la derecha hasta el fondo del pasillo, donde hay una puerta blanca –abrila–: te vas a encontrar con la biblioteca de referencia legislativa. Una vez ahí, en el fondo del salón hay otra puerta blanca, abrís esa también y te vas a topar con una segunda puerta, la cual tenés que golpear y esperar a que te abran”. Así de complejas son las indicaciones para llegar a la sala de colecciones especiales.
Guardapolvo blanco, pelo gris –atado– anteojos y guantes de látex: Castro, filósofa, abre la puerta. El tamaño de la sala alcanza. Hay algunas computadoras, anaqueles, bibliotecas, mesas, cajas, ficheros antiguos. Suspendida a dos metros de altura está la araña. Media tonelada de bronce macizo y tulipas de cristal que iluminan el salón junto a dos ventanas esmeriladas que derriten los rayos del sol. En la mesa central: lupas de mano y una carta de Mitre en la que invita a cenar a Gutiérrez: “Habiendo almorzado tan temprano no deben faltarle ganas de comer a las seis y media de la tarde. Véngase y sacaremos el vientre de mal año dándonos una panzada de conversación histórico-literaria, sazonada con un poco de política, que es el plato de moda.
“Suyo siempre, B. Mitre”.
Ventana al pasado
El epistolario es la puerta de entrada hacia aquellas habitaciones circunstanciales en las que se desarrollaba una cotidianeidad que hoy cobra sentido histórico. Decenas de años después, en la Sala de Colecciones Especiales, adentrarse en esa cotidianeidad pomposa, de obras icónicas, figuras destacadas, español antiguo y una cursiva casi ilegible resulta, si la imaginación lo permite, una experiencia casi voyeurista.
“Es usted un taimadísimo amigo de quien es preciso importunar sin descanso para arrancarle una palabra. Vamos, déjese querer, le remito un cajón que le entregará Peña el cual contiene 160 ejemplares de mi Odisea como se ha complacido en llamarla usted por una admirable mezcla de afecto e inofensiva ironía. Yo también la llamaré desde ahora mi Odisea… Volvamos a su misión de derramar la Odisea en la redondez del orbe. ¿A que no ha mandado un ejemplar al Times?”.
El texto pertenece a la carta que le escribió el 22 de agosto de 1845 Domingo Faustino Sarmiento a Juan María Gutiérrez. Su Odisea era el Facundo. Civilización y barbarie. Sarmiento había terminado la primera edición de su gran obra.
“Tenemos un programa de radio que se llama Palabras dibujadas. Es un programa especializado en taquigrafía que sale de 15 a 16 los viernes por la radio del Congreso. Ahí solemos hablar sobre algunas de las obras que tenemos en la biblioteca Palant. También entrevistamos a taquígrafos, es realmente muy interesante”, comenta Azat Ambartsoumian, de 25 años, que trabaja desde hace cinco en la sala y es estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad de Buenos Aires.
Memoria histórica
“El video se puede editar y el audio también; los taquígrafos cumplen un rol fundamental para constatar qué es lo que se dijo en una sesión parlamentaria”, cuenta Ambartsoumian. En la actualidad, el Congreso de la Nación, al igual que la mayoría de los países del mundo, sigue teniendo su propio equipo de taquígrafos, que asiste a todas las sesiones parlamentarias.
Silvana Castro trae un documento secreto. Está doblemente sellado. Dice “Secreto” en rojo, y debajo “Ministerio de Aeronáutica, fechado el 28 de septiembre de 1956”, todo esto, también en rojo. Las hojas amarillentas, escritas por Isaac Rojas, vicepresidente de facto de la Argentina de 1955 a 1958, aún conservan cada golpe de su máquina de escribir.
En el documento se lee que Rojas había dado la orden de incautar
todas las publicaciones de propaganda, iconografía y libros de textos de escuelas y colegios, que hablaran del peronismo. El vicecomodoro Hugo Martínez Zuviría remitió la orden al director de la Biblioteca del Congreso. En la carta repetía con palabras textuales el pedido de Rojas, solo que puso un poco más de énfasis en algunas cuestiones: “Ordeno la recopilación más amplia posible de publicaciones […] de los años de la dictadura, destinados a exaltar al tirano, a su esposa y al régimen depuesto”.
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El tirano y su esposa eran Juan Domingo Perón y Eva Duarte; la dictadura, el peronismo. Este documento está fechado unos días después de la Revolución Libertadora, el golpe de Estado que derrocó al gobierno de Perón, en 1955.
“A Moglia le dejaron de pagar por transcribir las cartas y tuvo que buscarse otro trabajo mientras las seguía transcribiendo en sus ratos libres. Teníamos que hacer la biografía de este hombre, sin dudas merecía un homenaje”, dije Castro.
Se refiere a Raúl J. Moglia, el lingüista que tradujo y reordenó todo el epistolario de Juan María Gutiérrez. De las 3500 cartas, 3080 tenían su fecha. El resto, no. De las que estaban sin fecha específica lograron fechar 350 y aún quedan 70. Gracias a su trabajo denso y dedicado, las cartas fueron transcriptas a máquina y ordenadas en cuatro tomos, legibles para cualquier lector.
A. H.

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