Puede que Walter Munk hable ahora más despacio, pero sus ideas siguen muy claras. A sus casi 101 años, al oceanógrafo más prestigioso del mundo le quedan todavía muchas cosas por decir. Muchos proyectos por acabar. Y una preocupación que no cesa: cuidar los océanos, fuente, de alimento, de transporte y de vida. “Es extremadamente importante que todos los protejamos”, advierte en un encuentro en la sede de la Unesco en París, donde recibió la Medalla Roger Revere, pionero de la investigación sobre el calentamiento global. “Y mi mejor amigo y mentor”, sonríe Munk, que también tiene un galardón científico a su nombre.
El mundo haría bien en escuchar al “Einstein de la oceanografía”, como se conoce a este estadounidense de origen austriaco que ha dedicado su larga vida a desgranar los secretos de los mares.
De hecho, si no le hubieran hecho caso, quizás algunos de los momentos clave de la II Guerra Mundial habrían acabado en tragedia. Es lo que casi pasa en 1942. Munk, que nació en Viena en 1917 en el seno de una familia de banqueros judíos pero que desde los 14 años vivía en Estados Unidos y en 1939 adquirió la nacionalidad norteamericana, se había alistado en el ejército para luchar contra los nazis y trabajaba en el Pentágono. Allí, supo que se estaban realizando pruebas para preparar un desembarco anfibio de tropas anglo-estadounidenses en la costa noroeste de África, la Operación Torch. Solo que había un problema: si las olas superaban una altura de cinco pies, había que parar las pruebas a la espera de un mar más calmado porque se ponía en peligro a los soldados.
“Corrí a averiguar la altura media de las olas en invierno en la costa noroccidental africana y vi que eran de una medida de seis pies”. Consulté a mi superior y él me dijo que me olvidara, porque estaba seguro de que las autoridades habían pensado ya en eso, relataba Munk en un reportaje para la Marina Estadounidense. Pero no podía dejar de pensar en ello. Así que llamó a su también amigo y mentor, Harald Sverdrup, director de la Institución Scripps de Oceanografía a la que pertenece hasta hoy y donde completó sus estudios de oceanografía tras licenciarse en física y geofísica en el Instituto de Tecnología de California.
“Durante un mes, estuvimos en el Pentágono intentando ver cómo podíamos predecir las olas, porque elegir un día de mar calmada para el desembarco parecía la única solución”. Lo consiguieron. Había nacido el sistema de predicción de oleaje que sería aplicado con éxito en las futuras operaciones militares: el Desembarco de Normandía fue retrasado hasta el 6 de junio, precisamente porque el sistema de Munk halló que las condiciones del mar eran ese día más adecuadas para la operación. Su descubrimiento no tiene solo aplicaciones bélicas. A Munk también se lo conoce como “el padre del surf” porque su sistema lo usan, hasta hoy, los surfistas de todo el mundo para saber el estado de las olas en las costas.
Todo esto bastaría para celebrarlo. Pero Munk se ha ganado el título de “Einstein de los océanos” por mucho más. El hombre de la curiosidad inagotable ha estudiado la transmisión del sonido en el océano y los efectos de las mareas, fue instigado del proyecto Mohole que buscaba taladrar la corteza del océano para obtener una muestra del manto terrestre, ha hecho grandes contribuciones a la comprensión de los tsunamis o la rotación de la Tierra. Y fue clave en el desarrollo de un nuevo método para medir mediante señales acústicas cambios a largo plazo en la temperatura del océano asociados con el calentamento global, una de sus grandes inquietudes hasta hoy. Pero que tiene solución, cree. Pese a la magnitud de la amenaza. Pese a los negacionistas. Pese a los Trump del mundo.
También al comienzo de la II Guerra Mundial, recuerda, “la gente decía que era inútil actuar contra Alemania”. Y los nazis acabaron vencidos. El conflicto bélico le dejó otra gran enseñanza: “Vi de primera mano la transformación tras el ataque a Pearl Harbor, cuando todo el mundo se une para trabajar en un problema. Y creo que el cambio climático no es más difícil que el comienzo de la II Guerra Mundial”. ¿Pero hay tiempo aún para actuar? “Creo que sí”, contesta. Al fin y al cabo, pese a todo lo visto y vivido, se declara un optimista lleno aún de curiosidad por hacer cosas y ver cómo se transforma el mundo. “¡si solo tengo cien años!”, bromea.
D. M.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.